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OPINIÓN
Columna
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Cinismo

Juan Cruz

Es bueno recurrir al diccionario en días como estos. Y por si no tienen uno a mano, aquí va la definición de cinismo, que tan bien le viene a lo que pasa: "Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables".

Ni los latinos ni los griegos, que de ambas procedencias viene la famosa palabra, pronunciaron cinismo para hablar de Guantánamo, no lo podían concebir. Pero ahora que ha surgido esto de Guantánamo parece que el primero que llamó cínico a alguien fue por algo parecido a lo que ahora acabamos de conocer.

El asunto es que no encuentran el papel. Y el asunto, además, es que los socialistas tuvieron más viajes de la CIA que los populares. El asunto no es lo que hicieron, sino el papelito. Y, además, el asunto no es ni siquiera el papelito, sino haberlo filtrado. A EL PAÍS, encima.

Kapuscinski decía que los cínicos no valían para el oficio de periodistas; sirven para el oficio de políticos. O algunos políticos han decidido que el cinismo es la mejor veladura para sus pecados. Hasta el cierre de esta edición José María Aznar no ha dicho nada, pero su escudera Esperanza Aguirre ("la lideresa de Bombay", como dice Manuel Longares, el autor de Romanticismo) sí ha hecho acopio, como su partido, de la (mala) literatura comparada.

Ha dicho, y eso es cinismo, que los socialistas pecaron más, o por lo menos más veces. La irresponsabilidad de un cargo público se mide por la densidad de falta de respeto con el ciudadano al que sirve, y Esperanza Aguirre aquí está defendiendo a su jefe (espiritual) con un cinismo de diccionario: "Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables". Con la misma armazón moral regaló emisoras a los suyos.

El asunto es de un calado extraordinario, porque muestra a un gobernante, Aznar, y a su equipo ejecutor compinchado con una potencia extranjera para dejarle hacer en un territorio cuya soberanía no está delegada al gobernante, sino al Parlamento. Y Aznar no preguntó nunca en el Parlamento, no consta, si no le importaba que aviones con pasajeros confinados a su pesar podían pisar terreno patrio.

Lo que atribuye aún más sal dañina a este ejercicio de cinismo es la paradoja del patriotismo; nuestro gran patriota (y nuestra gran patriota, la lideresa) tuvo durante su mandato, y antes, en la oposición, la boca llena de banderas. Pero no dijo nunca que estaba dispuesto a vender sus colores por una foto en las Azores.

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