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Columna
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¡Esperanza!

En un intento, quizá tardío, de no ser identificada como radical, lo que me llevaría a arder en las piras de los equidistantes -"Dicen que la equidistancia es el olvido", ya cantaba el gran Lucho Gatica-, voy a romper una lanza, y también dos huevos duros, por doña Esperanza Aguirre. La Esperanza Rubia o, también, la Rubia de Sort.

No hablo de lo que Ella ha hecho desde Bombay -no es el Paraíso-, pues llevaría resmas o pantallas incontables, dado que la Dama Potra es insaciable en sus mejoras autonómicas madrileñas. Hablo de esa escena del rescate presidencial, en que el servicio del hotel acudió a sacarla de allí, sin que ni por un momento dudaran de su entidad superior. Por fortuna, valga la redundancia, ignoraban que, además de tratarse de una futura candidata a mejorar enteramente España, tenían entre sus poderosos brazos a una mujer bendecida con el don de la buena suerte. De haberlo sabido, se habrían quedado con ella, para que los rehenes salieran ilesos cual Mariano Rajoy, y el señor Guardans -alguien a quien votaré, aunque sea de CiU, cuando haya listas abiertas: así de anti-radical soy en el fondo- no la habría calumniado con sus infundios.

Doña Esperanza ha creado una imagen inolvidable de Cenicienta sin alpargata surgiendo ilesa de la carnicería: ella es su propio príncipe azul -le gustan mucho los tonos pastel, es un indicio-, y resultaría idiota de mi parte oponerme a tan clara manifestación de su destino. Esa mujer está ungida. No quiero ni pensar qué habría hecho ZP, en su lugar. ¿Desmembrar la India, telefonear a Obama para ofrecerse servilmente a ayudarle? Pero ojo, equidista, Maruja, equidista. No importa que él pertenezca al PSOE, a lo mejor también habría sido rescatado el primero.

A la espera de que la presidenta de hoy y de mañana ponga una administración de lotería, voy a comerme los dos huevos duros.

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