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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Sin ánimo de provocar, pese a las apariencias

No es fácil sacarle algunas palabras a Boris Hoppek, cuya obra obtuvo una gran popularidad cuando sus gamberros muñecos de trapo aparecieron en un anuncio de coches de la marca Opel. Sus bimboscultures, rebautizados entonces como los C'mon!, demuestran que los monigotes no tienen por qué ser inocentemente asexuados, por eso los que crea Hoppek tienen vagina o pene, según el caso. El artista alemán, afincado desde hace unos años en Barcelona, sigue rompiendo tabúes, como se puede constatar en la exposición que protagoniza hasta el 10 de enero en la galería Iguapop con el título de Frágil. Sus últimos trabajos están abiertos a todas las interpretaciones, a gusto del consumidor, porque a Hoppek no le gusta nada explicar sus intenciones. En cualquier caso, en esta propuesta animada con formatos diversos, desde la fotografía a la acuarela, la sexualidad femenina vuelve a ser el motivo más recurrente. ¿Por qué le interesa tanto el tema? "Porque soy heterosexual", contesta tras pensárselo unos cuantos minutos. Después, mutismo.

Su envite juguetón llega también a sus muñecos de trapo, que incluyen un indecoroso Adolf Hitler

No le va lo trascendental. En Frágil, las mujeres aparecen reiteradamente retratadas, tanto en las fotografías como en las ilustraciones, como objetos sexuales que muestran sus encantos al espectador. Al ex graffitero, que asegura que no tiene ningún ánimo provocador, no le importa que se piense eso. "Me parece muy bien. Significa que alguien se ha parado a reflexionar un momento sobre mi obra", señala. No es el único aspecto controvertido de su producción, en la que abundan figuras bastante esquemáticas que sugieren personas de color con unos rasgos muy marcados y llenos de tópicos. Son sus polémicos negritos que, sin embargo, también ha utilizado en trabajos de crítica social para denunciar los abusos que se cometen contra los inmigrantes ilegales. "Uno de mis mejores amigos, que vive en Manchester, es muy negro y me dice que lo que hago no es racista, que lo racista es ignorar a los negros", suelta con mucho esfuerzo. Y ya está.

En realidad, todo forma parte de su envite juguetón, el mismo que le ha llevado a incluir entre sus buscadísimos bimboscultures a un Adolf Hitler cuyo brazo se le pega al culo en un gesto indecoroso o a encapuchados del Ku Klux Klan. De ahí que se sorprenda por el interés que ha mostrado el mundo publicitario por su obra. "Mi trabajo es muy opuesto a la publicidad, un mundo en el que se busca que todo sea neutro para no ofender a nadie", apunta. "Soy realista porque me centro en aspectos de la vida humana como la sexualidad. Y eso nunca puede ser neutro", remacha.

No obstante, entre las fotografías también hay imágenes en las que explora aspectos dispares de la feminidad y que, entre otros motivos, remiten a las incertidumbres y los miedos de una adolescente que pronto será madre y situaciones de crisis diversas que afectan a las mujeres. Así, Crisis, se titula precisamente el calendario que ha realizado con algunas de estas estampas, que es además el catálogo de la exposición. Dentro del apartado fotográfico también destacan las imágenes que captan sus intervenciones efímeras de arte callejero en Barcelona. Estas acciones consistieron en pasear un ataúd que cobijaba un espejo donde se reflejaron, entre otros edificios, los nuevos iconos de la ciudad, tipo torre Agbar. Para no ir contra la costumbre, no da muchas pistas sobre sus objetivos: "El espejo del ataúd refleja la nueva Barcelona, mientras que debajo sigue invisible la vieja. No quiero explicar más". Sí, sí, sí: la comunicación no es lo suyo.

Como se ve, el arte de Hoppek ha abandonado definitivamente los muros de las calles de la capital catalana para instalarse ahora en las paredes de las galerías. Y así va a seguir: "Vine a Barcelona porque había una gran permisividad con los graffitis. Desde que se ha instalado una política de tolerancia cero, paso de hacer nada ilegal", afirma el artista, que vivió una época en la que Barcelona se citaba a pie seguido de Berlín como referente de la escena del arte urbano en el campo de los graffitis. Su puesto lo ocupa ahora Budapest y la renuncia de Hoppek es otro aviso sobre el peligro que corre la ciudad de quedarse sin cantera de street art. Una lástima.

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