Políticos sin viejas cadenas
El grupo de dirigentes convocados en Washington tiene algo bueno: son hombres (sólo hay dos mujeres entre ellos) con formación y experiencias personales muy diferentes. No se trata de un puñado de economistas ni de un grupo de filósofos políticos. Son políticos a secas, políticos que tienen que tomar las riendas de la crisis mundial y decidir si se limitan a favorecer, como en muchas ocasiones anteriores, un pequeño cambio en los detalles que ayude a seguir adelante sin grandes transformaciones, o si, por el contrario, impulsan una reforma sustancial de la gobernanza mundial, que evite próximas y aún más terribles crisis.
La mayoría de estos hombres no son lo que mucha gente cree. El británico Gordon Brown, pese a que todo el mundo juraría que es economista, es, en realidad, doctor en Historia y fue profesor en una universidad escocesa. La alemana Angela Merkel se doctoró en Física, física cuántica más precisamente. Cristina Fernández de Kirchner, abogada, llevó durante años un despacho profesional en una remota provincia argentina. Silvio Berlusconi es un hombre de negocios, en el sentido más ambiguo de la palabra. El turco Recep Tayyip Erdogan estudió economía y comercio, pero también pasó largo tiempo por una escuela de imanes. Nicolas Sarkozy fue un mal estudiante, que logró licenciarse en Derecho pero que no pudo terminar Ciencias Políticas. Como es bien sabido, Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente de Brasil, es un tornero que se convirtió en sindicalista. El presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama -que aunque no haya acudido a la reunión será el encargado de tomar las decisiones-, fue profesor universitario de Derecho Constitucional durante nada menos que 12 años. El presidente de Indonesia, la mayor población musulmana del mundo, Susilo Bambang Yudhoyono, es un general que hizo un doctorado en Agronomía. El de Sudáfrica, Kgalema Motlanthe, hizo también carrera como sindicalista, mientras que Arabia Saudí se representa directamente por un rey. El hombre fuerte de Rusia, Vladímir Putin, hizo una tesis sobre Derecho Internacional, pero su trayectoria personal está mucho más vinculada con los servicios de información y de espionaje que con la Corte de La Haya...
Las ideas de filósofos y economistas son más poderosas de lo que se cree, y los estadistas son sus objetivos favoritos
No sería descabellado pensar en mecanismos que permitan reclamar responsabilidades en el futuro tras una crisis
La experiencia demuestra que no basta con que los políticos se consideren a sí mismos independientes y pragmáticos. Las ideas de los economistas y de los expertos en filosofía política, tanto las correctas como las erróneas, son mucho más poderosas de lo que normalmente se cree, y los políticos suelen ser su objetivo preferido. De hecho, el mundo se gobierna con muy poco más, aseguraba John Maynard Keynes, tan citado estos días. "Hombres que se consideran pragmáticos, que creen que están libres de cualquier influencia intelectual, suelen ser esclavos de un economista difunto", bromeaba el economista inglés.
La época a la que se tendría que haber puesto fin en la cumbre de Washington, ha sido un buen reflejo de ese pensamiento esclavo de un puñado de ideas. Hombres sin ideología pero extremadamente codiciosos, poseídos de un desmedido afán de riqueza, se han apoyado en ideólogos de la desregularización que influyeron en los políticos y terminaron originando una crisis económica y financiera mundial que todavía no ha sido bien diagnosticada y de la que no se conocen aún las consecuencias.
La historia no siempre es pesimista; demuestra también que, a veces, los políticos están auténticamente emancipados y que realmente consiguen poner en marcha grandes, enormes, reformas, gracias a las cuales se conjuran algunas de las peores pesadillas. La Unión Europea nació en la cabeza de hombres políticos y tuvo éxito gracias al empeño de personajes como Jean Monnet o Jacques Delors. El primero, hijo de una acomodada familia exportadora de coñac, ni siquiera fue universitario. El segundo, un sindicalista católico y socialdemócrata.
Algunos libros relatan cómo se elaboró la imprescindible Declaración Universal de Derechos Humanos y hablan de un grupo de personas muy diverso y cosmopolita: Eleanor Roosevelt, el abogado francés René Cassin, el músico y autor dramático de procedencia confuciana Peng-Chun Chang, el escritor libanés Charles Malik, el sindicalista Lord Dukeston... La idea de crear una Corte Penal Internacional (que no se consiguió hasta 1998) es de un coronel australiano, buen aficionado al buen whisky. Williams Hodgson era también un superviviente de Gallípoli y un auténtico convencido de que determinados crímenes deben ser reclamados por la humanidad entera. Si las consecuencias de esta crisis acaban siendo las peores que se esperan, quizá no sería tan descabellado acompañar los vapores de Hodgson y pensar en establecer mecanismos que permitan reclamar responsabilidades futuras.
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