Eusko Alkartasuna en el diván
El ser humano es el único animal conocido que de forma consciente toma decisiones notoriamente adversas a sus intereses. El libre albedrío lo llaman, algo que también opera en las organizaciones que crean los humanos. Una de ellas, Eusko Alkartasuna, va a tener que optar en pocas semanas entre su conveniencia y la coherencia. La primera le empuja acudir a las próximas elecciones autonómicas en compañía del PNV, el partido del que se desgajó en 1986. La segunda le arrastra a medir en solitario en las urnas cuál es el peso neto del soberanismo insumiso que dice representar, porque así lo vienen proclamando sus dirigentes y parece haber calado entre su militancia.
Los batacazos que el partido fundado por Carlos Garaikoetxea se ha dado en las dos últimas consultas electorales (municipales y generales), en las que concurrió a siglas descubiertas, le aconsejarían ser prudente y valorar los siete escaños que mantiene en el Parlamento vasco gracias al acuerdo de coalición con el PNV en las autonómicas de 2005. Pero la repetición de un mismo discurso durante mucho tiempo termina por alterar la percepción de la realidad y obliga a ser congruente alguna vez con lo que se viene sosteniendo, aunque se sospeche que esa no es la opción más conveniente.
El dilema al que se enfrenta EA no es de índole estratégica sino metafísica
Salvar los muebles no deja de ser una forma de autodeterminación
El dilema al que se enfrenta EA no es de índole estratégica, sino metafísica. Remite a las relaciones freudianas que mantiene con el PNV por la circunstancia de haber nacido de un largo y doloroso proceso de ruptura. Matar (metafóricamente) al padre, disputarle el liderazgo del nacionalismo, fue su primer impulso. Y estuvo a punto de arrebatárselo en 1987, cuando el viejo partido quedó casi noqueado por la escisión. Sin embargo, una sucesión de errores de juicio ha ido reduciendo inexorablemente la parcela electoral de EA en Euskadi. En los momentos en que tuvo que elegir qué quería ser de mayor, decidió ser pequeño. Por mirarse excesivamente en el espejo del PNV para diferenciarse de su matriz, se alejó del electorado por el que ambos partidos peleaban y permitió que el entonces partido de Arzalluz cogiera aire y fuera recuperando el espacio que había perdido.
La propuesta de modernidad socialdemócrata y radicalidad nacionalista planteada en su momento por Garaikoetxea no tuvo la acogida que se esperaba en unos sectores sociales poco amigos de la aventura y acostumbrados a la conocida y cómoda ambigüedad del partido histórico. Eusko Alkatasuna pudo ser en el País Vasco la Convergència Democràtica de Catalunya de Jordi Pujol, pero desaprovechó la ocasión a finales de los 80. Sus dirigentes, tutelados desde la distancia por el fundador, se han resistido después con denuedo a convertirse en UDC (salvando las distancias ideológicas con la formación demócrata cristiana de Duran Lleida), el socio menor de una coalición estable del nacionalismo gobernante, como ha defendido con escaso éxito el sector crítico asentado en Guipúzcoa, donde, paradójicamente, tiene el partido su mayor implantación. Los dos relevos habidos en la presidencia del partido -Carlos Garaikoetxea fue sustituido por Begoña Errasti en 1999 y ésta por Unai Ziarreta en diciembre de 2007- han dado lugar a otros tantos saltos en la acentuación de la radicalidad soberanista de su doctrina, que a su vez se han saldado, significativamente, con sendas caídas de su apoyo electoral. En las últimas generales se situó por debajo del nivel de emergencia del 5%.
Al final, EA actúa en Euskadi como una versión imperfecta de la Esquerra Republicana de Carod Rovira; con la notable diferencia respecto a Cataluña de que el partido de Unai Ziarreta tiene pared con pared una izquierda abertzale que, de momento le supera en presencia electoral y extremismo nacionalista. El sueño de Lizarra, la disolución de todas las formaciones nacionalistas en un frente unido que borrara siglas y diferencias, lo convirtió ETA en pesadilla irrepetible. Y la actual pretensión de convertirse en el receptáculo del voto más civil y decepcionado de la Batasuna ilegalizada choca con las potentes corrientes ocultas de la política vasca. Nuestra historia reciente enseña que los náufragos de la política eligen para salvarse barcos más sólidos que aquellos que han abandonado con el agua al cuello.
Intentar remontar el declive esperando que improbables refugiados acudan a las siglas de EA, o aferrarse a la tabla de salvación que mantiene tendida el PNV; arriesgarse a sufrir un nuevo mordisco de su menguado capital electoral, o garantizarse un número de parlamentarios que no puede soñar alcanzar por sí mismo, y, según los resultados, seguir condicionando desde el Gobierno a la dirección peneuvista al PNV para que no se salga de la senda soberanista. Tal es la disyuntiva que atraviesa al partido de Ziarreta, por mucho que pretenda traspasar el aprieto a su paciente socio, pidiéndole que le aclare "por escrito" el "para qué" de la coalición a la que le invita. Algunos cargos y militantes de EA ya están contestando la pregunta en su fuero interno. Salvar los muebles, al fin y al cabo, no deja de ser una forma de autodeterminación.
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