Recesión en la cumbre
Acogida por George W. Bush, un anfitrión en fase de salida, la próxima semana se reúne la tan pregonada "cumbre mundial". Pese a la oscuridad de los preparativos y a la interinidad del poder en Washington, es mejor no quitarle ojo a esa cita: porque, desde que los bancos centrales bajaran conjuntamente los tipos de interés (el de China incluido), hasta los últimos intentos de salvar a Hungría de la bancarrota, el miedo azuza el tacto de codos entre mandatarios nacionales. Les resulta peligroso quedarse fuera del paraguas global; tienen las casas más o menos anegadas o bajo amenaza de riada.
Los políticos se han puesto a los mandos. Y no sólo en Estados Unidos, donde el Tesoro tiene preparada una larga lista de bancos que podrían pedir inyecciones de dinero, a cambio de participaciones estatales minoritarias. En Europa, un tipo de derechas con talento, Nicolas Sarkozy, propone a los Estados que controlen las industrias clave y les presiona para organizar un "gobierno económico" común, a ser posible, dirigido por él, claro; rivalizando en iniciativas con el (ahora) celebrado laborista Gordon Brown. De modo que el G-20, que a pocos importaba en los años pasados, aparece ahora como el oráculo del futuro, y ahí tenemos a José Luis Rodríguez Zapatero pegándose por una silla.
Cuando se venden 320.000 coches menos en 10 meses, otros sectores caen como las fichas del dominó
La OIT se alarma porque la fosa entre altos y bajos ingresos creció en muchos países antes de la crisis
Reina un consenso absoluto respecto a la necesidad de rehacer la arquitectura financiera a escala planetaria. Brown y Sarkozy precisan más: hace falta reforzar las capacidades del Fondo Monetario Internacional. Bien; ¿y se atreverán también con políticas anti-recesión? Dicho descarnadamente: ¿Con el paro? ¿Con la fosa que separa los altos y los bajos ingresos?
No está de más escuchar voces de las que habitualmente se prescinde. Como la de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), muy alarmada por la desigualdad de ingresos que se produjo cuando la economía marchaba mejor. Incluso los países desarrollados llevan dos decenios aplicando la moderación salarial y dando por bueno que los trabajadores y sus familias tenían que endeudarse fuertemente para poder abordar inversiones inmobiliarias y gastos en consumo. La crisis en curso cuestiona dramáticamente las ventajas de ese modelo de crecimiento.
Es verdad que, cuando se habla de capas sociales, de desigualdad o de pobreza, todo es relativo: los pobres en Estados Unidos tienen más dinero que los portugueses pobres, por ejemplo. Pero lo importante es el nivel de vida en relación con el resto de la población de cada uno. Y aunque en proporciones diferentes según los países, la masa salarial se ha reducido en relación con la renta nacional en buena parte del mundo desarrollado. Ahora, las empresas recogen velozmente su velamen y aumenta la hemorragia de empleos, preparándose para una recesión que se teme larga y dolorosa.
En España, en concreto, hay mucho paro cociéndose en los centros de trabajo; por desgracia, más que en los países europeos de nuestro entorno. El desempleo registrado (11,3%) supone ya casi cuatro puntos por encima de la media de paro en la zona euro. Y las últimas previsiones del comisario Joaquín Almunia apuntan a una distancia aún mayor de aquí a 2010.
En los países que han entrado en recesión o están a punto, nada puede sustituir al consumo de las familias como motor del crecimiento. Cuando se han vendido 320.000 coches menos en los 10 primeros meses del año, en comparación con el mismo periodo de 2007, las caídas vienen en cadena: menos empleo en las fábricas y talleres, menos venta de combustibles, menos trabajo para los suministradores de piezas o de asientos... Si, además, hay cientos de miles de casas sin vender, los sectores en crisis caen como las fichas del dominó. Poner en peligro masivamente los ingresos salariales puede equivaler a una promesa de más recesión y hace temer por la capacidad de una parte de las capas medias y trabajadoras para resistir. Desde luego, las desigualdades se agravarían sin los aumentos de impuestos y de gastos sociales decididos por los Gobiernos y los Parlamentos; sin embargo, querer rellenar las lagunas de la distribución de los ingresos sólo con un aumento de los gastos sociales "es como tratar los síntomas y no la enfermedad", en palabras de Ángel Gurría, el actual secretario general de la OCDE.
Efectivamente: hay mucho pan en juego. Las previsiones económicas de los últimos días resultan tan sombrías que la cumbre del G-20 va a celebrarse bajo un ambiente casi de Gran Depresión. A ver por dónde salen. -
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