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Reportaje:Signos

La novela de un tiempo funesto

La publicación de 'Papaoba' saca del olvido a Fernández Ballesteros

Pocas labores tan concienzudas, y tan útiles para la Recuperación de la Memoria Histórica, como la que está llevando a cabo el Ayuntamiento de Sevilla desde el año 2001. Van ya 25 ciclos de conferencias, impartidas en el aula de aquel nombre, dentro de los Reales Alcázares. Por ella han pasado analistas y testigos de un tiempo funesto, con datos y noticias de escalofrío casi siempre. Al hilo de esa recuperación, se han editado ya 10 libros, a cual más necesario. El último es Papaoba, la novela de Alberto Fernández Ballesteros (Sevilla, 1901-México, 1972).

Fue este interesante, y mal conocido personaje, un destacado líder socialista y sindical (era secretario general del poderoso sindicato agrario de la UGT, en vísperas de la insurrección de Franco), y concejal de Obras en el Ayuntamiento sevillano en los primeros años de la II República. Perteneciente a una clase media de origen agrario, hombre de vasta cultura (abogado, profesor del Instituto Escuela, promotor de la música clásica, destacado acuarelista), se salvó de milagro de ser fusilado por la horda de Queipo de Llano. Pudo emigrar a México, donde continuó una extensa carrera profesional.

El autor escribió la obra, de carácter autobiográfico, en el exilio
Es una novela de gran belleza que habla del amor, el arte y la libertad

Con ese perfil, cualquiera pensaría que perteneció al ala moderada del PSOE; no fue así, sin embargo, sino que se adscribió a la radical de Largo Caballero; desde esa posición participó activamente en el movimiento revolucionario de Octubre de 1934, y fue el único edil de la izquierda sevillana que se enfrentó a Sanjurjo, convocando huelga general, aquel 10 de agosto de 1932, verdadero ensayo de lo que vendría cuatro años después. A mayor curiosidad, también reclamó la dehesa de Tablada, para que retornara a propiedad del municipio, lo que no consiguió por obstrucción del Gobierno del bienio negro.

Ya en el exilio, Fernández Ballesteros escribió esta novela, de carácter autobiográfico, con la serenidad reflexiva que concede el tiempo, dejando un valioso testimonio de lo que fue la Sevilla de la República, Sevilla la roja, como se la conoció. Una ciudad insalubre, hundida económica y demográficamente, tras la Exposición de 1929, donde se dieron cita todos los demonios de la desesperación, sobre unas masas hambrientas, y el oportunismo de los conservadores.

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No faltaron tampoco los enconados enfrentamientos entre los partidos y sindicatos de izquierda y, cómo no, el aprovechamiento que de todo ello hizo una derecha rancia, que no dudó en ponerle trabas hasta a la celebración de la Semana Santa, culpando a los republicanos, y en jalear a los anarquistas, con tal de socavar la autoridad de la II República.

De todo eso da puntuales noticias Fernández Ballesteros, con reflexiones sobre el papel de unos y otros en el arco republicano, y el temor, siempre presente, de que los extremismos hicieran peligrar lo más importante de todo: la democracia.

Pero no es ésta una novela exclusivamente política, sino también de una gran belleza literaria (el capítulo séptimo lo podría haber firmado Gabriel Miró), con un amplio espacio para otras inclinaciones esenciales del ser humano, como el amor, la naturaleza, el arte y, por encima de todo, la libertad. Tal vez esta coplilla, que el autor reproduce, lo exprese mejor que ninguna otra cosa: "Aceitunas el olivo, / trigo el campo, tú, mi pena, / copla tu boca, y el mundo / maldito quien lo envenena".

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