Una obra... y su contraria
El diseñador Marcel Wanders se desdobla entre una creación de tono irónico y otra de línea más depurada
A estas alturas de la historia del diseño industrial no hace falta recordar que el ojo del amo engorda el caballo. La cuestión se centra ahora en dilucidar quién es realmente el amo: el que diseña una pieza o el que encarga un diseño. Si tomamos como ejemplo al diseñador más prolífico de los últimos tiempos, Marcel Wanders, la propiedad del producto no se aclara.
Wanders es director artístico de la empresa Moooi, que produjo algunos de sus impactantes jarrones con forma de esponja (Sponge vase, 1997) o de huevo (Egg vase, 1997). En contraste con esas piezas, la firma italiana B&B presenta ahora casi su contrario: un Wanders muy depurado, sin referencias figurativas, firma la White collection, una serie de jarrones con aires de eternidad.
No se trata ya de definir el estilo del diseñador holandés, simplemente tratemos de entender. ¿Qué es un jarrón Wanders? ¿El que emplea la ironía de convertir una esponja en vasija o lo opuesto, el que nace desnudando las formas clásicas? Wanders son los dos. ¿Qué quiere decir que un diseñador pueda firmar una propuesta y su contraria?
El propio autor no ayuda mucho a aclarar las cosas. Se presenta, en su web, pertrechado tras una nariz de payaso, eso sí, de oro. O todo es broma y, por lo tanto todo vale, o poco le importa a Wanders tener un sello propio. Puede, incluso, que su ingente producción pueda leerse como la voluntad de acabar con el sello único. Sea como sea, la carencia de estilo propio se ha convertido en una de las características de los diseñadores actuales, la mayoría tan formados en las escuelas de diseño como ¿deformados? en los conocimientos mercantiles.
La consigna generalizada es que no quieren límites ni entre disciplinas (casi todos, como el propio Wanders, firman a la vez productos, espacios interiores y asesoran empresas) ni desean poner cuota a la especialidad de sus diseños. Desenfrenados, tampoco van a ser ellos quienes reduzcan su expresión. Ni hablar.
Si antaño, todavía sucede con los clásicos, a un diseñador lo descubríamos por su manera de estirar los respaldos, por su audacia al manejar las curvas o por la inusitada combinación de materiales que elegía, hoy la antigua elección -o decisión- que definía a un autor parece haberse convertido en un límite, una traba a la hora de explotar la creatividad.
Así las cosas, cabría preguntarse por qué se parece tanto el trabajo de tantos diseñadores cuando ellos aseguran haber renunciado a un único estilo. Y ya puestos, si la inspiración la buscan ahora dentro de sí -y de su estudio y capacidades- o en los pabellones de las ferias, donde, cada vez más cerca de las pasarelas de alta costura, triunfan los diseños que no veremos jamás en producción ni, por supuesto, en nuestras casas.
Una vez más, la clave parece estar más en el deseo que en la realidad. Mientras deseemos, seguiremos consumiendo sillas y jarrones. Está claro que el ojo del amo sigue engordando al caballo. Sólo que con tanto amo y tan poco caballo, al final el animal podría reventar de puro engorde.
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