Sankai Juku, el grito sordo
Un hongo en el horizonte de Hiroshima lo cambió todo. La bomba temible puso fin a la guerra y el lamento antibélico de la humanidad se escuchó en todas partes, pero el estupor global fue tan grande que no dejó oír el llanto de Japón después de la devastación. Para esta sociedad tímida, silenciosa y críptica supuso una fractura existencial terrible. Enmudecieron, pero aun así ocurrió lo que en todas partes, un artista intentó canalizar el dolor y el vacío, la ira y la tristeza, emitiendo un grito sordo. Y de las entrañas de Tatsumi Hijikata (1928-1986) nació el butoh, la danza contemporánea japonesa, conocida también como danza de las sombras. Ocurrió una noche de 1959. Hijikata, en alianza con el escritor Yukio Mishima, presentó a una reducida audiencia su estremecedora pieza Kinjiki (Colores prohibidos), una obra rara y densa sobre el dolor y la consternación, que además tocaba un tema tabú como la homosexualidad y tenía escenas nunca vistas como ésa en la que el creador, semidesnudo y pintado de blanco, decapitaba pollos cuyos cuerpos sin cabeza quedaban sangrantes sobre el escenario haciendo unos últimos movimientos espasmódicos. A pesar de la controversia y el shock, esa obra marcó el arranque del butoh. En principio fue una danza antioccidental y, a diferencia de muchas de las corrientes de danza de este lado del mundo, no nació de una investigación corporal ni de una técnica. Nació del dolor, de la tristeza más profunda. No era física. Era emocional.
En principio, el 'butoh' fue una danza antioccidental. Nació de la tristeza más profunda. No era física. Era emocional
Casi simultáneamente, Kazuo Ohno (106 años y aún vivo) apareció con una línea de butoh más lírica. Y aunque coincidían en ciertos rasgos estéticos (los maquillajes blancos y excesivos, los movimientos lentos y retorcidos, la escasa virtuosidad física a favor de la interioridad), pronto quedó establecido que no hay un butoh único y de cada rama aparecieron discípulos. Siguiendo la línea de Hijikata e inaugurando una segunda generación, Ushio Amagatsu (Yokosuka, 1949) sería trascendente. Tras su paso por la compañía Dairakudakan, que dirigía Akaji Maro, un alumno de Hijikata, quiso en 1975 probar suerte con una compañía propia, a la que llamó Sankai Juku (taller de la montaña y el mar). Ohno e Hijikata, que tenía experiencia en la danza moderna occidental y había estado en contacto con el expresionismo alemán, fueron los fundadores del butoh, pero entre ellos se estableció una competitividad feroz. Hijikata siempre fue mucho más coreográfico, mucho más concreto, y Ohno ha sido siempre más poético, con predilección por la improvisación. "Mi butoh se acerca más a Hijikata, al que conocí trabajando con Akaji Maro. De esa experiencia yo saqué mi inspiración, mis ideas y la manera de abordar una creación", relata Amagtusu, que emprenderá con su equipo masculino una pequeña gira española que incluye el estreno de Kinkan Shonen (1978), su primera obra, en Barcelona y Gijón, e Hibiki (1998), trabajo que da cuenta de la evolución de su estética e irrumpe esta semana en el Festival de Otoño de Madrid.
Kinkan Shonen, la semilla de Kumquat introdujo el butoh en Occidente. Sorprendió a los japoneses, pero dejó literalmente perplejos y emocionados a los asistentes a su estreno en el festival francés de Nancy en 1980. El impacto de aquella pieza bailada por un grupo de hombres andróginos que apenas se movían, creando una atmósfera enigmática de terror y recogimiento, fue mayúsculo. Amagatsu, a su vez, reconoce que este encuentro con Occidente produjo un cambio en su estética. "Este contacto con otra danza y otras maneras de entender la creación me hizo reflexionar, consideré que debía volver a mi yo interior, a mis raíces, y sentí la necesidad de crear mi propia categoría de butoh. Mi llegada a Europa supuso un punto de inflexión, un cambio de ruta, el inicio de un viaje hacia mi yo interior". Desde entonces trabaja en una línea que, sin renunciar a sus principios ni a su esencia, conecta más con Occidente. "Con Hibiki, por ejemplo, quise hacer una pieza sobre el agua porque me remite a la universalidad del ser humano, que es algo que siempre me ha obsesionado. Mis obras actuales están basadas en la experiencia humana y se corresponden al sentido común que tenemos en todas las culturas".
Aunque hoy el butoh no goza de gran popularidad en Japón, donde tiene mayor aceptación el ballet o el hip hop, hay un marcado interés en Occidente por esta danza. "Les cuesta, pero es posible que lo consigan", opina Amagatsu, que ha tenido esporádicas experiencias con bailarines norteamericanos. Esta misma temporada, el próximo día 12, el joven coreógrafo francés de vanguardia Boris Charmatz estrenará en París La bailarina enferma, que ha creado a partir de textos de Tatsumi Hijikata, lo que demuestra que por aquí el butoh, aunque ritual, oscuro y japonés, sigue fascinando a creadores y audiencias.
Sankai Juku. Hibiki. Festival de Otoño de Madrid. Teatro Albéniz. Del 6 al 9 de noviembre. www.madrid.org/fo www.mercatflors.org. Kinkan Shonen. Mercat de les Flors (Barcelona). Del 27 al 30 de noviembre. . Laboral Escena (Gijón). El 3 de diciembre. www.laboralescena.com .
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