Kerala, donde los niños son los marajás
Un Estado indio con Gobierno comunista. Con logros sociales insólitos y habitantes cuya hospitalidad subyuga
En Cochin, las redes chinas pescan peces imposibles: algunas veces, la luna; otras, el sol, y las más, algún turista despistado. Tendidas sobre la costa, son como las velas con las que Kerala está dispuesta a zarpar de la India de un momento a otro. La ciudad está llena de grandes mansiones coloniales, de iglesias y de calles arboladas. El jacaranda coquetea con los palacios que dejaron los holandeses, y las aceras exhiben su impúdico esplendor en un país sin aceras.
Aquí no hay vacas sin ojos, esos monstruos sagrados con rendijas en lugar de retinas que he visto enloquecer en Bombay. Las vacas sagradas comen basura, y aquí no hay basura en las aceras. Aquí son los bebés los que son sagrados, las niñas incluso. Bajo el frescor de los árboles pasa una fila de niñas vestidas de azul y cogidas de la mano, los ojos pintados de khol y en las frentes el signo de la bendición. La bendición que para estas niñas indias ha sido nacer en Kerala.
Guía
Cómo ir
Mayoristas como Catai (www.catai.es), Kuoni (www.kuoni.com) o Mundicolor (www.mundicolor.com) ofrecen paquetes para recorrer India pasando por el Estado de Kerala.
Información
» www.incredibleindia.org.
Porque, igual que las aceras, el espectáculo de las niñas que van al colegio es inaudito en el subcontinente indio. La India no es un país, sino un museo. La India no existe. La India la crearon los ingleses y los ferrocarriles. Es un nombre geográfico. Una herencia del colonialismo. Existe este continente que he recorrido en trenes atestados. Un mosaico de antiguos reinos y estados: de los marajás del Rajastán al régimen comunista de Kerala. Éste es el único lugar del mundo con un Gobierno comunista elegido democráticamente y el único lugar de la India donde las viudas no son arrojadas a morir de hambre en la calle y donde las niñas van al colegio.
Sea por el comunismo o por el cristianismo, que llegó antes aquí que a Europa, es desconocido en Kerala el infanticidio o el aborto selectivo de niñas, ese que en los estados vecinos ha llevado a una masacre tal que hoy sus poblaciones presentan hasta cinco hombres por cada mujer.
Jazmines en el pelo
La Unicef ha declarado a Kerala Estado Amigo de los Niños. Aquí los niños son pequeños dioses de ojos alegres. No trabajan ni mendigan en la calle, sino que van a la escuela. Recorren calles donde ancianas enjoyadas venden enormes ristras de jazmines. Las mujeres y las niñas las llevan en el pelo.
El viajero se ha extasiado en la contemplación de las aceras, que sólo en Cochin y en Goa son lugares frescos y libres por donde pasear, y no escaparates de la miseria del mundo. Según sus cifras macroeconómicas, Kerala es uno de los Estados más pobres de la India. Sin embargo, es también el Estado con un índice de alfabetización más alto y una esperanza de vida mayor. Y uno de los lugares con más índice de desarrollo humano en esta parte del mundo.
Por doquier nos persigue la belleza en Kerala y la pobreza se esconde de nosotros. Hace años, cuando recorrí la India para escribir mi libro En el país de las vacas sin ojos, llegar a Kerala era difícil: tres noches en un autobús con bancos de madera la separaban de Bombay y los aviones que llegan a España. Hoy he llegado vía Doha en un cómodo y conveniente avión de la Quatar Airways.
Compré el billete por Internet. Sólo tres días antes estaba en Madrid, y la nostalgia del olor de los mangos y de los pájaros de colores que se estrellan contra las redes chinas me trajo hasta aquí. En mi anterior viaje remonté los backwaters de Kerala en una barcaza de mercancías, con un italiano loco que llevaba tres años dando la vuelta al mundo y un santón desnudo que arrojaba bendiciones a los nenúfares, a los grandes peces y a las mujeres gordas con igual pasión.
Entonces había muy pocos viajeros que llegaban hasta este Estado. Muchos, atraídos por la medicina ayurvédica y sus curas que prometen la eterna juventud. Hoy día, un empresario llamado Babu Varguese ha construido lujosas casas barco que permiten recorrer los backwaters, los canales encantados de Kerala, en perpetua luna de miel con uno mismo. Las casas barco parecen enormes armadillos de bambú y sirven gambas y langostas mutantes que han crecido bajo las palmeras hasta alcanzar proporciones pantagruélicas.
El país de la sonrisa
Estas casas barco, de reciente creación, compiten con las famosas casas barco de Cachemira por conquistar el paraíso en la tierra. Arundhati Roy hablaba del dios de las pequeñas cosas, pero es un dios de grandes cosas el de Kerala. Si visitamos el palacio de los Marajás de Kerala, podemos ver su austeridad y el relato de cómo ya los marajás invirtieron sobre todo en carreteras, en educación y en salud pública.
En la famosa sonrisa de sus gentes no hizo falta invertir. Kerala es quizá el Estado más acogedor de la India, sea en sus canales o en las calles de la judería de Cochin, que concentran algunas de las mejores casas de antigüedades del país. O en Kovalam y las míticas playas del sur, que prometen cambiar tu modo de ver el mundo. No hace falta hablar malayalam para entenderse con sus gentes, que se cuentan no sólo entre las más amistosas de la India, sino seguramente entre las más amables del planeta.
Unas mujeres vestidas con velos negros transparentes me arrastran al otro lado de una celosía a un patio blanco con una fuente. Una de ellas tiene los ojos tan verdes como las frondas que acechan los caminos. Me cuenta que Kerala significa "tierra de los cocoteros" y que desde que Vasco de Gama pisó estas costas no hay ningún blanco que las haya pisado sin pasar su vida soñando con regresar. Según ella, eso es lo que pescan las redes chinas ondeando al viento como si fueran la bandera del deseo. Pescan los sueños de los ilusos que han dejado el paraíso creyendo, como yo, que pueden regresar.
» Eugenia Rico (Oviedo, 1972), novelista, es autora de Aunque seamos malditas, editado por Suma de Letras.
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