Avance de infantería
Hoy traficaría con eventos y no me hagan decir en qué partido militaría, pero en 1925 Arthur Ferguson, ingenioso vendedor de artículos de gran tamaño, colocó en pocas semanas el palacio de Buckingham, el Big Ben y la columna Trafalgar. A Ferguson le prendieron en Estados Unidos, tras haberle alquilado la Casa Blanca a un ganadero tejano y cuando estaba a punto de cerrar la transacción de la estatua de la Libertad con un turista australiano por una cifra millonaria. Es fácil suponer que a todos sus damnificados se les quedaba cara de póquer cuando descubrían el engaño. La misma faz que lucirá la hinchada socialdemócrata, tan pronto sus mandos, oficiales y tropa, en su camino hacia la beatificación como mártires del consenso, aprueben los presupuestos elaborados por sus adversarios allá donde gobiernan, es decir, en el cielo, en la tierra y en todo lugar: ayuntamientos, diputaciones, Cortes Valencianas y bingos autorizados. Porque así lo ha dispuesto Rodríguez Zapatero, y así será. Votarán a favor. O se abstendrán. ¿Se abstendrán? La abstención, más que una inhibición o huida poco valerosa, es otra manera de compartir. Uno se abstiene porque se conforma, pues en caso contrario razonaría su negativa. Cosa distinta es que los mártires no hallen muro que acoja sus lamentos y prodigue sus ideas, si las hubiera o hubiese. ¿No quieres caldo? Tres tazas. Imaginen que Carlos Fabra, ese político ejemplar, consigna para el año entrante una partida con vistas a erigirse una estatua ecuestre. Los socialistas votarán sí. O se abstendrán, porque quieren borrarse del no, un síndrome del que tal vez creían haberse desprendido cuando el referéndum de la OTAN. Si en Alicante, Orihuela o Benitatxell, la corporación municipal reclama un trasvase del Volga, los socialistas votarán a favor. O se abstendrán, porque de algo hay que morir, y morirse de risa a veces es mejor salida que la de socorro. Cuando Rita Barberá pida la vez y la pasta para celebrar el Open de burros con alforja en circuito urbano, su leal oposición moverá los labios como en la hora del himno: tots a una veu. O se abstendrán, quién sabe.
La única ventaja en esta senda del martirio consistiría en eludir, por una vez, esa solemne esterilidad en que derivó desde tiempos inmemoriales el debate sobre los presupuestos de la Generalitat, una función costumbrista que antaño se prolongaba hasta la madrugada posterior al día de los inocentes. Masoquistas como son, los socialistas aguantarán lo que caiga hasta el momento de votar sí. O abstenerse ante un peñazo que lleva consigo la ley de acompañamiento, otro trágala capaz de incluir desde la obligatoriedad de impartir la asignatura de inglés en sánscrito, hasta el color del sudario que cubrirá los cadáveres que esperan turno de autopsia. Sin olvidar el trasvase del Ebro. ¿Se puede votar sí o abstenerse ante las contratas de resonancias magnéticas? ¿Es ética la abstención ante el desmantelamiento del sistema educativo o los destrozos en la sanidad pública? ¿Cabe mirar hacia otro lado mientras la banca tiene barra libre y apenas hay para cumplir la ley de Dependencia? Lo bueno de estos presupuestos es que pierden la vigencia el segundo día del año, cuando el Gobierno de Francisco Camps, según costumbre, comienza a modificar partidas y destinos a discreción. Grandes estafas, las de Ferguson. Con asentimiento o abstención, los socialistas emulan a la infantería, dicen que italiana, que nunca se bate en retirada. Sólo da media vuelta y continúa avanzando. Ellos verán.
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