¿Quién teme a 900 millones de turistas?
Emisiones de C02, ladrillazo, molestias en las terminales aéreas y otros daños colaterales del turismo masivo
La mejor prueba de que no es posible viajar en el tiempo es que no hemos sido invadidos por hordas de turistas del futuro", declaró en una ocasión Stephen W. Hawking. Más de 900 millones de turistas internacionales viajaron el año pasado, y la Organización Mundial de Turismo (OMT) prevé que la cifra llegue hasta los 1.600 millones para el año 2020.
Viajeros que contribuyeron a generar empleo y riqueza, pero que también supusieron unos costes sociales y medioambientales para los destinos.El cambio climático, la disminución de los servicios en los aviones, los controles en los aeropuertos o la especulación urbanística en la costa también caen en la cuenta del debe en el balance turístico de estos últimos 10 años.
La cola no mola
En febrero de 2007, los vigilantes del museo del Louvre y del museo de Orsay, ambos en París, fueron a la huelga. ¿La razón? Obtener una prima mensual de 50 euros que les compensara económicamente por el estrés que sufren mientras vigilan obras como la Mona Lisa, de Leonardo (frente a la que se llegan a parar 65.000 personas al día), para evitar que disparen hacia ella, o más bien contra ella, los flashes de sus cámaras fotográficas.
Como apuntaba Antonio Muñoz Molina en un reciente artículo, "en los grandes museos todo son mayúsculas, multitudes, colas populosas atraídas por esas exposiciones que en los Estados Unidos se llaman ya como las películas de éxito masivo, blockbusters", mientras en otros, menos conocidos, languidecen maravillas de los grandes maestros en salas desiertas.
Las colas, junto a los elevados precios y la prohibición de llevar comida propia "por motivos higiénico-sanitarios", son también la causa de que a muchos parques temáticos no les salgan las cuentas: muchos visitantes se hartan de esperar hasta una hora de cola para montar en una atracción y no repiten.
No me sigas, estoy perdido
En el mundo de las guías de viaje no es oro todo lo que reluce. Hasta una referencia como Lonely Planet (las guías-fetiche de los turistas independientes) ha visto tocada su credibilidad por culpa de un inefable personaje, el australiano Thomas Kohnstamm, con cuyas aportaciones se han elaborado seis guías de la colección sobre Centroamérica y Suramérica. Kohnstamm ha confesado sobornos (alegando que le pagaban fatal y no le ofrecían apoyo logístico) y favores sexuales a cambio de citas favorables, tejemanejes que cuenta en un libro titulado ¿Van los periodistas de viaje al infierno? Tras la aparición del libro de Kohnstamm, Lonely Planet anunció que revisarían con lupa todas sus colaboraciones, pero muchos viajeros se plantean ahora preguntas sobre la fiabilidad y objetividad de esos y otros cicerones de papel a los que confían la organización de su viaje.
'Vía crucis' en el aeropuerto
"Ahora vas a ser tú el que se quita los zapatos, listo", le espetó un agente al parlamentario europeo Ignasi Guardans (CiU), uno de los adalides en Bruselas contra las abusivas medidas de seguridad en los aeropuertos. La bronca respuesta se produjo cuando el eurodiputado se disponía a pasar el control de seguridad de la terminal A de El Prat el pasado 28 de diciembre, tras advertir a otros pasajeros que ninguna norma obliga a descalzarse si antes no ha saltado la alarma del detector de metales.
La arbitrariedad de los controles ha dado lugar a situaciones absurdas, como la ensaimada rellena de crema que podía viajar de Mallorca a Berlín, pero no de Berlín a París, y ha supuesto un auténtico calvario para los viajeros, que vierten su indignación en blogs como www.nosinzapatos.com. Allí se pueden leer testimonios como el del bailarín estadounidense Abderrahim Jackson, de la compañía Alvin Ailey, que fue obligado a dar unos pasos de danza en el aeropuerto de Tel Aviv para probar su identidad ante los guardias de seguridad, que desconfiaban de su nombre musulmán; o el de Brad Jayakody, un informático australiano residente en Londres al que impidieron embarcar en el avión con una camiseta de algodón en la que aparecía un personaje de cómic blandiendo una pistola. También se han dado casos de peregrinos a Lourdes que han tenido que desprenderse de sus Vírgenes llenas de agua, pasajeras a las que se les ha ordenado quedarse en sujetador delante de todo el mundo y personas con piernas ortopédicas obligadas a quitarse la prótesis y pasarla por el escáner de rayos X. Todo en nombre del Reglamento 1546/2006 de la Comisión Europea, por el que se establecieron normas secretas para garantizar la seguridad aérea tras el descubrimiento de un complot terrorista en Londres.
Desde su nacimiento, la polémica normativa, recientemente revocada por el Tribunal de Justicia europeo, fue considerada un desatino por muchos expertos en derecho e ineficaz por especialistas en la lucha antiterrorista como Christoph Naudin, autor del ensayo La seguridad aérea. Sus defensores insisten en el carácter preventivo y disuasorio de la normativa.
Sardinas voladoras
Mientras que los españoles se vuelven cada vez más altos, el espacio entre las filas de los asientos del avión en clase turista es cada vez más estrecho. Es el precio que hay que pagar por volar más barato, asegura la empresaria Matilde Torres, de Catai Tours, para quien una de las connotaciones negativas del fenómeno low cost ha sido "la pérdida de la calidad del servicio a bordo, que se ha extendido también a las aerolíneas tradicionales".
Viajar en avión ha dejado de ser un lujo, y no sólo por los vuelos de bajo coste. El pasajero de clase turista tiene que bregar con cuestiones como llevarse encima el bocadillo o, en los vuelos de larga distancia, realizar una tabla de ejercicios para que no se le duerman las piernas. Beber y comer a cuenta del billete es ahora un privilegio reservado a los pasajeros de business o de primera clase (la mayoría de las compañías ha sustituido las comidas gratuitas por un menú de pago en sus vuelos de corto y medio alcance).
La separación entre las filas de asientos de la clase turista de la mayor parte de las compañías en vuelos intercontinentales, por ejemplo, es de alrededor de 81 centímetros frente a los holgados 152 centímetros de distancia que hay entre las filas de butacas de la clase Business.
Turista rico, nativo pobre
"Cuando yo sea grande trabajaré mucho y ahorraré mucho dinero, porque quiero ser turista, y para ser turista tienes que tener mucho dinero para disfrutar lo padre que es viajar", escribe en un blog desde México Daniela Mijares, de 11 años.
Uno de los principales impactos negativos del turismo surge como consecuencia de las diferencias económicas entre la población local y los visitantes, en especial en los países más desfavorecidos, donde no es raro que los segundos actúen como nuevos colonizadores y los primeros pierdan su identidad al tratar de imitar los modos de vida de los visitantes. Roland Barthes escribió sobre "la irresponsabilidad ética del turista", al que redefinía como "un nativo de viaje". Una irresponsabilidad que muestra su peor cara en el turismo sexual. En contrapartida, también se ha registrado un auge del turismo responsable y respetuoso con el entorno y los pueblos que se visitan.
Morir de éxito
"Si fuera cierto que viajar enseña", decía Santiago Rusiñol, "los revisores de tren serían los hombres más sabios del planeta". "El viaje apremiante y apremiado se parece a la eyaculación precoz", escribe Claudio Magris, y Chesterton opinaba que el turista sólo ve lo que ha ido a ver: a menudo, su perspectiva no va más lejos del paraguas que un señor (o señora), el guía, agita entre la muchedumbre.
La mezcla de turista en grandes grupos y guía con prisa amenaza con matar de éxito las zonas más visitadas de ciudades como Barcelona ("la ciudad de los turistas roedores", según Enrique Vila-Matas), París, Bilbao o Praga.
El pasado lunes, El Periódico de Catalunya advertía sobre el auge de la turismofobia en la capital catalana y el cabreo de los vecinos, que exigen medidas para atenuar las molestias de la avalancha de visitantes en lugares como la Sagrada Familia, las Ramblas o el parque Güell. Jordi Giró, vicepresidente de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona, declaraba: "Casi ningún barcelonés va a pasear por la Rambla. Eso es un hecho constatable. El modelo de turismo es insostenible y debe cambiar".
Cambio climático
Un nuevo fantasma, el del cambio climático, recorre el mundo. Deshielo y calentamiento están transformando el mapamundi viajero, y España empieza a acusar la disminución de visitantes. El turismo, arte y parte afectada, trata de adaptarse a este nuevo contexto, y dedicó este año al cambio climático su día internacional. La pasada Cumbre ministerial sobre Turismo y Cambio Climático (13 de noviembre de 2007, Londres) recogía algunos mensajes alarmantes, sobre todo para los países receptores: "Es muy probable que las condiciones climatológicas que atraen el turismo se desplacen hacia latitudes y altitudes superiores. De ese modo, está previsto que pierdan posición competitiva algunas zonas turísticas populares, como las costas del Mediterráneo". Es decir, de seguir creciendo, el aumento de las temperaturas impedirá el esquí por falta de nieve en las estaciones situadas a menos de 2.000 metros, y el aumento del nivel del mar podría hacer desaparecer muchas playas españolas.
La aviación comercial ha asumido el reto de reducir las emisiones de CO2 (el 13,5% de las del sector del transporte), y la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA) ha firmado un plan de eficiencia de vuelo con el que prevé que las aerolíneas ahorren 390 millones de euros al año y reduzcan las emisiones de CO2 por encima de 1,5 millones de toneladas. El crecimiento insostenible es otro de los grandes errores del sector, como apuntan desde Exceltur (Alianza para la Excelencia Turística de España). En su informe Destrucción a toda costa 2008, Greenpeace denuncia que en los últimos cuatro años se han construido en España tres veces más viviendas de las necesarias, casi la mitad de ellas en la costa, donde se han destruido paisajes y se han cambiado pueblos con encanto por ladrillo y hormigón.
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