Gótico brabanzón
Al levantarnos y descorrer las cortinas continuaba lloviendo. El fontanero que vino a arreglarnos la ducha chapurreó en francés con una sonrisa pícara: "Sont tristes les vacances en Belgique", y pese a que se parecía al cantante francés Charles Trenet, no se lo dije, pues estábamos en la Bélgica flamenca y las relaciones entre los flamencos y los valones (francófonos) no son especialmente amistosas.
Y es que viajar a Bélgica son dos viajes en uno. Por un lado, la Bélgica valona (francófona), y por otro, la Bélgica flamenca (neerlandesa). Es increíble cómo unos pocos kilómetros de distancia, en un país tan pequeño, pueden diferenciar tanto un paisaje físico y humano. Pero, al margen de la lengua y la gastronomía, unos y otros comparten la amabilidad y la acogida al viajero.
Más allá de los tópicos, que por otro lado son ciertos (la maravillosa y variada cerveza, los mejillones con patatas fritas, el chocolate, los gofres, los cómics de Tintín y Edgar P. Jacobs), Bélgica ofrece un magnífico paisaje urbano. Todos los pueblos y ciudades miman su Grote Markt o plaza Mayor, con la torre del Ayuntamiento y preciosas casas gremiales donde es fácil encontrar mercados los domingos, tanto de antigüedades como de comida.
Es muy interesante el gótico brabanzón, con sus torres en el centro de la fachada. Son sorprendentes los púlpitos barrocos tallados en madera en la nave central de todas las iglesias y catedrales. Los begijnhof o beaterios son antiguos conventos donde se refugiaban las viudas y las solteras para sobrevivir a la indigencia. Son inusuales y, por tanto, la visita es imprescindible. Por último, destacar la maravillosa pintura flamenca con el dream team: Van Eyck, Rubens, Van Dyck...
Así que, a pesar de no poder desprenderte del paraguas siquiera en los días de cielo despejado, pues nunca se sabe cuándo va a llover, creo que el fontanero no tenía razón. Si te sorprende la tormenta, es una buena excusa para degustar una cerveza mientras escampa. Al mal tiempo, buena cara. Y es que nunca llueve a gusto de todos. Carlos Ollo y Nora Labraza. Pamplona
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