"El lujo me ha alejado un poco de la realidad"
Guillaume de Seynes acaba de soplar las velas de una pequeña tarta de aniversario que le han preparado sus colaboradores. "Cincuenta y uno, si le interesa", se ríe. El vicepresidente mundial de Hermès acaba de llegar de París y pasará el día en Barcelona. "¿Y hay mucha preocupación en España por la crisis inmobiliaria?", pregunta mientras le retiran el pastel y le sirven helado de coco con piña. Conoce el país porque acudía con frecuencia cuando trabajó para varias firmas de champán, y porque algunos de sus mejores clientes eran españoles. Uno de ellos era Alfonso XIII. "Mi abuelo siempre decía que era muy simpático, que saludaba a todo el mundo", bromea. Su familia todavía atesora un arnés con un impacto de bala de un atentado que el monarca sufrió en París.
El vicepresidente de Hermès afronta la crisis con su receta centenaria: calidad
De Seynes es ahora el continuador de la centenaria saga Hermès que ha proveído de joyas, seda y todo tipo de prendas a la realeza, nobleza y jet-set de ambos lados del Atlántico. Representa la sexta generación y es el guardián de un proyecto que arrancó en 1837, cuando su antepasado fundó una firma de arneses. La tormenta financiera lo reafirma en su convicción de que su trabajo debe ser a largo plazo. En un momento en el que se desmoronan empresas que buscaron el beneficio inmediato, él se encarga de garantizar la supervivencia de la empresa, como su abuelo. "Tras la I Guerra Mundial se dio cuenta de que la gente ya no iría en caballo, sino en coche, y reorientó el negocio".
Apenas prueba el café que nos sirven. Se apoya en el asiento y sigue charlando. Es afable, risueño y elegante. "Son tiempos difíciles", prosigue, "por eso la fuerza tiene que venir de la fidelidad a los valores de la marca". Los 170 años de historia no le pesan ni lo presionan. Tiene dos máximas, que son "calidad y sentido común". Si se hubieran aplicado siempre, tal vez no estaríamos al borde de la recesión. "Es fácil decirlo ahora por obvio, pero cuando se entiende el mecanismo con el que funcionaban las hipotecas subprime, que se basaban en prestar según el valor previsto futuro de la vivienda y no del real, ya se ve que eso no podía funcionar", razona.
Los orígenes son el punto de referencia del empresario. Quizá por eso cuando fue a inaugurar su cuarta tienda en Macao le impresionó el cambio que había sufrido la región en poco tiempo. Ya no era ese lugar con pequeñas salas de juego donde los autóctonos jugaban a cartas. No, ya era más grande que Las Vegas. A pesar de su apego por el punto de partida, admite que el lujo lo ha alejado "un poco" de la realidad. "Cuando se trabaja en una casa donde la calidad es tan extrema llegas a considerar que es lo normal. Y se pierde de vista que hay gente que no puede tener eso".
Sin embargo, le gusta oír de sus dependientes que a la tienda de Saint-Honoré ha acudido un grupo de trabajadores para comprar un pañuelo de seda para una compañera que se jubila. Y a la vez, todavía siente orgullo cuando se entera de que Carla Bruni viste de Hermès el día de su boda. O cuando recuerda el bolso que les encargó Grace Kelly y que luego se adaptó para Jane Birkin y Kate Moss. O cuando le viene a la cabeza la petición del rey Humberto II, que quería un reloj de oro en su cinturón para jugar a golf. Todo ese legado deberá recogerlo dentro de unos años la séptima generación de Hermès, la que no ha llegado a los 25 años y debe formarse y trabajar en otros sectores antes del relevo.
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