Diccionario breve
Niágara, cataratas. El viaje a las famosas cataratas estadounidenses era el sueño de los recién casados de la clase media norteamericana de los años cincuenta. Una luna de miel en el paradisiaco y hotelero paisaje garantizaba una postal duradera para colgar en la memoria futura de los cónyuges. Pero la pluma de Joyce Carol Oates está reñida con las concesiones, y Ariah Erskine, protagonista de Niágara, se duerme feliz entre las sábanas color de rosa del lecho nupcial para despertar viuda. Las aguas del Niágara no sólo sirven como fondo tópico de las fotos de recién casados, sino también para encontrar la muerte. Y para envolver con su siniestra turbulencia las vidas de quienes, como Ariah Erskine -casada de nuevo e instalada con su familia cerca del lugar-, insisten en convertir en existencia feliz lo que no pasa de ser mediocridad e hipocresía. En esta novela -una de las mejores de la autora- las cataratas del Niágara se destiñen del azul pastel con el que las ha pintado el imaginario de los pintores de domingo para carcajearse cruelmente de la falsedad de un sistema de vida bendecido por el Fondo Monetario Internacional.
Marilyn Monroe. En agosto de 1962, en cuanto encontraron el cadáver de la mítica actriz norteamericana muerta en extrañas circunstancias, nació una industria que no ha cesado de lanzar al mercado un producto que siempre se vende: libros sobre la supuesta trama política que desembocó en el asesinato de la desdichada Norma Jean. Entre tanta letra impresa, las 900 páginas de Blonde. Una novela sobre Marilyn Monroe, de Joyce Carol Oates, son una obra maestra. Recibido con polémica e improperios, el relato de la vida íntima de uno de los grandes iconos de la historia estadounidense, el profundo análisis de la personalidad de la actriz, descrita como una persona ansiosa, insegura, adicta a los tranquilizantes y a los estimulantes, ávida de cariño y de reconocimiento, coincidía peligrosamente con la radiografía, cruel y certera, del Imperio. Magistral el uso de materiales literarios que utilizó la autora, mezclando diarios de Marilyn, poemas (Emily Dickinson, entre otros poetas), cartas, etcétera. Volviendo a la hipotética idea de que la muerte de la violada, explotada, perseguida y destrozada actriz fue una orden del presidente perpetrada por la CIA, fue a raíz de esta novela cuando sus más acérrimos defensores iniciaron la campaña de petición del Premio Nobel para Joyce Carol Oates. Una de las mejores obras sobre la grotesca realidad del sueño americano.
Boxeo. ¿Deporte?, ¿arte?, ¿metáfora de la vida misma? Para Joyce Carol Oates la vida es metáfora del boxeo, un ritual cuasi sagrado, oficiado en el ring, entre dos oficiantes que se enfrentan para llegar a lo sublime, a la experiencia absoluta de rendir cuentas de su ser, públicamente, en los límites del ser. Un rendimiento de cuentas a muerte, o a gloria, que en términos religiosos es lo mismo. En su libro Del boxeo, por el que fue, casi como de costumbre, duramente atacada por sensacionalista, la autora habla de los grandes mitos de esta atávica práctica, como Jack Dempsey, Barry McGuigan, Joe Louis, Sugar Ray Robinson, Jake LaMotta y otros, y sus raíces sociológicas, de la necesidad que todo grupo humano tiene de crear héroes, de racismo, de las grandes plumas que se han dedicado a comentar y analizar ese misterio que lleva a dos seres humanos a reproducir el infantil y posedénico encuentro de la bestia con la bestia, plumas que, como las de Mark Twain, Ernest Hemingway y -sobre todo- Norman Mailer -sobre todo, repito, Norman Mailer- luchan con la palabra en el cuadrilátero de la página en blanco -sobre todo, repito, Norman Mailer- para entender qué cosa es esa "dulce ciencia del aporreamiento". Libro magnífico y turbador, creo que casi inencontrable de Joyce Carol Oates, en el que aparece una cita que resume todo su contenido: "¿Por qué te has hecho boxeador?', le preguntaron al irlandés Barry McGuigan, campeón de peso pluma. Él respondió: 'No puedo ser poeta. No sé contar historias...". (Se lo mando a Enrique Vila-Matas, por si no la conoce).
Familia. Quería evitar la tentación de incluir esta voz en el mini diccionario Joyce Carol Oates. De hacerlo, hubiera incurrido en grave omisión. Pero, al no hacerlo, voy a incurrir en incompetencia. Considere el lector mi insuficiente defensa: para tratar este término aquí, con todas las de la ley, mi impericia verbal necesitaría toda esta página, todo este suplemento, todo este periódico, todo... La familia, en Joyce Carol Oates, y en todos nosotros, pobres mortales, es la madre -mala, buena, impagable, culpable, cabrona, salvadora, etcétera- de todo, absolutamente todo, lo que al ser humano, condenado a nacer y morir en esta tierra, le toca en puta suerte vivir. Pero ¿acaso podemos ignorar esa "cosa", esa reunión de seres entre los, sin saberlo, sin desearlo, sin elegirlos, nacemos y de los que no podemos despegarnos con métodos como la renuncia, el asesinato, la maldición, el despego, la distancia, y, me temo, la otra vida? Nada, nada nos puede librar de la familia. El siglo XX, en unas décadas optimistas, como fueron la de los sesenta y la de los setenta, intentó lo de la comuna, lo de la crianza en grupo, lo de... Nada. Pero, por Dios, si Rousseau ya lo intentó entregando sus propios retoños a la inclusa. ¡Fracaso total! En nuestro inconsciente, la familia proyecta una sombra más larga -e invencible- que la del ciprés de Delibes. Lean, sino, Qué fue de los Mulvaney o Las hermanas Zimm, de Joyce Carol Oates.
Literatura. Atienda el lector a este título de la autora: La fe de un escritor. Hay que tener fe para ser un escritor, hay que tener mucha fe para escribir sobre literatura, pero un escritor tiene que tener mucha, mucha fe para escribir sobre la fe de los escritores y de quienes tienen fe en la fe de los escritores y en la fe de la literatura y en la fe..., en fin, qué quiere que diga el lector. Lejos de mí desear que pierda su fe en la literatura o, ya hablando a calzón quitado, en lo que sea. Puestos a tener fe, si uno tiene fe en algo, la tiene en todo; o sea: tengan fe en la literatura y lean este libro de Joyce Carol Oates. Hablando de Joyce, de Fitzgerald y otros autores a quienes amamos -y quienes no los amen que se abstengan o que recapaciten-, nuestra autora nos hace un regalo inapreciable: tener fe, conservarla, defenderla con la vida y más allá, con lo que amamos por encima de todas las cosas. Amén.
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