Nadar entre dos aguas
Para los valencianos este acueducto enlaza dos símbolos: el Nou d'Octubre, la fiesta de la Comunidad Valenciana, y el 12 de octubre, el día de la Hispanidad. Hace más de un cuarto de siglo que esto viene sucediendo, pero los ciudadanos, entregados al disfrute del último puente antes del invierno, no están para reflexiones simbólicas. No obstante, creo que la coincidencia temporal de ambas solemnidades merece un comentario porque la Comunidad Valenciana es la única autonomía en la que sucede esto.
¿Casualidad? Eso parece: Cristóbal Colón no sabía que estaba desembarcando en un nuevo continente casi el mismo día del mes de octubre en el que el rey Jaume I había entrado en Valencia dos siglos y medio antes. Pero esta es una de esas coincidencias que parecen hechas aposta. Porque el dilema de la definición de la Comunidad Valenciana como entidad política se debate precisamente aquí, entre los hitos que marcan estas dos fechas en el calendario. Siempre me ha llamado la atención la extraña posición que ocupamos entre las comunidades autónomas. No es un secreto para nadie que desde comienzos del siglo XIX y, sobre todo, desde la transición política iniciada en 1978, hay dos tipos de comunidades, las bilingües y las monolingües. Las primeras no se sienten cómodas en lo que pudiéramos llamar la concepción heredada y están bregando continuamente para modificarla; las segundas aceptan, se diga lo que se diga, la visión uniforme pergeñada por los ideólogos del 98, y miran con desconfianza y creciente desapego a aquellas, a las que acusan de tirar por la borda el esfuerzo de muchos siglos. Mas si esto es así, ¿por qué no formamos parte del equipo ideológico de los bilingües, aunque seamos tan bilingües como ellos? Una respuesta poco meditada y que subyace a innumerables fracasos políticos es la de que los partidos valencianos han traicionado esta afiliación, primero lo habría hecho el PSOE, ahora el PP. Sin embargo, ambos han gobernado en Galicia y en Baleares, el segundo lo ha hecho, coaligado, también en el País Vasco y en Cataluña. Así que tal vez se deba a que realmente estamos en medio.
No sé si es cierto o no que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, pero, desde luego, en una democracia, tiene el gobierno del color político que ha elegido. Y si los valencianos han elegido hasta ahora la equidistancia entre el 9 y el 12 de octubre es porque lo han querido así. En 1986 se publicó un libro de Eduard Mira y Damià Mollà, cuyo título, De impura natione, lo dice todo. El hecho es que, bien porque somos un pueblo mestizo, bien por otros motivos, la Comunidad Valenciana constituye una singularidad en el conjunto de España. Lamentablemente este papel mediador no ha sido reivindicado por nuestros políticos, los cuales se han entregado ciegamente al seguidismo de las directrices que les venían de fuera. Ello contradice el propósito que guiaba al rey Jaume I cuando fundó el reino de Valencia: un estado de nueva concepción, ni aragonés ni catalán, fundamentalmente una opción mediadora entre ambas instancias lingüísticas y culturales. Luego el sistema de equilibrios en que consistía la Corona de Aragón se quebró cuando fue engullida por la lógica centralista de los Borbones. Hasta ahora mismo, cuando la conveniencia de recuperar el viejo modelo oriental resulta patente y la necesitad de comunidades mediadoras es absoluta. Pues bien, la posición de la Comunidad Valenciana no ha cambiado. La cuestión es si aparecerá la persona capaz de encarnar dicho legado histórico. De momento, vista la mezquindad de los discursos y la cortedad de miras de unos y de otros parece que nuestro hombre/mujer todavía no se ha decidido.
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