Clarinazo en Austria
La Unión Europea impuso un cordón sanitario a Austria hace ocho años, cuando la extrema derecha de Jörg Haider se incorporó al Gobierno. Tal posibilidad ha dejado de existir, entre otros motivos porque posiciones populistas e incluso neofascistas, consideradas inaceptables hace unos años, han tomado carta de naturaleza en el discurso político de muchos países europeos, empujadas por las nuevas realidades inmigratorias y los temores asociados a la presencia masiva de extranjeros. Véanse las ganancias electorales de grupos de extrema derecha en lugares como Bélgica, Holanda, Dinamarca o Suiza.
Las elecciones austriacas del domingo han visto a la vez un espectacular auge de la ultraderecha antieuropeísta y xenófoba (sus dos partidos obtienen casi el 30% del voto, el doble de 2006) y los peores resultados en casi medio siglo de socialdemócratas y conservadores, que han gobernado el país alpino desde la II Guerra Mundial. Una conmoción parecida ha sacudido a la vecina Baviera, donde los cristianodemócratas han perdido el monopolio del poder en su histórico feudo del sur de Alemania.
El líder socialdemócrata austriaco, Werner Faymann, primer ministro en funciones y ganador sólo aritmético de los comicios, dice que volverá a intentar una alianza con los populares, que ayer cambiaron de jefe tras su desastre electoral. Todo sugiere, sin embargo, que ha pasado la época de las grandes coaliciones sin interferencias. Sería un craso error cerrar los ojos a la realidad y considerar el voto del domingo como un sarampión de protesta. Si no ahora, en absoluto cabe excluir un regreso a los corredores del poder de la extrema derecha con Jörg Haider, casi un moderado a estas alturas en comparación con su rival Heinz Christian Strache. Lo sucedido en Austria es un nuevo clarinazo a los grandes partidos tradicionales sobre los desafíos que plantea el acelerado cambio del perfil social de Europa.
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