Sensibilidad en distancia corta
Hace ya algún tiempo que cada concierto de Antonio Vega se reviste con el tinte de la excepcionalidad. No se comenta casi nunca en voz alta, pero cunde como un reguero de pólvora en cada actuación la sensación de asistir, no sólo a uno de los mejores cancioneros que el pop hispano ha dado en los últimos 30 años, sino también a la que posiblemente sea una de sus últimas exposiciones en directo y de primera mano. Las cámaras de los móviles echan chispas inmortalizando el momento. A lo suyo, él se encarga de desmentir a los más agoreros, y con frecuencia se embarca en alguna gira en solitario que, como la que pasó por Valencia el viernes, deja un sabor de boca muy por encima de lo esperado. Y bien es cierto que lo esperado no era demasiado, habida cuenta del bajo perfil con el que se le vio en la reciente reunificación de Nacha Pop, escaso de voz y presencia. Se notó que, en una sala pequeña y sin el atosigante bullicio impuesto por su primo Nacho García Vega, el madrileño luce muchísimo más. Preciso a la guitarra y, sobre todo, nuevamente entero de voz, Vega desgranó, con la sola compañía del teclista Basilio Martí, un temario que, sin demasiado brillo en la última década, crece hasta el infinito con cada nueva recuperación de Lucha de gigantes, El sitio de mi recreo o Una décima de segundo. Lo demás ya es coser y cantar para un creador que, aun claramente viviendo de rentas, todavía es capaz de supurar mucha más sensibilidad y talento sobre un escenario que el que arroja el discutible promedio de músicos populares de este país.
ANTONIO VEGA
Basilio Martí: teclado. The Mill Club.
Valencia, viernes 26 de septiembre de 2008.
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