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Reportaje:PURO TEATRO

Donnellan tropieza, cae, se recupera, uf

Marcos Ordóñez

Los estudiantes del antiguo bachillerato francés solían memorizar la trama (y el sentido) de Andromaque con una frase muy certera: "Oreste aime Hermione qui aime Pyrrhus qui aime Andromaque qui aime Hector qui est mort". Aprendían también la extrañeza esencial del teatro de Racine: el contraste delirante entre una forma (aparentemente) "racional", ceñida y matemática, y el torbellino de pasiones que zarandea a unos personajes psicóticos, atormentados, incapaces de liberarse de una azarosa red de sentimientos contradictorios. Llega uno a pensar que el alejandrino mismo es su condena, su cepo supremo: la retórica empuja (lo podrían decir clarito, pero el endecasílabo manda), una rima genera la siguiente como un algoritmo iterativo, y así se mienten en voz alta, a los otros y a sí mismos, monologan, dudan, se justifican, dicen lo contrario de lo que sienten, se exponen en larguísimas tiradas. Veo el juego, claro, pero todo lo que tiene de hipnótico lo tiene de pomposo y pelmazo, como si te estuvieran vertiendo plomo derretido en la oreja, plomo con ocasionales vetas de oro. Si me dan a elegir me quedo, siempre, con Shakespeare: el pentámetro yámbico es mucho más fluido (y más humano: irregular, inesperado) a la hora de plasmar acción y reflexión en un mismo vuelo. Y ya no hablemos de su visión del asunto central (cada uno está enamorado de quien no debe y casi nadie puede conseguir lo que desea), infinitamente más porosa, ligera, perceptiva. Para mí que Racine hizo muchísima pupa a la literatura y la escena francesa (de Salambó a Koltés) y en cierto modo diría que se le representa por lo que tiene de tour de force, de altísima estatua, de divinas palabras, pero hay algo en sus obras que sigue atrapando. No sólo ese contraste entre hielo y fuego: puede aburrir el patrón rítmico pero seducen las tramas sofisticadamente perversas y la disposición de los conflictos.

Declan Donnellan se sabe de memoria la función; la tradujo al inglés cuando empezaba, la montó, y ahora ha vuelto a ella con actores franceses

Declan Donnellan se sabe de memoria la función; la tradujo al inglés (sin rima, claro) cuando empezaba, la montó y ahora ha vuelto a ella, con actores franceses, en producción de Bouffes du Nord, que se ha visto en Almagro y ha estado cuatro días en el Nacional catalán, abriendo temporada. Parece que los grandes hallazgos de Donnellan, dicen, han sido "coloquializar el verso" y poner en el centro de la escena a Astyanax (Sylvain Levitte), el hijo de Andromaque, que no "salía" en el original, convirtiéndolo en "objeto de deseo". Lo del verso me parece una sinsorgada. En la primera escena no hay quien entienda a Oreste (Xavier Boiffier) y Pylade (Romain Cottard): susurran, trocean por donde no deben, y lo mismo hace luego Pyrrhus (Christophe Grégoire), aunque con más poderío. Unas declaman (Céphise: Bénédicte Wenders), otras cacarean y chillan (Hermione: Camille Jappy), y la única que lo dice por derecho, con sentido, con fuerza y con emoción, es Andromaque, la formidable Camille Cayol. ¿Por qué estas disparidades? No lo comprendo. Y me parece banal convertir a Astyanax en visible nudo de la trama porque es un objeto de deseo secundario: la obstinada negativa de Andromaque a encamarse con Pyrrhus es lo que detona todas las pasiones, el auténtico agujero negro, hasta el punto de que la berroqueña esclava desaparece de escena a media función y sigue siendo el eje de la rueda. En la segunda parte, la tragedia se centra, suculenta y sorprendentemente, en Oreste y Hermione, que protagonizan una versión anticipada de El cartero siempre llama dos veces: mujer fatal empuja a inocente al crimen. Ahí es donde Donnellan tiene más tela que cortar y se luce a modo. La primera parte está llena de trivialidades indignas de un director de su talla. Nos frotamos las manos al ver el espacio: desnudo, diez o doce sillas, penumbra. Estupendo: esto va a ser como The Changeling. Pero, ya digo, empiezan a hablar y no se les entiende un grijo, y se suceden las preguntas. ¿Por qué Oreste se mueve como un tontiloco y Pylade tiene el perfil y las maneras de un joven De Gaulle? ¿Por qué Pyrrhus parece un cruce entre un mafioso y Sarkozy? ¿Y para qué instala en el centro a Astyanax, cuando lo único que hace es saltar a los brazos de todo quisque como una mascotita? Lo peor es el "tratamiento" de Hermione, una descomunal loca de amor a la que Donnellan degrada, caricaturiza, entre preciosa ridícula y arpía de dibujos animados. ¿Y por qué anda a saltitos Cléone (Cécile Leterme), su confidente? A punto estuve de salir zumbando; sólo me retenía Camille Cayol, tan feroz, tan pantera herida como la joven Casares en Les dames du Bois de Boulogne, pero me quedé y obtuve premio. En la segunda parte, Donnellan 'filma' lo que Racine no muestra, la boda de Pyrrhus y Andromaque con un suspense que es puro Coppola en el primer Padrino, una escena admirablemente pautada, mientras Oreste narra el asesinato. Y es de antología la metáfora de la muerte de Pyrrhus: cae confeti blanco sobre su testa y de pronto se convierte en rojo, en pétalos de sangre. Por el contrario, Donnellan no nos hace ver el suicidio de Hermione, que se inmola junto al rey (y también hay que decir que en toda esta parte Camille Japy crece y logra escapar, con extremo vigor, de la degradación), ni los fantasmas de ambos: el confeti sangriento engloba toda la violencia. En ese tramo final el escenario se vacía, y Oreste, que había mutado en personaje de James Cain y en Lorenzaccio helénico, actúa como un Hamlet sonámbulo, rodeado de humo y de nada, con Pylade mitad Osric mitad Horacio a su lado, y abrillanta maniacamente los botones de su uniforme mientras recita: "Est-ce Pyrrhus qui meurt? Et suis-je Oreste enfin?", perdidísimo, y aparece, otra gran imagen, Andromaque con su vestido de novia, impoluta, reina por carambola o por plan secreto, sonriente, pavorosa, menos heroína que arma de destrucción masiva, y con el heredero a su lado. Nunca imaginé que un campeón como Donnellan mordería la lona, pero también ha sido emocionante verle recuperarse del KO para pelear de nuevo, salvar el último round y ganar por puntos. -

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