_
_
_
_
Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Nostalgia de cocodrilo

Jacinto Antón

Embargado por una rara nostalgia fui al reencuentro del caimán de Collserola. Lo visité el jueves en las instalaciones de acogida en Masquefa (Anoia), donde vive desde que lo capturaron hace justo dos años en el pantano de Can Borrell. Ha crecido mucho y yo diría que le han salido más dientes. Hoy no se dejaría atrapar tan fácilmente.

En este melancólico final de verano coinciden dos aniversarios: el de la captura del caimán y el de la muerte de Steve Irwin, el cazador de cocodrilos australiano fallecido el mismo septiembre de 2006, cuando una huraña raya gigante le clavó el aguijón en el pecho. Estos días me he sumergido en su biografía, la de Irwin: pensaba que me encontraría un puñado de extravagantes aventuras del Aussie más famoso y descerebrado, y me he topado con una inesperada historia de amor.

Visita al caimán de Collserola en el aniversario de la muerte de Crocodile Hunter

El libro (Steve & me, Simon & Shuster, 2007) lo ha escrito su viuda, Terri Irwin. Tiene mucho de endulzada hagiografía y un punto enervante de intentar reconducir la popularidad -y el negocio- del finado hacia ella misma y sus hijos, Bindi Sue y Baby Bob, que con cuatro añitos parece encaminado a seguir los pasos de su padre vestido de caqui y agarrando reptiles (el otro día le mordió una boa). Sin embargo, Terri, una veterinaria de Oregon amante de los pumas, parece sincera en su amor por Crocodile Hunter y la lectura es muy emotiva. Como luna de miel, la pareja fue a explorar los marjales de Cattle Creek y Steve le enseñó a su chica la manera de atrapar cocodrilos saltándoles sobre el lomo al grito de "¡cooee!". Eso sí que es seducir.

El libro está lleno de episodios sensacionales: Steve atrapando un emú a la carrera, a punto de liarse a bofetadas en plan Cocodrilo Dundee con un grupo de desolladores de saurios en un bar al norte de Queensland, o chillando cuando una araña le pica en los mismísimos (le quedó marca). Pero hay pasajes muy tiernos: "¿Me querrías aunque un croc me arrancara un brazo o una pierna?", pregunta Steve a Terri entre arrumacos y reptiles. La viuda revela que bajo la capa extravertida e hiperactiva había un Crocodile Hunter más profundo, casi -lo que hay que ver- existencialista, bien consciente de su mortalidad y convencido de que moriría joven, para lo que, es cierto, no hacía falta ser un vidente. Su amor por los cocodrilos, incluso por los grandes saltie, los enormes cocodrilos de agua salada -que son realmente difíciles de querer-, era, parece, verdadero.

Con Crocodile Hunter, sus sentimientos y su destino arremolinándose en mi cabeza me dirigí, pues, a Masquefa, en cuyo activo Centro de Recuperación de Anfibios y Reptiles de Cataluña (CRARC) reside el caimán de Collserola. Me recibió Albert, el veterinario, que me dejó solo porque tenía, dijo, que operar de urgencia a una tortuga. Así que deambulé por las instalaciones, hasta dar -hay un letrero- con el espacioso recinto que comparte el caimán con otros tres congéneres recogidos del arroyo. Me conmoví al encontrarlo y estaba dirigiéndole unas cariñosas palabras australianas -G'day, mate!- cuando se me acercó el director técnico del CRARC, Joaquim Soler, para sacarme de mi error: ése era en realidad una hembra, la única del lote, capturada el año pasado en el Besòs a su paso por Santa Coloma de Gramenet, que ya es sitio para encontrarse un cocodrilo. "El de Collserola es aquél", dijo señalando otro caimán, mucho más grande, grueso y con cara de autosatisfacción. "¡Vaya, cómo ha crecido!", me emocioné. "Sí, se ha hecho guapo", concedió Soler con un deje de orgullo, aunque, recalcó, en el centro no se da un trato especial a nadie, ni siquiera a los caimanes mediáticos. Me explicó que lo han sexado, "metiéndole el dedo" -qué duro es a veces ser biólogo-, y ha quedado bien establecido que es un macho. El pillastre ha iniciado ya pautas de cortejo. Pensé en Steve y Terri, y se me humedecieron los ojos. Soler carraspeó, incómodo. Quise explicarle qué me había llevado hasta allí: el aniversario de la captura, el recuerdo de la muerte de Irwin, el elegíaco libro de su viuda, la repentina transparencia del aire que hace septiembre tan triste. Tuve un acceso depresivo y pensé que no era mala vida aquella en el centro, sin penas ni pasiones. Aunque tuvieras que comer despojos y compartir a la caimana del Besòs. A lo mejor también me acogían a mí. Soler observó preocupado mi ánimo sombrío y dudó si darme unas palmaditas en la espalda. Me dijo, en cambio, que parece haber pasado un poco la moda de los cocodrilos. "En todo este año sólo ha entrado uno, de un particular que nos llamó. La gente parece haberse dado cuenta de que comprar un caimán es una majadería que comporta grandes problemas y pocas alegrías. En cambio, con las iguanas no hay manera".

Cuando volví a quedarme solo, saqué de la cartera la biografía de Irwin y releí acodado en la cerca de los caimanes los pasajes sobre su muerte: no hay morbo -nada sobre la angustiosa agonía subacuática ni los intentos de reanimación-, pero sí una imagen desgarradora de la viuda en el hidroavión con el cadáver de su marido, dándole el último adiós. Al acabar de leer, un pesado silencio cayó sobre el paisaje mineral de escamas y garras, y todos -hombre y reptiles- nos sumimos en un mudo y sentido homenaje, con alguna lágrima, al cazador de cocodrilos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_