Una noche para ver la ciudad
Si algo consigue la Noche en Blanco es que, al menos por una noche, la gente se pare a mirar su ciudad. Y, de pronto, hordas humanas entran a curiosear en iglesias que llevan ahí toda la vida, sólo porque alguien se preocupó de poner un cartel: "Ésta es una de las iglesias más bonitas de Madrid". Así ocurría el sábado en la iglesia de san Manuel y san Benito de Madrid, frente al parque del Retiro. "¿Qué edificio es éste?", preguntaba un chico a su madre metros más adelante, en la misma calle de Alcalá. "Junta de Castilla y León", respondía ésta leyendo la placa de la puerta.
Por tercer año consecutivo las calles de Madrid se vieron invadidas por cientos de miles de personas, arrastradas por una curiosidad irrefrenable, ávidas por descubrir algo nuevo en la ciudad por la que pasan a diario, pero que pocas veces se detienen a observar.
Los madrileños demostraron que están hechos para las colas: cientos de personas esperaban para cruzar por el puente de madera que Eugenio Ampudia había creado en uno de los arcos de la Puerta de Alcalá; otros tantos, esperaban para entrar en el Museo Thyssen, en el paseo del Prado; miles de personas se apelotonaban en la Gran Vía, esperando (ya desde las 23.00) a un funambulista que nunca llegó a cruzar por el cable que iba desde el Instituto Cervantes al Círculo de Bellas Artes debido a las rachas de viento.
Hasta 120.000 personas pasaron por la Cibeles y la Puerta de Alcalá, 40.000 por la plaza de España, 10.000 visitaron el Palacio Real, 6.000 el Conde Duque y la catedral de la Almudena, 15.000 por el Matadero, donde el cineasta Pedro Almodóvar se llevó una gran ovación del público tras el concierto que se celebró en su homenaje como embajador de Madrid. Los últimos 10.000 de la noche, llenaron el Paraninfo de la Complutense al ritmo de la música electrónica.
Una vez más, la Noche en Blanco, con sus más de 170 actividades y sus 1,5 millones de inversión, casi muere de éxito. Si bien es cierto, que las intervenciones del Samur se redujeron a 74, los atascos volvieron a ser otra característica más de la velada cultural. Las calles cortadas de casi toda la zona centro obligaron a modificar recorridos y generaron embotellamientos. Las bicicletas tampoco pudieron campar a sus anchas debido a que, en muchas zonas, el gentío impedía su circulación. Y el metro, que funcionó hasta las 3.00, se colapsó en las estaciones del centro. En la de Sevilla, a eso de las doce de la noche, no podía entrar ni salir un alma.
Los que no pudieron llegar o los que prefieren ver las cosas sin la compañía de la masa todavía podrán ver la propuesta Máximo silencio, en la explanada del Rey, hasta el martes; y la instalación de Lang Baumann en el edificio de Telefónica, hasta el domingo 21. El resto de la ciudad abre todos los días.
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