Haciendo bucles
Ni desde mi sillín ni desde la habitación del hotel como es habitual; hoy escribo desde el asiento 13 C del vagón 5 de una unidad del AVE. Ayer la etapa comenzó en Ciudad Real y terminó en Toledo, aunque haciendo honor a la realidad, nuestro día no termina hasta que lleguemos a Lérida. Aún faltan un par de horas. Es tiempo, pero los minutos transcurren aquí más relajados que los que hemos vivido sobre la bicicleta.
Otra forma más exacta de decir lo mismo es que ayer hicimos un simulacro de AVE de Ciudad Real a Toledo. Luego paramos un rato, nos duchamos y cogimos el AVE de verdad, el que va por raíles.
Una etapa que sobre el papel se veía como una de las más fáciles de la Vuelta, sino la que más (150 kilómetros llanos con la excepción de un puerto de tercera y del último repecho traicionero en los alrededores de Toledo), se convirtió en la más nerviosa de lo que llevamos de carrera. El viento tuvo la culpa. Sopló moderado durante todo el recorrido; en diferentes direcciones, pero siempre con un componente favorable, por lo que la velocidad fue siempre alta y los nervios estuvieron todo el día a flor de piel.
En el pelotón circulábamos haciendo bucles. El Astana del líder controlaba ayudado por el Cofidis de Chavanel, que aspiraba a robarle el maillot oro al americano gracias a las bonificaciones de los sprints intermedios (al final lo logró). El resto de equipos tratábamos de estar unidos entre nosotros, que con el viento nunca sabes cuándo se va a liar, y más vale estar acompañado. Nos juntábamos y subíamos a cabeza del pelotón por los laterales del mismo, cara al viento. Una vez allí tratábamos de mantener la formación, pero en cuestión de kilómetros esto se antojaba imposible, porque también otros querían hacer exactamente lo mismo y al final terminábamos mezclados los unos entre los otros. Así que, poco a poco, ibas perdiendo de vista a tus compañeros mientras caías engullido por la bola del pelotón. Y entonces era cuando te dabas cuenta de que de nuevo habías llegado sin querer a la cola. Buscabas a tus compañeros, te juntabas con ellos y... vuelta a empezar: por un lateral cara al viento hacia la cabeza de pelotón.
En uno de estos bucles, en el momento en el que estábamos en formación detrás de los que tiraban, coincidimos en paralelo con el Liquigas haciendo la misma operación. Uno de ellos y otro de los nuestros, Flecha y Pozzato, antiguos compañeros de equipo, circulaban manillar con manillar. Hablaban, bueno... más bien se vacilaban el uno al otro, bromas entre amigos. Algo se dijeron y comenzaron a reírse, así que el compañero de Pozzato que circulaba por delante giró la cabeza para participar en la gracia. Pero esa fracción de segundo en la que descuidó su atención sobre la bicicleta fue suficiente como para liarla, pues tocó la rueda del corredor que le precedía, hizo lo que llamamos el afilador y cayó como un plomo sobre la carretera. Él, y gracias al efecto dominó, unos cuantos de los que le seguían. Menos mal que por delante hubo tregua, unos minutos de parón para esperar a los caídos y luego, otra vez en formación, a hacer bucles de nuevo, aunque ahora, por si acaso, todos un poco más atentos.
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