Nada ayuda más a triunfar que el propio éxito
Un recorrido a través de las aulas que reúnen a los mejores investigadores del mundo. Su meta es alcanzar la excelencia científica, y su reto, hacerla tangible.
Hemos llegado al final de viaje y es hora de preguntarnos: ¿Por qué el conglomerado Harvard-MIT encabeza todos los estudios que evalúan la excelencia científica? ¿Por qué está en la cúspide de la calidad universitaria? Se lo preguntamos a Robert S. Langer, premio Príncipe de Asturias 2008, que dirige el mayor laboratorio de ingeniería médica del mundo en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y es uno de sus investigadores más cotizados y premiados.
-Porque tienen una historia de excelencia. Y la excelencia atrae a la excelencia. Han sido capaces de atraer a gente muy buena, y la gente muy buena tiene el poder de atraer a otra gente muy buena. Cuando yo hice los estudios de posgrado en el MIT, pensé que era la mejor universidad de ingeniería del mundo, y por eso quise quedarme. Espero que siga siéndolo por mucho tiempo.
No hace falta ir muy lejos para comprobarlo: justo después de despedirnos de Langer, en la antesala de su despacho aparece un hombre que por su edad no es desde luego un estudiante. "¿Sois españolas?", pregunta con curiosidad. Nos ha oído hablar y ha salido disparado. Es de una afabilidad contagiosa: media hora después, ya nos ha enseñado el edificio y estamos tomando un café en el pequeño bar que hay junto a la puerta principal.
-Y bien, ¿qué hace un "chico" como usted en un lugar como éste?
-Lo de chico se agradece mucho. Lo cierto es que ya tengo una edad, pero estoy disfrutando como si fuera un estudiante. Me he tomado un periodo sabático y he venido a reciclarme.
Les cuento: es Jesús Santamaría, catedrático de la Universidad de Zaragoza y subdirector del Instituto Universitario de Nanociencia de Aragón. Ha venido al laboratorio de Langer porque es el más avanzado de su especialidad. Tiene 150 investigadores y técnicos, de los que 50 son doctores, de manera que con esa potencia de fuego no es extraño que Langer haya recibido en los últimos 18 meses cuatro premios de máxima categoría: la Medalla Nacional de Ciencias 2007, el Premio Max Planck de Investigación 2008 (1,5 millones de euros), el Millenium Technology Prize (un millón de euros) -el equivalente del Nobel en el ámbito tecnológico- y el Premio Príncipe de Asturias.
Está claro que aquí se cumple aquella máxima de que "nada ayuda tanto a triunfar como el propio éxito". Éste es el verdadero secreto del MIT y no hay que confundirlo con nuestro "cría fama y échate a dormir", porque no es lo mismo. Para ganar todos esos premios y ser uno de los 10 "Institute Professor" del MIT, como Langer, se tiene que tener mucho mérito y mucha capacidad de trabajo. Y ser bastante expeditivo. Langer lo es tanto, que sus colaboradores encontrarían raro que les concediera más de 10 minutos. "Pero es un hombre muy accesible", nos dicen.
Lo es. No tardó ni media hora en contestar a nuestra petición de entrevista: al día siguiente, 30 minutos. A la hora convenida, mi compañera Ester Riu y yo estamos en su despacho. Llega puntual y nos saluda con gran cordialidad, pero no tardamos en darnos cuenta de que ha puesto el piloto automático y de que su cabeza está en otras cosas, seguramente muy importantes. Pero resulta muy interesante observar al genio en su botella. Robert Langer es capaz de mantener el hilo de la entrevista, contestar a las preguntas, pensar en el problema que le ocupa la mente y despachar sus asuntos a través de su Blackberry. De hecho, es con la Blackberry con la que mantiene el contacto visual la mayor parte del tiempo. Fascinante.
-¿Es bonito Oviedo? -nos pregunta al despedirse.
-Muy bonito. Precioso. Y además, le van a tratar como a un rey.
Parece complacido. La fabada con centollo tiene su aquél, pero no tenemos tiempo de explicárselo. Langer llega a los 60 años con un currículo apabullante: 380 patentes, 680 artículos científicos y 13 libros. Es difícil imaginar la enorme cantidad de esfuerzo y talento (no sólo suyo, claro) que hay detrás de semejantes cifras.
-¿Le ha sido difícil ser aceptado? -le preguntamos a Santamaría.
-Bueno, has de tener un nivel. Y, en mi caso, yo vengo con mi dinero. Una vez aquí, te dejan mucha libertad, pero si no tienes algo que aportar, no hace falta que vengas. Sólo les interesa lo muy, muy, muy puntero. Se supone que el resto lo puedes hacer en casa.
Ha sido una suerte encontrar a Jesús Santamaría, porque el suyo es un testimonio muy interesante. Ha tenido la oportunidad de ver el MIT desde dentro y darle vueltas a los factores que hacen posible tanta excelencia. Nos da dos primeras claves. La primera es que saben mantener muy bien un difícil pero estimulante equilibrio entre competitividad y cooperación. Todos por el objetivo, pero mis ideas son mías. Ésta es la regla. Y si tienes una buena idea, no te preocupes, te darán todos los medios para que puedas hacerla prosperar. El MIT se quedará una parte (el 68% de los fondos que recibe cada proyecto), pero todas las puertas estarán abiertas. Fíjense en este dato: de los laboratorios del MIT han salido más de 4.000 empresas que emplean en estos momentos a 1.200.000 personas. Reunidas, serían la 24ª economía del mundo.
La segunda regla sobre la que Santamaría llama la atención es la flexibilidad, la ausencia de jerarquía. El profesor es el profesor, obviamente, pero los equipos son muy horizontales y lo que se valora más son las ideas, no la posición. Nada, por estrambótico que parezca, se deja fuera de consideración. El profesor nunca dirá "baje usted de la estratosfera, joven", sino "muy bien, muy interesante, ¿y cómo llevaría usted a la práctica esa idea?". El alumno, en el MIT, es lo más importante. Es el capital del futuro. De los 10.000 que tiene, 6.000 son de posgrado. Es, por tanto, una fábrica de cuadros científicos, y por eso entre sus éxitos se cuentan 71 premios Nobel.
Sin embargo, tanta excelencia puede tener también un precio en términos psicológicos. El 16% de los estudiantes ha de pasar por los servicios de psiquiatría. Hasta tal punto es alta la presión, que la dirección recomienda a los profesores vigilar el estado de ánimo de sus pupilos para salir en su ayuda ante el menor síntoma. Porque no es fácil llegar al MIT, y menos permanecer en él. De las 12.445 solicitudes presentadas el año pasado, sólo fueron aceptadas 1.553, el 12%. Los seleccionados suelen ser los mejores de su universidad y están acostumbrados a sobresalir, pero cuando llegan al MIT, ¡todos son los mejores!
El último curso, la matrícula costaba 23.734 euros y se podía encontrar alojamiento en el propio campus por un precio que podía oscilar entre 358 y 941 euros al mes.
Tanto el MIT como la Universidad de Harvard son conscientes de que con estos precios dejan fuera mucha inteligencia, y eso tampoco es bueno. Demasiado elitismo perjudica a la institución. Por eso, el MIT estimula el acceso a través de becas y la Universidad de Harvard ha puesto en marcha un programa especial para captar estudiantes brillantes en los barrios pobres de EE UU.
Una de las cosas que sobresale del MIT es que hace ya mucho tiempo que practica la interdisciplinariedad. Y no sólo por el procedimiento de hacer trabajar juntos a ingenieros, biólogos, químicos o informáticos. Muchos de sus investigadores tienen formación en varias disciplinas. Sabe, además, que el éxito de la ciencia no termina en el laboratorio. Por eso tiene equipos específicos, como el Innovation Teams Program, que dirige Ken Zolot, cuyo cometido es enseñar a ser emprendedor, a buscar estrategias para convertir las ideas en realidades de mercado.
El mismo Zolot ha fundado varias compañías. Su primera start-up fue Spectra Corporation, especializada en satélites de comunicación, y la última, Egenera, una empresa de sistemas informáticos. Ahora tiene entre sus colaboradores a otro emprendedor, el barcelonés Luis Pérez Breva, un ingeniero químico que estudió ciencias computacionales y ahora trata de diseñar un modelo informático que permita a los biólogos manejar la enorme cantidad de variables que se producen cuando quitan y ponen genes.
Ken Zolot nos recibe también media hora, pero en ningún momento aparece la Blackberry. Es tiempo de comunicar.
-¿Qué es la meta-innovación?
-Innovar con la innovación. Observar los avances científicos más innovadores y conseguir la forma de que puedan llegar a la sociedad y así puedan cambiar la vida de las personas. No siempre es fácil convertir la innovación en algo tangible. Imagine que conseguimos un fármaco tan milagroso que fuera capaz de curar al 99% de la población, pero que matara al 1%. Ese fármaco sería sin duda muy innovador, pero nunca llegaría al mercado.
-¿En qué ámbitos prevé los cambios más espectaculares?
-En biomedicina. Se van a producir avances increíbles. Veo una combinación de robótica, nanotecnología y bioingeniería. La idea es que tendremos a nuestra disposición agentes inteligentes que se pasearán por nuestro cuerpo o que podremos enviar como embajadores a otro lugar para que hagan algo para nosotros. Serán una especie de extensión de nuestro cuerpo. Veo también a cientos de miles de millones de insectos y organismos diversos haciendo algo para nosotros en algún lugar...
-¿Robótica y biología juntas?
-Más que eso: veo el interfaz entre la carne y la máquina. Y esta interfaz va a afectar a la robótica, la biotecnología, la forma que tenemos de tratar las enfermedades y hasta la forma de expresarnos.
Bien, hemos terminado este viaje por las fronteras de la ciencia. En este tiempo he llegado también al final de The Last Lecture. Ahora entiendo la razón por la que el libro está entre los más leídos de Harvard. Randy Paush tocaba el futuro con la punta de sus dedos y de repente le dijeron que todo lo que le quedaba eran seis meses. Sabía que ni la ingeniería de tejidos ni las naves de oro llegarían a tiempo de rescatarle. Y como era, ante todo, un buen profesor, quiso dar su última lección. Cierro el libro y entro en su página web (http://www.thelastlecture.com/). La última comunicación es escueta: "25 de julio: Randy ha muerto esta mañana por complicaciones del cáncer de páncreas".
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