UNA VOZ
Mucha gente no ha oído nunca su voz, unos por jóvenes, otros por la holgazanería de ver el cine doblado. Todo el mundo, sin embargo, conoce su rostro, inolvidable una vez visto: en Casablanca, en M, el vampiro de Düsseldorf, en la primera versión de El hombre que sabía demasiado, en El halcón maltés, en La comedia de los terrores, por citar sólo alguno de los títulos en los que destacó Peter Lorre. Desde este verano se puede disfrutar de su extraordinaria voz, de su insólito físico y de otra zona de su talento que sólo una vez se manifestó: no estrenada nunca en España, se ha recuperado ahora por el sello Divisa El hombre perdido (Die Verlorene), la única película que Lorre escribió y dirigió en 1951. Realizada en Alemania en un blanco y negro de calidades expresionistas, y situada en el periodo de posguerra y II Guerra Mundial, Die Verlorene narra en apariencia la tragedia de un hombre corriente convertido en psicópata asesino, pero hay muy pocas obras en la nutrida filmografía del nazismo que revelen tan certeramente la miseria moral de una sociedad, el cinismo de unos dirigentes, la imposibilidad del disimulo y la angustiosa noción de culpa que sólo ciertos seres son capaces de sentir en situaciones de podredumbre general.
No estrenada en España, se ha recuperado ahora El hombre perdido, la única película que Peter Lorre escribió y dirigió
Ya que hemos dicho que la voz de Lorre es la octava maravilla del séptimo arte, y está asequible por unos pocos euros, querría aquí hablar de su cabeza. Sobresaliente, como la de un quelonio, de un cuerpo que más parece un caparazón ancho y corto de extremidades, la cara de esa cabeza hipnotiza por sus ojos de mucho párpado, que se dirían abiertos eternamente, como los ojos pintados de las momias egipcias. De la boca larga de Lorre cuelga en los 90 minutos de El hombre perdido un cigarrillo, justificando metafísicamente el tabaquismo; su Doctor Rothe no fuma por nerviosismo, sino que el fumar es el nervio del personaje. "Estoy vivo por un cigarrillo", dice en cierto momento. La película también arde sin parar, y sólo acaba cuando él decide apagar la brasa de su mirada.
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