La memoria neorrealista
La Casita del Mar, en la playa de El Prat, aún mantiene su aire de provisionalidad
No podía esta serie obviar la playa de El Prat de Llobregat, zona otro tiempo poblada de chiringuitos autoconstruidos con ladrillo y uralita en medio de tamarindos de elegante color malva y pinos humillados por el abrasador siroco. De todo aquel mundo neorrealista que se mantuvo impertérrito hasta años después de los Juegos Olímpicos sobrevive hoy únicamente La Casita del Mar, al final de la carretera que conduce a Can Camins bordeando la cabecera de pistas del aeropuerto y la entrada del antiguo golf, hoy cerrado a la espera de la intervención que ha de convertirlo en un parque público. La Casita del Mar parece como aferrada a la vieja memoria. No ha perdido el aire de provisionalidad que siempre le han otorgado las tuberías y los cables vistos, el ladrillo pelado, los enlosados irregulares, los cobertizos de fortuna y las mesas y sombrillas de propaganda. Misteriosamente, la piqueta ha obviado este rincón cuando ya todo el entorno ha sucumbido a ella. La nueva gestión de la Casita del Mar ha encalado las paredes y las ha decorado con motivos marinos kitsch, sin alterar en lo más mínimo el aspecto general de decorado de película de Pasolini. La carta del establecimiento se mantiene poco más o menos como la que siempre ha sido: ensaladas, carnes y pescados a la plancha, calamares a la romana, tapas, etcétera. Hay también churrasco, bien preparado (9,50 euros): como mínimo, un par de los actuales camareros son argentinos.
Hoy los otros chiringuitos de la playa de El Prat están situados sobre la misma arena
Hace algunos años la playa de enfrente estaba vetada a los bañistas, debido a la contaminación del río que desemboca poco más al norte, pasado el estanque de la Ricarda. Solían utilizar esa playa los profesionales del cuerpo de uno y otro sexo para broncearse al amparo de miradas indiscretas. También eso ha desaparecido. Hoy es una playa familiar con todos los servicios debidos: duchas y fuentes para librarse de la arena tras el baño, senderos entarimados para no quemarse los pies, servicio de alquiler de sombrillas y tumbonas, áreas de juegos infantiles, puestos de socorro, carril bici segregado hasta la laguna de la Roberta, puestos de observación para avistar la variada fauna avícola, carteles explicativos de la riqueza ecológica de la zona con insistentes exhortaciones a respetar el medio ambiente, etcétera. Homologación socialdemócrata.
Hoy los chiringuitos de la playa de El Prat están sobre la misma arena y forman parte del llamado Circuit Prat. Se llaman chiringuito Calamar y Sugar y por la noche programan conciertos y "cenas del mundo" con platos exóticos. El menú del Calamar de hace unos días consistía en una ensalada de verano, fettuccini y bebida, el todo a 10 euros. En el Sugar, junto al club náutico, un cartel ofrecía servicios de shiatsu, quiromasaje, reflexo y drenaje linfático, a 15 euros los 20 minutos. También la música ha cambiado: en el Calamar se escuchaba a un rapero americano, mientras que el Sugar optaba por una suave cantante de jazz. Es obvio que el omnipresente flamenco de extrarradio de otro tiempo ha cedido terreno.
Debería conservarse La Casita del Mar por la misma razón por la que se preserva una iglesia románica o se montan exposiciones sobre el barraquismo de las décadas de 1950 y 1960. Tras la transformación olímpica de la Barceloneta, emblema de esos chiringuitos populares, quedan ya muy pocos vestigios de aquella civilización: en Badalona y Montgat sobreviven todavía algunos, pero su desaparición parece tan inminente como la de La Casita del Mar. Es obvio que la transformación general del país ha sido para bien y que la nostalgia queda fuera de lugar: por fortuna, las ratas zampándose las cabezas de gambas sobre la arena constituyen una imagen desterrada de la realidad. Pero perder por completo la memoria de la miseria en que un día vivimos es en cierto modo renunciar a la variedad que tanto celebramos en otros campos. Tomarse una cañita en el Calamar a medio baño y luego dar un salto en el tiempo para llegarse hasta La Casita del Mar y comerse un conejo al ajillo es un buen plan. ¡Que no sólo hemos de vivir del diseño, hombre!
La Casita del Mar. Carretera de la Playa de Can Camins. El Prat de Llobregat. Teléfono: 93 378 91 20.
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