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Reportaje:EL RINCÓN

El tictac del silencio

El último tictac fue a las 11.29 de una mañana ya extraviada en sus recuerdos. Así, sin más, el antiguo reloj de pared que Juan Eduardo Zúñiga heredó de su padre entró en rebeldía silenciosa. Y ahí sigue, a tono con el sobrio salón de su casa en Madrid y con este escritor que parece un tímido y sabio fraile vestido de paisano. Aunque el verdadero territorio donde escribe en ese salón es un rincón que colinda por el norte lejano con una gran librería, al oriente con una mesa de centro de madera, al sur, a su espalda, con una estantería que comparten el televisor, algunas cerámicas, un tocadiscos, varias películas y una selección de sus libros favoritos, mientras al occidente se halla el motivo real por el cual Zúñiga (Madrid, 1929) se refugia en ese sitio: la luz nítida de una ciudad que flota sobre los árboles del parque del Retiro que ve desde su sillón granate por una puerta-ventana.

Sentado en ese sillón, Zúñiga pasa escribiendo gran parte de las mañanas y de algunas noches, "acaso predispuestas por la luz eléctrica que tan amiga es de los que leen". Es el rincón de quien sabe del mundo antiguo y ha creado algunos de los mejores libros sobre la Guerra Civil española: Largo noviembre de Madrid, La tierra será un paraíso y Capital de la gloria (este último Premio Nacional de la Crítica 2003). Una trilogía hecha de cuentos, de historias donde resuenan los miedos desatados por las armas y las voces, y de los corazones aturdidos e invadidos de dilemas éticos, desconfiados o traicioneros de aquella ciudad de su infancia resquebrajada de incomprensiones. Historia.

Incluso rodeada por el rumor de la ciudad, el silencio acogedor palpita en su casa. Una vez toma posesión de su sillón, Juan Eduardo Zúñiga acerca una mesita de madera que compró en Londres hace mucho tiempo y que le sirve para leer con sólo levantar una lámina o para escribir bajándola. Sobre ella, una carpeta con folios cogidos con una pinza a la espera de que él los llene con su mano. Ya con la versión casi definitiva, pasa el texto a máquina para tener una idea de lo que saldrá de la imprenta. Si la inspiración se hace la remolona algo de música exótica o brasileña o de jazz o de Beethoven que hacen de Hermes de las musas. Y en sus recreos echa mano de sus libros fundamentales que tiene detrás del sillón granate. Algunos títulos de la colección de Aguilar de los años cincuenta y los rusos, claro: Chéjov, traducido por Cansinos Assens o Turguénev. Luego él vuelve a la carpeta y a la mesita plegable a escribir sus relatos. Sin prisa. Muy vigilante para que sean eficaces hasta insuflarles un eterno y sigiloso tictac.

El escritor Juan Eduardo Zúñiga, en su casa de Madrid.
El escritor Juan Eduardo Zúñiga, en su casa de Madrid.BERNARDO PÉREZ

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