CERRADO POR VACACIONES
Cuando hablo del género "vacaciones con niños" no me refiero al tristemente famoso y execrable turismo sexual , sino a aquél basado en la peregrina idea de viajar todos juntitos en familia. Liquidada la temporada escolar, revolucionados los abuelos mártires y cerradas las ilegales guarderías de verano, te anuncio que acabas de comprar billetes de ida, y (ojalá) vuelta, a un destino inesperado: la abstinencia.
De día que jueguen en la arena mientras yo me tuesto al sol comiendo pipas. Pero por la noche, tras la larga jornada de convivencia y las horas extras de crianza buen rollista, cuando Los lunnis hace rato que dijeron chau, y te dispones a habitar la terraza con la bebida fría, el porro encendido y la lencería fina, en ese instante sabes, o terminas asumiendo con el particular dolor del deseo amputado, que esa noche no, que tampoco será. Entonces caes en la cuenta de que la maternidad / paternidad no es cuestión de vacaciones, sino de vocaciones... suicidas.
Son tiempos en que domina el turismo childfree y su oferta de destinos cien por cien adultos, paraísos en los que cada cien metros hay un cartel con una calavera prohibiendo el paso a menores como en los potes de veneno para ratas. Tiempos en que, valga la redundancia, no queda tiempo para mimar a nadie más que no seas tú, de preferencia con gadgets, restaurantes, sesiones de masajes y sexo frenético. En la presente coyuntura de adultos felizmente infantilizados y liberados de la obligación de procrear, decides hacer algo reaccionario y te vas de viaje con la prole. Pura vanguardia. Vale, lo haces porque no tienes más remedio pero es igual. ¿Creías que si te ibas de vacaciones el morbo se pondría a trabajar? ¿Pensabas que con tu jefe a miles de kilómetros ya no había excusa para ese repentino dolor de cabeza? Que sepas que los viajes con niños pequeños son comparables a colgar un aviso de "Cerrado por vacaciones. Volvemos en septiembre" sobre tu vida sexual que anhelaba reactivarse o diversificarse lejos del estrés semanal. Pero volviendo al cámping, la pesadilla comienza cuando te quedas dormido viendo las fotos que tomaste de tu bebé feliz con el culo lleno de arena. Sigue con una paranoia más actual que consiste en querer secretamente que te los secuestren pero hacer todo lo posible para que no ocurra. Así que te pasas la noche haciendo visitas raudas a su cuna y tienes tanto miedo que terminas llevándotelo a tu cama, justo al epicentro de tu libido hecha trizas. A esto se suman los enemigos externos como zancudos, mosquitos y bichos voladores varios, el calor inconmensurable y, por supuesto, las limitadas proporciones del bungaló compartido con la otra pareja que nunca ha oído hablar de los swingers.
Gabriela Wiener es autora del libro Sexografías (Melusina, 2008).
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