Un magistral Enrique Ponce
El público bilbaíno fue testigo ayer de una antología del temple. En el cuarto de la tarde, Enrique Ponce se inventó una faena extraordinaria. Fue una lección de temple y despaciosidad toreras. A un toro de gran presencia cornivuelto, lo dominó e hizo de él lo que quiso. Y quiso mucho. Además, mostró un amplio repertorio. Pase a pase, la faena acabó convirtiéndose en una sinfonía en rojo. En sus notas parecían escucharse unos latidos de plata. La plasticidad más bella imaginable surgía de sus muñecas (en especial de la mano derecha). Toreo de manos bajas, toreo de cintura. Toda una lección magistral de torería de la grande. Importaba menos la sabiduría, que le es propia; importaba más que en cada muletazo vivía un sentimiento de plenitud torera: una caricia honda, un pellizco chico.
Ventorrillo / Ponce, Juli, Manzanares
Toros de El Ventorrillo: bien presentados, de juego desigual, devuelto el sexto y apuntillado en la misma plaza.
Enrique Ponce: Metisaca, media estocada y descabello (silencio); estocada y aviso cuando cae el toro (dos orejas), sale a hombros.
El Juli: estocado corta y descabello (silencio); dos pinchazos, media estocada y cuatro descabellos (algunos pitos).
José María Manzanares: pinchazo y estocada (gran ovación); pinchazo y estocado, aviso cuando cae el toro (petición de oreja y gran ovación).
Plaza de Toros de Vista Alegre. Bilbao, 19 de agosto. 4ª de feria. LLeno
Junto a esa faena descrita, hay que apuntar las faenas instrumentadas por el joven José María Manzanares. Exhibió unas dotes para el temple de mucho valor intrínseco. En sus dos toros predominó el temple y toreo despacioso. En el último, sexto de la tarde, pudo cortar una oreja merecidamente, pero pinchó una vez, y ahí se perdió el trofeo; mas dejó pases en el albero negro de la plaza de enorme belleza. Algunos remates de las tandas de derechazos poseían una gran hondura.
De la actuación de El Juli, mejor corremos unos visillos de poco gusto. La tarde de ayer para él lo puede definir aquel aforismo de un poeta francés: "La vida es el cabaret de la nada". La mancha negra de la corrida la puso el ganadero. No es posible mandar un toro como el llamado Cañamón, que se hubiera lidiado como sexto de la corrida. Nada más salir, el citado e infausto Cañamón se tumbó. No quiso saber nada del llamado planeta de los toros. Él no se sentía toro. A lo más el asno de Sancho Panza. Una de dos, o la cogió de anís o no se explica aquella mandanga mostrada, aquella claudicación. Ciertamente, daba sonrojo ver a un toro de lidia tan claudicante como aquella piltrafa con cuernos.
Empero esta crónica no la puede manchar esa escoria de dehesa. La belleza vista ayer la puede definir un poeta romántico: "Un poco de belleza es gozo para siempre".
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