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HISTORIAS DE UN TÍO ALTO | PEKÍN 2008 | Juegos de la XXIX Olimpiada
Columna
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EE UU, el Joventut de los Juegos

Mi novia entró en el cuarto mientras yo veía cómo el equipo estadounidense de baloncesto vapuleaba al español (119-82). Comentó que España iba perdiendo, pero añadió que no parecía que estuvieran perdiendo por mucho. El marcador era 115 a 78. Mi novia no sabe mucho de baloncesto, lo cual me encanta porque no estoy seguro de que me gusten las personas que saben mucho de baloncesto.

En caso de que haya otras personas que estén igual de confundidas, si éste hubiera sido el año 1967 y el sitio hubiese sido Oriente Próximo, los estadounidenses serían Israel y España, la Península del Sinaí. Fue una paliza.

En estos días he visto cómo Estados Unidos destrozaba a dos contrincantes muy bien considerados. Hace dos, dio la impresión de que los griegos habían apostado por los estadounidenses a pesar de que estuvieran jugando contra ellos. El resultado fue Estados Unidos, 92; Grecia, 69. Como España había jugado tan bien contra Grecia, creí que el partido contra Estados Unidos estaría muy igualado, pero estaba equivocado. Odio volverme un analista porque no me gusta que la gente se invente teorías causales en relación con los acontecimientos deportivos. Pero he pensado algunas cosas.

Los jugadores estadounidenses son mucho mejores que los que han enviado el resto de los equipos. Odio tener que admitirlo porque animo a los otros países casi con las mismas ganas que sus seguidores, pero es verdad. En lo que respecta a jugadores individuales, los estadounidenses no tienen parangón. Es evidente que el talento individual no siempre tiene como consecuencia la grandeza del equipo. En los encuentros internacionales de baloncesto más recientes, la afirmación anterior ha resultado ser cierta una y otra vez. Los equipos de España, Grecia, Argentina, Lituania e Italia compartían la bola y luego compartieron la gloria al ganar competiciones importantes. Los estadounidenses estaban atados de pies y manos por su actitud de lo primero soy yo.

En estos Juegos, la confluencia de dos tendencias ha desembocado en un cambio total: los estadounidenses están jugando como los europeos y los europeos se comportan como estadounidenses. Sea cual sea la razón -la vergüenza por los fracasos del pasado, una buena estructura de equipo o las comprometedoras fotos hechas por Jerry Colangelo-, los jugadores estadounidenses están jugando con humildad y juntos. Tienen una defensa muy buena, se pasan la bola y dan la impresión de estar pasándoselo bien. Son como el DKV Joventut de los Juegos.

Por otro lado, sus rivales, sobre todo Grecia y España, se han olvidado de lo que los hacía buenos. En vez de jugar como el que tiene menos posibilidades de ganar y saborear cada posesión, parece que piensan que sólo con aparecer el marcador va a mantenerse igualado. Ésta solía ser una característica de los estadounidenses. Desde 2002 hasta ahora, los equipos estadounidenses daban por hecho que con ponerse las zapatillas y el uniforme tenían la victoria asegurada. Es como si la federación española hubiera ido a la tienda de actitudes, pero no llevara el dinero suficiente. Quería el cerebro de Kevin Garnett, pero el de Stephon Marbury estaba de rebajas, así que se decidió por éste. Error.

Por desgracia, puede que sea demasiado tarde para Grecia y España. Escribo esto con tristeza porque sigo sin querer que ganen los estadounidenses. No quiero tener que soportar oír lo estupendos que son. También sé que el cambio no es más que una fachada. Estos mismos jugadores olímpicos retomarán sus hábitos egoístas durante la próxima temporada.

Es hora de que pongamos todo el peso de nuestros ánimos colectivos en Lituania, Croacia y Argentina. Quizás no sea demasiado tarde para ellos. Quizás aprendan de los errores de España y Grecia. A lo mejor no tendré que oír lo generoso que es Kobe Bryant y luego verle hacer 4 de 21 en un partido de los Lakers. Quizás, pero lo dudo.

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