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LO QUE NO SE VIO | PEKÍN 2008 | Atletismo
Columna
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Reír por no llorar

Marta Domínguez tenía la medalla de plata a su alcance. Esta situación ya la habíamos vivido en otras finales. Marta tiene las carreras en su mente y las clava. Pero con sólo cuatro pruebas en esta especialidad, había olvidado que estaba corriendo con obstáculos. Le faltaban dos y la ría. En ese último esfuerzo, la pierna de paso se quedó un poco atrás y ¡zás! Al suelo. Lo que vimos a continuación era para... para lo que hizo ella: reír por no llorar. Un poco mareada y desorientada, abandonó la pista. La risa nerviosa e incontrolable ante el micrófono de TVE trataba de disimular la rabia, la desilusión, la frustración y la pena de haber perdido la última oportunidad de ganar una medalla olímpica. Zulema, que sabe de qué iba la cosa, remató diciendo que si alguien tenía que ir al suelo, mejor hubiese sido ella. ¡Grande la cántabra que entrena Abascal! Con ese entrenador, menos no se podía esperar. Una pena porque la final de 3.000 obstáculos fue maravillosa. Con Abas me vino a la memoria su entrenador, Gregorio Rojo, El cañas, apodado así por lo finas que tenía las piernas.

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El drama olímpico de Marta Domínguez

En el año 1948, tras 12 años de guerras, se volvieron a celebrar los Juegos Olímpicos. Fue en Londres y allí participaron, entre otros, dos fondistas españoles extraordinarios: Gregorio Rojo y Constantino Miranda. Aunque Rojo era mayor, fueron grandes rivales, sobre todo a partir del momento en el que éste abandonó el Español por el eterno rival, el Barcelona, mientras Miranda permaneció fiel a los blanquiazules.

Miranda, en Londres y con 24 años, fue el primer atleta español que corrió una final olímpica. La final de 3.000 obstáculos. Y fue además el símbolo de la deportividad, ya que durante la prueba, un atleta finlandés cayó en la ría y él, en vez de aprovechar la circunstancia para superarlo, se paró y dándole la mano, le ayudó a levantarse y así poder continuar en carrera. Por esa acción y en su honor, se creó el premio fair play o del juego limpio en el atletismo. En Pekín, ninguno de los tres representantes masculinos ha superado las series de esta especialidad, en la que el atletismo español no ha ganado ninguna medalla, pero sí, siete diplomas (ocho para algunos pues no está claro si Miranda fue 8º o 12º).

Sin representantes en la final de hombres, donde los nuestros, a lo largo de la historia, han tenido un protagonismo importante: Domingo Ramón, Vargas, Antonio Campos, Berlanas, Eliseo, era el turno de las chicas. Y han estado a punto de ganar la segunda medalla olímpica femenina en atletismo. Una hazaña si recordamos que la primera participación en este deporte de una mujer española en unos Juegos, Carmen Valero, fue en 1976 en Montreal.

El atletismo español necesita aire fresco y renovado. Ese aire que ha traído Usain Bolt, el campeón olímpico de los 100 metros. Un velocista atípico, de casi dos metros, que entrena en su tierra, en su ambiente, lejos de las Universidades americanas, de los gimnasios y de los laboratorios. Ni Carl Lewis en Los Ángeles, ni Ben Johnson en Seúl, con trampa, ganaron con esa autoridad. Habría que remontarse a Jesse Owens en Berlín o Bob Hayes en Tokio. La carrera fue espléndida con seis atletas por debajo de 10 segundos, pero eso también lo hicieron en Tokio 91, en los Mundiales, en la final que ganó Carl Lewis con 9,86s y el sexto hizo 9,96s. Excepto el primero, todos los demás, realizaron igual o peor marca que en Tokio. ¡Y hace 17 años!

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