Comaneci vuela sobre el boicot
Los Juegos de Montreal 1976 tardaron muchos años en pagarse. Un presupuesto de algo más de 300 millones de dólares se disparó a 1.500 por la corrupción política, la inflación, la mala gestión y los conflictos laborales durante la construcción de las costosas infraestructuras. Los organizadores tampoco contaban con los 100 millones que debieron dedicar a reforzar la seguridad tras la tragedia de Múnich 1972. Pero la ciudad canadiense nunca pagará lo suficiente la propaganda que le hizo una niña rumana, hoy ciudadana estadounidense, llamada Nadia Comaneci. En una edición que peligró ante un boicot múltiple, las imágenes de la pequeña gimnasta atraparon al mundo para siempre.
De nuevo, el prólogo olímpico se vio envuelto por una tormenta. Aunque el largo conflicto de China con Taiwan volvió a amenazar, fue el apartheid el que la descargó. Después del amago de Rhodesia cuatro años antes, la mayoría de los países africanos se retiraron al no admitir el COI su exigencia de expulsar a Nueva Zelanda, cuya selección de rugby, los All Blacks, iniciaba en esos momentos una de sus tradicionales giras por Suráfrica. El olimpismo no tenía competencias para evitarlo. Sólo había excluido a Suráfrica por su racismo. El rugby había dejado de ser olímpico en los años 20 y, paradójicamente, aún sería el último reducto del amateurismo cuando los profesionales empezaron a entrar en los Juegos. Pero siempre fue por libre.
Los Juegos perdieron a grandes deportistas, muchos medallistas posibles, como se había comprobado ya desde México 1968 con el pionero keniano Kipchoge Keino, actual miembro del COI. Siempre los atletas los perjudicados.
Pero las hazañas son de los que están y el cubano Alberto Juantorena pudo convertirse así en el primer atleta en ganar los 400 y los 800 metros. En la segunda prueba no estaba el keniano Mike Boit, gran favorito. El finlandés Lasse Viren repitió los oros en 5.000 y 10.000 recuperándose incluso de una caída. Su sangre renovada, procedimiento no prohibido entonces, le siguió dando resultados. Sólo falló en el maratón. Al menos, se hizo justicia y no igualó al viejo Emil Zatopek.
El asombro de Montreal, en cambio, tenía sólo 14 años. Fue lo que más impactó de Comaneci. La perfección a esa edad. Aquella niña que rompía con los cuerpos de mujer de las grandes gimnastas logró por primera vez la puntuación máxima de 10 en las paralelas asimétricas y maravilló con su encanto. La soviética Olga Korbut ya había asombrado en Múnich, pero Nadia traspasó todas las barreras. Obtuvo otros seis dieces, tres medallas de oro, una de plata y otra de bronce. La soviética Nelli Kim también consiguió sendos 10 en salto y suelo, pero su seducción no fue igual. Era más mujer. En Montreal debutaron el baloncesto, el balonmano y el remo en la categoría femenina. El programa machista se corregía a golpe de hazañas.
España, por fin, brilló algo con dos platas muy valiosas. Antonio Gorostegui y Pedro Millet abrieron la larga estela de podios en la vela y el K-4 de piragüismo quitó una medalla limpia a los sospechosos países europeos del Este.
La URSS no sólo siguió como líder del medallero, sino que la RDA desplazó a Estados Unidos del segundo lugar con su dedicación a deportes con muchos títulos e incluso sólo de un sexo. Sus nadadoras, cobayas del dopaje, ganaron 11 pruebas de 13 en un asombroso dominio, similar al sí contrastado de Estados Unidos, que ganó 12 de 13 en hombres. Algo turbio había detrás. Años después, fue frustrante comprobar que todo era mentira.
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