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ficciones

OCUPATE VOS DE RECORDAR

cupate vos de recordar -le dice su hermana y a continuación se levanta, airada, y le deja allí con el niño, plantado. La orquestina emprende un vals y alguien les empuja a abrir el baile. Kati baila muy bien. Kati baila extraordinario. Abraham sabe que él también es buen bailarín. Madre mía, cuántos años hace que en bodas y fiestas le toca bailar con su hermana...

-Abraham, no tan rápido, por favor, la artrosis... -Protesta Kati-.

-Perdón...

Otra vez se ha dejado llevar. Los amigos aplauden. El vals concluye. El niño repite su pregunta: "Abuelo, ¿tú cómo aprendiste a bailar? ¿Me lo cuentas o no?". Abraham consulta a Kati y ésta le mira desdeñosa, menea la cabeza dándole por imposible y se aleja. Abraham se lo piensa. ¿Se puede contar?

"Y allí iba yo, con la mano del viejo en el hombro, quizá para estrangularme". "¿Sabéis tocar el piano?". "No, señor, le contestamos muy rápido a ver si así nos dejaBA escapar"

"Aprendí a bailar en Rusia". "¿En Rusia? Pero, abuelo, ¿tú eres ruso?". "No, nosotros éramos polacos". "¿Y Polonia está en Rusia?". "No, pero un día nos fuimos de Varsovia", el niño le corta, impaciente. "Y vinisteis a Argentina para tenernos a nosotros". "No, nos fuimos porque había que irse y papá conocía a unos en Rusia". "¿Cómo que había que irse?". "Es igual, Martín. Dale, anda a jugar con tus primos".

Pero Martín no se mueve. "No entiendo por qué no puedes contarme cómo aprendiste a bailar. Ya tengo 10 años. No soy tonto". Abraham se toma un instante. "Ocupate vos de recordar". Es verdad. Ésa es su parcela. Y se ha hecho bastante bueno en ella. Si alguien quiere preguntar. Y si quiere escuchar. Pero ¿a su propia familia?, ¿a su nieto? ¿Y qué parte? Kati dice que la historia es para los libros y los museos. Ella olvidó el yiddish en dos patadas. Y eso que se casó con otro superviviente. Pero enseguida dejaron el idioma materno para zambullirse de la mano en el español, creyendo que con el nuevo diccionario borraban... Ufff. Esto es muy difícil. Abraham ve los ojos de su nieto, expectantes.

"A mi padre le apasionaba la música ¿Sabes que una de las primeras radios del barrio fue la nuestra? Venía toda la familia a escuchar las óperas. Mi padre cantaba las arias muy bien". "¿La ópera se baila?". "No, no, la ópera no se baila" "Al grano, abuelo" "Tenía yo tu edad y vivía en Rusia. No podíamos salir mucho de casa porque hacía mucho frío y porque", Martín vuelve a interrumpir, "¿No ibas a la escuela?". "No, nunca fui a la escuela". Pero eso ya te lo conté muchas veces". "Sí, pero nunca me explicas por qué". "Porque estábamos poco tiempo en cada lugar y no teníamos papeles y porque cuando hay guerra no hay escuela. Total, en una de esas casas un día la tía Kati y yo escuchamos un sonido lejano, unas notas, y cuando nuestra madre estaba ocupada cosiendo, seguimos a escondidas las notas por la escalera. Salían de la puerta de un vecino. Un señor viejo y antipático que no decía ni hola ni adiós. Pegamos la oreja. Alguien tocaba un piano, y no lo hacía nada mal. Estábamos los dos cuchicheando cuando la puerta ¡plas! se abre de repente. Yo echo a correr escaleras abajo, pero a mi hermana el tío la agarra por el cuello del vestido, la mete dentro de la casa y cierra la puerta. Asustadísimo no sé qué hacer. Si se lo digo a mi madre me cae la bronca del siglo por salir de casa sin permiso. Pero ¿si no se lo digo y ese tipo es un asesino o se la come viva? Me armé de valor, y, Martín, ésta es una de las cosas de las que más orgulloso estoy en mi vida, llamé a la puerta. Al poco abre el viejo. Suerte que hablaba yiddish y cuando le pregunto por mi hermana me entiende y me hace pasar. Allí estaba mi hermana, junto al piano, más seria que seria. Y allí iba yo, con la mano del viejo en el hombro, quizá para estrangularme. '¿Sabéis tocar el piano?'. No, señor, le contestamos muy rápido a ver si así nos deja escapar. '¿Y sabéis tocar algún otro instrumento? ¿El violín, el clarinete?'. Aterrados, negamos con la cabeza. '¿Y qué hacemos entonces?', nos pregunta el tío con voz de trueno y ojos de relámpago. Mi hermana se lleva la mano a la boca y se pone a llorar. A mí me tiembla el cuerpo. El viejo me pregunta qué pasa, y yo invento 'tenemos frío', no vaya a cabrearse y nos aniquile. 'Tengo una extraordinaria idea'. El tipo enlaza a mi hermana por la cintura y empieza a contar uno dos tres uno dos tres y venga a dar vueltas por la habitación. Una y otra vez. Como casi no había muebles, hay mucho sitio. Cuando mi hermana aprende, él se sienta al piano y me obliga a mí a girar con ella. Y toca y toca. Y antes de que nos diéramos cuenta estábamos bailando el vals. Desde aquel día se nos pasó bastante el frío"

"¿Y qué pasó luego con ese señor?". "No lo sé. Nosotros nos mudamos, pero para entonces dominábamos el vals". "Y cuando acabó la guerra y volvisteis a vuestra casa, ¿se lo enseñaste a tus amigos?". "Bueno, nunca volvimos a Varsovia". "¿Ni a por la radio?". "No". "¿Por qué?". "Cuando acabó la guerra viajamos en un tren muy largo y muy lento de vuelta a Polonia. No pasaba por Varsovia, pero cuando estábamos más o menos cerca, mi padre saltó y dijo que le esperáramos en la última estación. Él sí fue a Varsovia". "¿Y qué te contó?". "Nada, Martín, no me contó nada. Lo que vieron sus ojos nunca lo supimos porque cuando yo era chico y le preguntaba como tú me preguntas ahora, él sólo me decía: 'No hay nada de qué hablar".

Martín se queda callado un rato. El abuelo le mira. Qué guapo ha salido este niño. "Abuelo, ¿eso que suena es un vals?". Abraham asiente. "¿Me enseñas?".

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