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Reportaje:teatro

Edipo no es ningún extraño en Mérida

Lavelli revisa triunfante y en clave minimalista el mito de Sófocles

Edipo no es ningún extranjero en Mérida. Este personaje nacido de la mitología griega se ha paseado 18 veces por el Teatro Romano de esta ciudad. De la mano de su mentor Sófocles, claro. Tanto en la piel de Edipo en Colono como en Edipo Rey. La última visita del trágico personaje tuvo lugar el jueves dentro del festival de teatro grecolatino de la ciudad -la primera fue una lejana versión de 1956 de José Tamayo con Paco Rabal como Edipo-. Y esta vez se vino de la mano de un gurú de la escena mundial; el francoargentino Jorge Lavelli. Un tipo que hace lo aparentemente imposible: aunar éxito de público (se puso en pie para ovacionarle), de taquilla (cerca de 3.000 espectadores) y de crítica. Por esta vez, las voces son unánimes a la hora de elogiar su ejemplar trabajo.

Por encima de todo deslumbró la versión del dramaturgo José Ramón Fernández

A todo lo cual ha colaborado Ernesto Alterio en su difícil, antinaturalista y comprometido papel de Edipo; Carmen Elías como una Yocasta que deja clara su capacidad de enamorar a hombres de muy distintas generaciones, incluida la de su hija; Juan Luis Galiardo, enfundado en una camisa de fuerza se metió al público en el bolsillo a pesar de la brevedad de su papel (Tiresias); y un solvente Paco Lahoz como Creonte.

Junto a ellos, brilló un impresionante coro de 15 tebanos, cuya aparición remitía a estéticas de la nueva escena japonesa e impactaba especialmente por sus similitudes con los hombrecillos chinos del artista madrileño Juan Muñoz.

Pero, sobre todo, deslumbró la versión que el dramaturgo José Ramón Fernández, de la mano del propio Lavelli, ha realizado del texto más popular de Sófocles. Un primoroso trabajo de limpieza y despojamiento. Fuera las referencias innecesarias, superfluas y alejadoras de la trama central de esta tragedia, popularizada por Sigmund Freud hace menos de un siglo, pero en la que hay excesivas alusiones a dioses y personajes de la mitología griega, lo cual contribuye, en el original, a embrollar al espectador.

Lavelli ha aprovechado sin ponerse limitaciones de ningún tipo las posibilidades de este espacio, tan excepcional desde el punto de vista escénico para hacer de las suyas. Su fobia hacia el naturalismo y el realismo la ha alimentado a base de bien. Como ya viene siendo costumbre en su obra. Se entrega brillantemente a un minimalismo llevado a las últimas consecuencias. El propio Lavelli, al terminar la representación, afirmaba que no se hubiera atrevido tanto sin el respaldo del teatro romano. No ha incorporado ni un solo elemento escenográfico. Y la interpretación de los actores está marcada por entonaciones y movimientos que incluso pueden llegar a parecer espasmódicos. Sobre todo en Alterio, cuyo trabajo se acerca a una suerte de danza butoh o expresionismo alemán, un territorio desde el que tratan de rescatar y amplificar la riqueza interior para encaminarla hacia el descubrimiento el espacio expresivo del propio cuerpo.

Lavelli ha remarcado su propuesta rotundamente moderna, pero curiosamente exenta de anacronismos con la música contemporánea de Zygmunt Krauze, que interpreta magistralmente ese inquietante coro. Pese a que había micros, el montaje técnico permitía que la voz se oyera donde se encontraba el emisor del sonido. Y esto podía ser en el escenario, en el proscenio o incluso en medio del público, ya que Lavelli, en el momento de descubrir el espacio (era su primera vez), decidió que la historia de Edipo se contara en diferentes zonas del teatro romano que acoge este montaje. Una puesta que sólo se podrá ver en Mérida hasta el 24 de agosto.

Un momento de la representación de <i>Edipo Rey,</i> dirigido por Jorge Lavelli, en el Teatro Romano de Mérida.
Un momento de la representación de Edipo Rey, dirigido por Jorge Lavelli, en el Teatro Romano de Mérida.EFE

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