Poveda es La Unión
Miguel Poveda es La Unión, pero La Unión también está para siempre en la historia artística de este joven cantaor que convierte en oro todo cuanto toca, sea el flamenco hondo y puro, la copla o el encuentro con otras músicas. Su arte está en lo más alto del flamenco actual. La noche del pasado domingo se escribió con mayúsculas otra página de la larga historia de amor entre La Unión y el cantaor catalán. Poveda, antes de su actuación, recibió el máximo reconocimiento del festival: el Castillete de Oro.
Ese largo abrazo entre el cantaor y la antigua ciudad minera se reeditó en la segunda gala, cuando, tras hora y media de soberbio cante, el público se puso en pie para aplaudir rendido, emocionado de tener allí, a aquel niño que hace 15 años apareció por La Unión para presentarse al concurso del festival y ganarlo clamorosamente con la absoluta unanimidad de público y aficionados; algo muy raro en este festival, donde las polémicas por los premios -a veces muy agrias- fueron lo habitual hasta entonces.
El propio Poveda quiso recordar aquella noche de 1993, "cuando llegué muy peladito de la mili y con un pendiente", y la sorpresa de los aficionados cuando comenzó con la malagueña del Mellizo. Como entonces, el domingo, el joven maestro quiso tener entre el público a su madre, a quien hizo un homenaje especial cantando las Coplas de Quiroga.
El arte de Pencho Cros
Pero el homenaje más emotivo de la noche fue el que rindió a su maestro Pencho Cros, recientemente fallecido. Fue minero, obtuvo en tres ocasiones la Lámpara y desperdigó su cante en tabernas y reuniones de amigos. A él Poveda dedicó su arte. Hubo mineras, pero también cantiñas, tientos y tangos, soleá, malagueñas...
En la primera parte de la gala había bailado Rafaela Carrasco con su estilo elegante y versátil. La sevillana es una de las mejores representantes de ese baile tan actual que deconstruye -a la manera de Israel Galván-, pero que en su caso se convierte en una especie de catálogo de las remotas influencias orientales del baile jondo. A ratos recuerda a las antiguas odaliscas otomanas. Otras veces parecía una danzarina india, aunque genuinamente flamenca.
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