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EXTRAVÍOS
Columna
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Nudo

Con un ritmo trepidante a lo Walter Scott, pero, sobre todo, con la experiencia de un guionista cinematográfico, Agustín Sánchez Vidal ha escrito una novela histórica, que reivindica este desmedrado género. Me refiero a la galardonada Nudo de sangre. El tesoro escondido de los incas (Espasa), que narra las aventuras de Sebastián de Fonseca, un joven y apuesto ingeniero militar español, de noble estirpe, el cual, en Madrid el año de 1780, se ve envuelto en una enredosa trama relacionada con el poderoso virreinato del Perú a propósito de un "nudo de sangre" inca, por el cual resultan asesinados, casi simultáneamente, su padre y un tío jesuita, que permanecía oculto en la casa familiar tras el decreto de expulsión de la orden. Según se va desenredando la compleja intriga, que no sólo obliga al desconcertado Fonseca a viajar hasta Perú, sino, tirando de los hilos, también por el tiempo, pues las claves del enigma le remiten a la devastadora colonización española del imperio inca durante el siglo XVI, nos vamos sumergiendo en sucesivos mundos sepultados, cuya subterránea vida logra asombrosas reviviscencias contemporáneas.

La novela histórica, un género inventado por Walter Scott, cuya precisión arqueológica hizo que el historiador alemán Droysen le considerase el fundador de la moderna historia del arte, ha derivado en la actualidad, la mayor parte de las veces, hacia un burdo entretenimiento infantil, plagado de disparatados anacronismos al servicio de un argumento inane; esto es: hacia la proyección de la vida cotidiana del hombre actual de clase media hacia el pasado, que lo es sólo por una chusca guardarropía de carnaval. Algo, en fin, sin la menor enjundia literaria e histórica. Por el contrario, Sánchez Vidal, que es un reputado catedrático de historia del arte, no sólo ha recreado con competencia el pasado del que trata su novela y reconstruido el buen castellano entonces en uso, sino que se ha adentrado en la reflexión sobre la historia de nuestro país, sobre las luces y las sombras de la colonización y el choque entre civilizaciones, y, por encima de todo, sobre cómo, ahora que está cambiando el sistema y modos de la comunicación, preexistieron otros complejos procedimientos distintos del alfanumérico occidental, como, por ejemplo, el de los nudos de los incas, acopiadores de toda clase de información.

Como se repite en diversos lugares de la novela, existe una profunda relación entre "techo", "texto" y "tejido", los cuales son términos que, cada uno a su manera, remiten a lo tectónico, lo constructivo, pues los tres son cobijos del vivir material y espiritual, casas de la memoria. Pero ya que se habla de nudos, los puntos de intersección donde se articulan todas las cosas, no hace falta recordar el prestigio mítico del hilado y el tejido, cuyo secreto ha sido arropado por diosas o dramáticas heroínas, como la abnegada Penélope, cuyo tejer y destejer mantiene viva la memoria del esposo ausente. Al final, Sánchez Vidal arrebata nuestra atención no sólo con la vibrante sucesión de lances épico-eróticos, sino que utiliza la acción para desenredar el misterio de nuestra identidad. En suma: en vez de proyectar nuestro falsificado presente como una sombra que cubre el pasado hasta convertirlo en una mala réplica de la actualidad, como hoy suelen hacer tantas noveluchas mal llamadas históricas, emplea a éste para clarificar nuestra situación y nos abre inesperados horizontes. De esta manera, si la novela tiene como misión develar los asuntos privados que obvia la historia pública, Nudo de sangre adquiere el noble rango de un magisterio vital.

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