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Reportaje:Mucha calle

Ahmed y las pastillas rojas

Madrid, visto desde una esquina de la calle del Desengaño

Desde mi esquina de la calle del Desengaño veo todo lo que pasa en el barrio. Para muchos, las historias de esta calle resultan interesantes y pintorescas, por eso del contraste que supone que a sólo unos metros de la Gran Vía se concentren todos los indeseables de Madrid. Pero yo, francamente, empiezo a estar un poco harta de ver siempre lo mismo. Llevo aquí ya cinco meses y, aunque tengo que confesar que a veces me sorprendo cuchicheando con mis compañeras sobre las vidas de todos los que viven o trabajan por aquí, lo cierto es que todas me parecen la misma historia una vez más recontada.

Hoy sin embargo ha pasado algo que me ha llamado la atención. Un argelino que pasaba de los cuarenta llegó muy temprano esta mañana dando tumbos, con la cara desencajada y las pupilas dilatadas. Parecía que se le iban a caer los ojos. El hombre se tiró en la calle, desfallecido. Dos amigos suyos vinieron a recogerlo. Le compraron café y le echaron una botella de agua por la nuca para intentar reanimarle. Fue peor porque Ahmed -así le llamaba uno de sus colegas- empezó a cabrearse y a balbucear sin que yo pudiera entender nada de lo que decía. Los gestos de Ahmed, levantando los brazos, tirando al suelo la cartera que llevaba en el pantalón y gritando cada vez que le echaban agua en el cogote, hicieron reír a la Limones, una de las más veteranas del barrio. La mujer se colocó en su zona de influencia, justo enfrente de mí, sacó un cigarrillo, acomodó su espalda en la pared y se quedó mirando al argelino como si estuviera en un cine de verano. A la Limones, que a pesar de su madurez sigue teniendo clientela, se le abría la camisa de rejilla ajustada cada vez que soltaba una carcajada y así dejaba entrever los atributos que le dan el mote. Llegaron los del Samur y los policías municipales pero nadie consiguió que Ahmed se fuera a dormir la mona y éste siguió jurando en argelino.

El hombre cayó desfallecido. Dos amigos vinieron a recogerlo

Dos agentes de la Policía Nacional llegaron después para tratar de moverlo. Pude escuchar algo de lo que Ahmed decía a través de la traducción de su colega a los agentes. Que se había tomado 27 pastillas de las rojas, que su mujer estaba en Alicante con el bebé, que él estaba o había estado en la cárcel, que no tenía un maldito papel que le identificara y que no se iba a mover de allí.

-¿No tiene documentación?

-Dice que se la robaron. Y que también le robaron dos móviles que él había robado antes en un restaurante.

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-Pues ya es mala suerte.

Los policías convinieron con el amigo de Ahmed que lo mejor sería que él se hiciera cargo: "Llévatelo a donde sea, pero que no esté en la calle, ¿vale?".

El hombre se llevó a Ahmed a un banco en la plaza de los cines Luna y se quedó con él un rato. "Estás echando tu vida a perder", le decía mientras observaba la foto del bebé en la cartera de Ahmed. "Antes estaba bien. Trabajaba en Alicante y le iba bien. Pero luego se metió en la droga y ahora es muy difícil ayudarle". Pasó una hora y el hombre, que dijo ser marroquí, llamarse Fouhed y haber perdido la paciencia, se marchó muy a su pesar dejando en el banco a Ahmed, que a esas horas se había convertido ya en una especie de muñeco de muelle balanceándose de un lado a otro en una caja sorpresa.

La pinta del argelino no pareció estorbarle a una vieja, vecina del barrio, que arrastraba un carrito de la compra y se sentó junto a Ahmed para descansar un poco los pies. No se dio cuenta de que su compañero de banco estaba viajando muy lejos de allí hasta que otros transeúntes le preguntaron. "Ah, ¿y qué le pasa?... Ya, esta gente siempre está así. No tienen más que vicios. Pero yo ya estoy acostumbrada a esto. A los drogadictos, a las mujeres estas y a los hombres que se van con ellas. Ellos son los que tienen la culpa de lo que le pasa a este barrio". La vieja dijo luego que no se había enterado de que igual al barrio le quedan dos telediarios, al menos a todo ese asunto de la prostitución y la droga. "¿Y dice usted que van a poner tiendas de ropa?, ¿y que no van a pasar los coches por aquí? Ah, pues no sabía nada". La vieja se fue después de que le explicaran todo ese asunto de una iniciativa privada que quiere revitalizar el barrio y convertirlo en un sitio de moda, como pasó con Chueca. "¿Y qué tiene eso que ver?", preguntó antes de irse. Luego llegaron otras personas que también se sentaron en el mismo banco de Ahmed y tampoco les importó demasiado el estado del hombre. Sí, ya sé que yo tampoco hice nada, pero es que yo no puedo moverme de mi esquina por estricto mandato del Ayuntamiento que es el que me ha puesto aquí.

Ahmed se quedó allí durante muchas horas y la indiferencia de los demás hizo que se convirtiera en parte del mobiliario urbano por un día. Como los demás, como la Limones y el resto de chicas, como las mujeres que roban vestidos en la Gran Vía para vendérselo luego a las prostitutas, como los agentes, los de las tiendas y los ociosos que andan por estas cuatro calles. Un estudio de la Universidad de Boston dijo hace poco que los seres humanos no se movían más allá de un radio de 10 kilómetros. Muchos me parecen. Está claro que los que hicieron el estudio no pasaron por aquí, si no se habrían dado cuenta de que los del barrio son, como Ahmed, parte del mobiliario. O no sé. Igual soy yo, que me muevo menos todavía. Qué quieren, sólo soy una maldita cámara de vigilancia y ya saben que nosotras siempre lo vemos todo un poco deformado.

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