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Reportaje:La obra escogida

Calabazas a merced de las olas

Un gato observa a lo lejos una comitiva de peregrinos que atraviesa los arrozales mientras el sol se pone detrás del monte Fuji. Se diría que dormita ante el ventanal de lo que parece la habitación de una cortesana (hay algunos indicios: un recipiente y una toalla para el aseo diario, un abanico, las agujas adornadas con flores artificiales y enfiladas en un rollo de papel). La postura inmóvil y recogida del animal contrasta con el vuelo dinámico de las ocas salvajes en el cielo. La imagen de un haiku.

Durante la fiesta del Gallo (Torinomachi), la actividad en Yoshiwara, el barrio del placer más famoso de la antigua Edo, estaba en su apogeo. Pero el grabado de Hiroshige oculta cualquier rasgo obsceno de aquella sociedad de burdeles para comerciantes ricos y señores feudales. En el mundo disoluto de los ukiyo-e, las tay¯u (cortesanas de rango más alto) ofrecían placer a sus clientes, que dejaban atrás su estatus social para entrar en un invernadero como el de aquellas mujeres de la corte de Heian, con sus particulares reglas y derechos. En el universo "flotante" de bonzos libertinos, crápulas y burócratas -léase samuráis- todos estaban unidos, pero de espaldas a la sociedad.

El mundo encantado del ukiyo, donde viven como peces en el agua los personajes de la obra de Asai Ry¯oi (XVII), su primer y gran intérprete, representa la "deliciosa inseguridad de la vida en una gozosa época en la que la gente, mecida en el vaivén de las olas de la incertidumbre, vive pletóricamente el día a día como una calabaza a merced de las olas". La cultura fugaz y superficial de los placeres inmediatos, desarrollado en el interior de estos barrios de burdeles, acabó definiendo el primer género vernáculo de la literatura japonesa, siendo una rica mina de material para los artistas de la época Edo (1603-1868). Los comerciantes y los propietarios de teatros buscaban un soporte publicitario, y los ciudadanos un recuerdo de sus distracciones y sus ídolos. Así nació el primer arte liberado de las tradiciones y del mundo feudal. A partir del último cuarto del siglo XVII, la estampa ukiyo-e, imagen múltiple de precio asequible y que permitía una gran difusión, se vio favorecida por la relativa libertad de expresión que concedía el shogunato de Tokugawa. La maravilla de aquellas estampas de dibujos lineales y formas repartidas en composiciones fragmentadas e insólitas fue descubierta en el siglo XIX por críticos de arte, marchantes y artistas. Coleccionistas de todo el mundo occidental buscaron la rareza de aquellos dibujos flotantes, que acabaron formando parte de las pinacotecas más prestigiosas de Europa y Estados Unidos. En La Pedrera se pueden ver 170 grabados de la Biblioteca Nacional de Francia, desde los primitivos, como Moronibu, hasta los manga de Hokusai o las Treinta y seis vistas del Fuji, de Utamaro. Con Hiroshige llegó la excelencia, y su arte situó al ukiyo-e como gozoso precursor del impresionismo.

Ukiyo-e. Imágenes de un mundo efímero. Fundación Caixa Catalunya. La Pedrera. Barcelona. Hasta el 30 de septiembre.

<i>Los arrozales de Asakusa durante la celebración de la fiesta del Gallo</i> (1857), de la serie <i>Cien vistas de Edo, </i>de Ando Hiroshige.
Los arrozales de Asakusa durante la celebración de la fiesta del Gallo (1857), de la serie Cien vistas de Edo, de Ando Hiroshige.

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