Una noche emotiva
Joan Baez anda celebrando sus 50 años en el mundo de la canción y, la verdad, viéndola sobre el escenario, nadie lo diría. A sus 67 años, sigue conservando esa imagen a medio camino entre la fragilidad y la fuerza contenida, y su voz mantiene la belleza de antaño, tal vez algo más corta en extensión, pero con todo el poderío y la capacidad de penetración que la convirtió en icono incontestable de la segunda mitad de la década de 1960.
Y sobre todo, Joan Baez sigue siendo esa fuerza de la naturaleza capaz de encandilar al público con su sola voz, incluso prescindiendo de micrófono: fue realmente estremecedora la versión de Sweet low, sweet chariot que desató una de las mayores ovaciones de una velada plagada de ovaciones.
JOAN BAEZ
Palau de la Música, 28 de julio.
Baez abarrotó el Palau y el entusiasmo se desbordó una y otra vez. No es frecuente que el público puesto en pie aguante una ovación de 10 minutos (luces encendidas y música disuasoria a tope desde la mesa de control) para conseguir que el cantante regrese al escenario tras el último bis. Y como se retrasaba, el público entonó un espontáneo We shall overcome al que Baez sumó su voz sin micrófono (ya estaban desconectados) en un momento impresionante.
Fue el final de una noche emotiva que Baez había iniciado tan sólo acompañada por un sobrio trío (guitarra, bajo y batería) atacando alguno de sus temas más clásicos (Lily of the west, Farewell Angelina). Siguió invocando a todos sus mentores, desde Bob Dylan hasta Steve Earle pasando por Woody Guthrie, John Lennon, Violeta Parra y Johnny Cash, y también, con menor fortuna, a sus propios fantasmas (El preso número 9).
Sola con su guitarra puso el detalle simpático de un Rossinyol que vas a França sin historia y acabó la velada en lo más alto: Blowin' in the wind, Donna Donnna y Here's to you.
Un repertorio inapelable, una voz soberbia, un concierto para el recuerdo.
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