_
_
_
_
ARTES MENORES | OPINIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un mundillo en Bombay

Javier Sampedro

Los colonos ingleses no toleraban la comida de Bombay, así que empezaron a contratar a unos recaderos para que les llevaran de casa al trabajo unas buenas judías sobre tostada (beans on toast) y un sándwich de beicon, lechuga y huevo duro anegado en salsa bearnesa. Los colonos se fueron y las judías sobre tostada no se han vuelto a ver por allí, pero los recaderos perduran. Se los conoce como dabbawalas, y raro es el máster de administración de empresas en que no salgan a relucir.

Bombay es la segunda ciudad del mundo después de Shanghai, y concentra la mayor densidad de población de toda India. También tiene los pisos más caros, como es natural. El tráfico es horrible, pese a que la mayor parte de la gente va al trabajo haciendo un par de trasbordos por la tupida y eficaz red de trenes ligeros, que es el alma de la ciudad. Irse a casa a comer es un lujo inalcanzable, y los restaurantes del centro son otro, de modo que los oficinistas y ejecutivos de Bombay siguen usando el servicio dabbawala de distribución de comida.

En Bombay, el itinerario de las bandejas de comida es complicado. Una bandeja promedio recorre 60 kilómetros

Cada día, unos 5.000 dabbawalas se las apañan de algún modo para recoger la comida de la casa de sus 200.000 clientes, entregársela en sus oficinas exactamente 30 minutos después del mediodía y devolver el envase. Su fama entre las consultorías de empresas se debe a que la escuela de negocios de Harvard le adjudica menos de un error por cada seis millones de entregas, una precisión extraterrestre incluso para las firmas occidentales con el control de calidad más exigente (el Six Sigma, que se conforma con tres errores por millón de intentos). Pero la verdad es que ni los de Harvard saben muy bien cuál es su truco.

El itinerario de las bandejas de comida es complicado. Una bandeja promedio recorre 60 kilómetros, trasborda en dos estaciones y cambia de manos cuatro veces antes de llegar al oficinista. Y los dabbawalas son analfabetos por regla general.

Encontrar un error en un panel con 10.000 nombres te puede llevar una semana. Encontrarlo en un puzle de 10.000 piezas sólo suele requerir un segundo (a los ordenadores les pasa justo al revés, pero alguna ventaja teníamos que tener). Los dabbawalas no marcan sus bandejas con direcciones, sino con colores, según un código que representa no sólo el destino, sino sobre todo el trayecto.

Las bandejas que salen de Churchgate llevan un color. Entre ellas, las que deben trasbordar en Grand Central llevan un segundo color, y un tercero si el siguiente trasbordo ha de ser en Dadar Oeste. Un error en cualquiera de los trasbordos canta como una pieza roja en el cielo azul de un puzle. Los ingenieros están acostumbrados a usar códigos de colores en los cableados. Los genetistas también los usan para comparar varias secuencias de ADN de un vistazo.

Un segundo factor es que los dabbawalas son agentes locales: no viajan con su mercancía. Los que recogen la comida en un barrio conocen bien a la gente de allí, como conocen a su gente los que la entregan en otro barrio. Los puestos intermedios donde se reorganizan y se distribuyen las bandejas, que son las estaciones y los propios trenes -donde los dabbawalas cuentan a menudo con un vagón reservado-, también están ocupados por especialistas en cada posición particular. De esta forma, todo el mundo está familiarizado con las procedencias y los destinos típicos de su barrio, de su estación o de su ruta de cercanías.

Y un tercer factor es la propia arquitectura de la red ferroviaria: muy pocas estaciones concentran casi todas las conexiones, algunas más tienen dos o tres, y todas las demás sólo tienen una. Los matemáticos llaman a ese tipo de red un "mundillo" (small world), porque bastan seis pasos para conectar incluso los dos nodos más alejados.

La humanidad, por cierto, es un mundillo, como cualquiera puede comprobar contando los pasos que le separan de George W. Bush. ¿Alguien adivina por qué son tan pocos? Ahí va una pista: empieza por A.

Un grupo de <i>dabbawalas</i> de Bombay con contenedores llenos de comida, en febrero de 2008.<i>
Un grupo de dabbawalas de Bombay con contenedores llenos de comida, en febrero de 2008.REUTERS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_