El verano de Big Mama
Big Mama, con el pelo en violencia rubia; Big Mama, dándose aire de blues con su abanico hecho del calor del mundo; Big Mama sujeta al mástil de su Telecaster igual que un marino atado al mástil de su barco para no seguir otro canto que el de las viejas, negras sirenas del blues; Big Mama, que va a nacer la misma noche de 1963 en que muere Elmore James. Cuando Elmore James arrastra por su guitarra el cuello de botella se levanta un vendaval de fuego. Big Mama, viento de fuego del blues. Ahora dice Big Mama que empieza la temporada de bolos de verano, y pasado mañana, sábado, estará en Roses, y en unas semanas aparecerá por Navarra. Big Mama es el apóstol niña del blues que le canta a todo el que quiera escucharla las canciones de Brownie Mc Ghee, al que ella llama "el filósofo del blues"; de Blind Boy Fuller, a quien dejó ciego una mujer celosa; y también le canta de esa manera poemas de Rimbaud, y de Joan Maragall. Big Mama lleva por los ateneos su guitarra y su puñado de folios grapados, por las asociaciones de mujeres y por todas partes de donde la llamen, y da conferencias sobre la lírica y la feminidad del blues y así explica que, antes que los hombres, fueron las mujeres, Ida Cox, Ma Rainey, Mamie Smith..., quienes grabaron los primeros discos en los años veinte. Eran mujeres que en sus letras hablaban de los malos tratos, y que habían visto el doble sentido de cada cosa, y así cantaban, por ejemplo en My handy man, que su hombre era un manitas, que les arreglaba todo...
A Big Mama la han escuchado, además, cerca de 100.000 niños en las escuelas del área de Barcelona, en menos de dos años. Big Mama va a los colegios, en compañía del armonicista Joan Pau Cumellas, y ambos explican a los chavales de 9, 10, 12 años, la historia del blues en un decorado que representa una estación de tren, y les enseñan a llevar el ritmo con un sobrecillo de azúcar, o golpeando unas cucharas como si fueran castañuelas, a fabricar un banjo con una paellera, y les ponen a jugar, a reproducir los gestos de quien descarga una bala de algodón cuando les cuentan que el blues también viene de las canciones de trabajo.
Big Mama es la profetisa solar que ha oído la voz verdadera del blues, y a la primera banda que va a montar la llamará The Blues Messengers. En Big Mama, en su peca de chica lista que de tanto fijarse en el mundo, el mundo se le ha ido concentrando en un punto de su cara, lo que aún se ve es a la adolescente de Sant Quirze de Besora, al ángel rubio de chupa cruzada que cree en el heavy metal, y que ha estudiado piano y canto, y que va a Barcelona a bailar en los Enfants Terribles, y es en ese camino donde se da cuenta de que ahora ella lo que quiere es ser cantante de blues, y entonces sus amigos la aclaman al grito de "Big Mama, Big Mama", cuando irrumpe como espontánea en el escenario de la Cova del Drac. Big Mama se ha hecho técnica de sonido para estar más cerca de los escenarios; pero todos saben que a ella no es el cable lo que le interesa, sino la música que va por dentro.
Cuando se habla de blues con Big Mama, cuando se evoca la manera navegable de tocar de Misisipí John Hurt, o lo que tiene de silbido de biela la guitarra de Fred Mc Dowell, ella, impresionada por todo lo que le hacen sentir estos músicos, apenas atina a comentar con precisión: "Repaso los vídeos para ver cómo lo hacen, pero es tan sencillo que no lo entiendes". En Big Mama, que estos días se plantea la posibilidad de llamarse Big Mama Montse para iluminar de biografía a su personaje artístico, lo que palpita es la muchacha que desde su lejanía de la comarca de Osona ha mirado la historia del blues como otras niñas buscan en las noches de verano la dinastía remota de las estrellas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.