Mozart y Grieg, entre rejas
La Sinfónica de Madrid ocupa el 'foso' de la prisión de Soto del Real ante 200 reclusos y actuará en otras cárceles españolas merced a un convenio entre el INAEM e Instituciones Penitenciarias
El argentino José Luis Ferreyra entró en la Orquesta Sinfónica de Madrid -la titular del Teatro Real- casi al mismo tiempo que José Abrodes resbalaba por la pendiente de la droga. Hace 24 años. Inesperadamente, ayer se cruzaron. Una coincidencia fugaz entre dos desconocidos que seguirán siéndolo. En la retaguardia de sus compañeros, Ferreyra arrastraba los 18 kilos de su contrabajo hacia el control de salida de la prisión de Soto del Real cuando Abrodes le adelantó a zancadas mientras voceaba felicitaciones.
-Chicos, muchas gracias, sobre todo por eso que tocan sin palito.
La Polka Pizzicato de Strauss o pieza "sin palito", en argot de Abrodes, fue el regalo final de 26 músicos del Teatro Real a 200 presos de Soto del Real. El colofón al primer concierto de una sinfónica en una prisión española, que irá seguido de otros ante nuevos auditorios penitenciarios gracias al convenio firmado entre el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música, el Teatro Real e Instituciones Penitenciarias. La polca fue un bis. Que no es lo mismo que un vis-à-vis, mucho más importante en Soto del Real. Las cosas, como son...
"aquí, cuando hables de bach, te van a preguntar si es 'hip-hopero"
"Aquí nadie escucha clásica. Si le hablas a alguien de Johann Sebastian Bach, te va a preguntar si es un hip-hopero". No es su caso. Le gustan Strauss, Vivaldi y Mozart. Hasta hace cuatro meses escuchaba sinfonías en el coche, asistía a conciertos con su novia y tenía una vida que se murió cuando le detuvieron por tráfico de drogas. Es un preso preventivo de 27 años que rehúsa identificarse, que oculta su rostro tras una botella de agua cuando alguna cámara enfoca hacia el público y que acompaña la música tamborileando los dedos y tarareando. Cuando José Antonio Montaño, el director musical de la orquesta escuela del Teatro Real, alza por segunda vez la batuta, surgen dos preguntas guasonas a la espalda del melómano:
-¿Por qué van todos de negro? ¿Es que se les ha muerto la mascota?
José Antonio Montaño eligió obras de Mozart y Grieg "asequibles para la audición". Indagó en la historia para buscar compositores que hubieran pasado alguna temporada encarcelados por darle un guiño cómplice, pero los desechó por inapropiados. Al siglo XX le sobran músicos perseguidos, sobre todo judíos, como el polaco Wladyslaw Szpilman, que relató su experiencia en El pianista del gueto de Varsovia (llevada al cine por Polanski).
No hay paralelismo posible entre músicos hostigados o masacrados por el nazismo y los reclusos de Soto del Real. Las quejas del melómano son dos: la mala calidad de la comida y la imposibilidad de comprar un discman para escuchar música. Contado ayer, una paradoja. "Esto es otro mundo, no hay reinserción. Si antes te faltaban contactos, ahora los tienes todos", ironiza.
Pero cada preso es un mundo. El búlgaro Ivan Ivanov, de 36 años, "ordenanza del polideportivo", tatuado Cristo sobre un bíceps y un nacimiento sobre otro, aprovecha para exprimir la UNED. Y Abrodes exprime cuanta actividad le ofrezcan. "Ha habido momentos mientras tocaban en que he viajado. A mí me gustan Supertramp, Bob Dylan y Dire Straits, pero toda la música es cultura".
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