El historiador que hizo historia
Cuando muere un amigo, muere una parte de ti. Cuando Bronislaw Geremek murió en un accidente de tráfico el domingo pasado, desapareció una parte de Europa. Recuerdo una ocasión en la que, en un pasillo del Parlamento polaco -que él había ayudado a convertir de nuevo en un verdadero Parlamento-, se detuvo, se volvió hacia mí y, sacándose de la boca la omnipresente pipa de profesor y tocándose la barba, me dijo con inesperada pasión: "¿Sabes qué? Para mí, Europa es una especie de esencia platónica".
Europa no volverá a tener a nadie como él. Un inteligente niño judío rescatado del gueto de Varsovia en medio del apocalipsis de la ocupación nazi, educado en el patriotismo y la poesía por pedagogos católicos de la Hermandad Mariana; maravilloso historiador de los pobres en la Francia medieval; miembro del Partido Comunista y luego, mediante su papel crucial en el movimiento de Solidaridad, arquitecto de la transición pacífica desde el comunismo, no sólo en Polonia sino en toda Europa central; ministro de Exteriores de su país en el momento de su incorporación a la OTAN, miembro del Parlamento Europeo después de la entrada de Polonia en la UE... Qué gran parte de la historia que ha configurado nuestro continente tal como es hoy, en lo bueno y lo malo, circuló por sus venas y hasta las yemas de sus dedos. Una parte la escribió, sobre todo la de los siglos XIV y XV, y otra parte contribuyó a hacerla en nuestra propia época.
Era una de las personas más complicadas que he conocido. En público, podía ser formal, solemne, incluso formidable, como la vieja generación de polacos en la vida pública. En un grupo de amigos, era rápido, ingenioso, agudo observador de las debilidades humanas y una fuente de anécdotas. A solas con él, uno podía profundizar más, entre lo trágico y lo cómico, que, en su sentido de la vida, eran inseparables. Pero quedaban varios niveles en los que me daba la sensación de no haber ahondado. Y ahora ya nunca podré.
¿Cuál será, para los futuros historiadores, su mayor logro? Desde el momento en el que se unió a la huelga de los Astilleros Lenin en Gdansk, en agosto de 1980, fue el asesor político más astuto de Lech Walesa. Comprendía tanto la mentalidad del adversario comunista como la situación internacional. Sabía ver cuáles eran los límites de lo posible, pero también los momentos en los que la política de oposición a una dictadura tiene que consistir en el arte de lo imposible. Quienes han escrito sus necrológicas han destacado, con razón, su extraordinaria contribución al "regreso a Europa" -y a Occidente- de Polonia después de 1989. Incluso mientras los nacionalistas le colocaban en la picota en su país, era el defensor más elocuente de Polonia en el extranjero. Y demostró, una y otra vez, lo que sólo niegan las mentes más estrechas: que no existe contradicción entre ser polaco, ser judío y ser europeo.
En mi opinión, su contribución más importante fue su trabajo en la "revolución negociada" de 1989, conseguida mediante mesas redondas y elecciones semilibres. Fue uno de los que más aportó a aquel acuerdo complejo, ambiguo y sin precedentes. Después se ha criticado mucho; en retrospectiva, todo se ve con más claridad. Lo que los críticos olvidan, o se niegan a reconocer, es que nunca se había hecho una cosa así y nadie sabía si se podía hacer. Cada paso era nuevo. Y era esencial alcanzar un compromiso, aunque fuera moralmente incómodo, para evitar el derramamiento de sangre. Escribo estas líneas el día de la Bastilla. Polonia, en 1989, introdujo un nuevo modelo de revolución no violenta que sustituyó al violento de Francia en 1789. Geremek, historiador de Francia y de Polonia, sabría cómo valorar la aportación de Geremek como político a esa cosa tan poco frecuente en la historia: algo verdaderamente nuevo.
Un famoso epitafio de un escritor polaco exiliado dice: "Y allí, donde no hay lágrimas, él sigue derramando la lágrima de Polonia". En el caso de Bronislaw Geremek, deberíamos decir, "y la de Europa también". Y seguramente deberíamos añadir: con un ojo llorando pero el otro riendo.
Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, es autor de The Polish Revolution: Solidarity publicado, en edición actualizada, por Yale University Press. ©Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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