Regreso al lugar del crimen
Los ciclistas españoles que ganaron la ronda francesa visitan las carreteras en las que cambió su vida
El amarillo francés, el jaune, les cambió la vida y también la forma de mirarla y de entenderla de millones de españoles. Es lo que tiene ganar el Tour, que al día siguiente nada es lo que era. Años, o meses después, de haber ganado la grande boucle, cinco de los españoles que lo consiguieron aceptaron la invitación del fotógrafo Rafa Gómez, de la revista Ciclismo a fondo, para regresar, cargados con su bicicleta, su maillot y una foto del momento, al lugar del crimen. "Fue el otoño pasado", cuenta Rafa Gómez; "en los puertos desiertos, vacíos, en medio de un silencio que no rompía nadie, se escuchaba aún el sonido del Tour, se vislumbraba su presencia fantasmagórica". Ésta es la historia de aquellas fotos y de qué hicieron sus protagonistas para merecerlas. El sexto campeón español, Luis Ocaña, murió hace 14 años, pero su maillot amarillo sí que viajó hasta el pequeño col de Salève, en los Alpes, donde el conquense tomó el liderato del Tour del 73 para no perderlo.
Historia del Tour de Francia |
LA ROMEYÈRE, 1959 Federico Martín Bahamontes
A Federico le dijeron que le iban a hacer la foto en el Puy de Dôme, pero el Águila de Toledo, siempre puntilloso y preciso, más aún según pasan los años, y acaba de cumplir 80, recordó que si querían visitar el volcán de Clermont Ferrand, por él no había problemas, y que no le importaría visitar de nuevo las carreteras en las que ganó la cronoescalada que, a la postre, sería decisiva, pero que él donde vistió su primer maillot amarillo fue dos días después, el 18 de julio, en Grenoble, al final de una etapa en la que se había escapado con Charly Gaul en el puerto de La Romeyère. Dos viejos conocidos. La Romeyère, un paso montañoso de los Alpes poco transitado -sólo se ha subido tres veces en la historia del Tour, la última, en 1985- y de pequeña talla -roza los 1.000 metros su cumbre-, y Charly Gaul, el Ángel de la montaña, su rival más encarnizado, el otro gran escalador de la década.
En su primer Tour, en 1954, Federico ya ganó una fama de Quijote amante de la fantasía, un Charlot en bicicleta, que nunca le abandonaría cuando decidió tomarse un helado de vainilla, dos bolas, después de coronar en cabeza La Romeyère mientras esperaba que su coche le cambiara una rueda rota. Con el luxemburgués Gaul, rubio y de tez clara frente a la negrura de los ojos, del cabello, de la piel de castellano viejo, de Federico, el escalador toledano mantuvo un duelo permanente de palabras y hechos. "Y dijeron entonces que yo le había dejado ganar la etapa de Grenoble a Gaul porque él me había ayudado a ganar el Tour", le dice Federico a Rafa. "Como si un campeón pudiera aceptar favores de ésos. Con Charly yo me llevaba muy bien fuera del Tour, cuando compartíamos coche en los critérium, pero durante la carrera, ni agua". Ante los pitidos con que el público acogió en el velódromo de Grenoble la victoria de Gaul sobre Bahamontes, el speaker obligó al toledano a enseñar a todo el mundo la rueda pinchada con la que había hecho los últimos kilómetros de la etapa que le darían el Tour. "Y es verdad, había pinchado", dice. "Ésa fue la razón por la que me ganó Gaul".
LA SALÈVE, 1973 Luis Ocaña
Luis Ocaña, que nunca perdió su feroz alma de anarquista, usaba los maillots amarillos para sacar brillo a los cristales de su Jaguar blanco y de sus Mercedes después de lavarlos. Por eso nadie daba con una túnica amarilla del conquense, que se quitó la vida una triste tarde de mayo de 1994. Ni su mujer, Josiane, ni ninguno de sus amigos guardaba un recuerdo ni del doloroso Tour del 71, cuando Ocaña ensangrentó la prenda en una terrible caída descendiendo el col de Menté -y Merckx heredó el liderato y la victoria prometida, pocos días después de haber sufrido una derrota tan terrible a manos del español que afirmó en la meta de Orcières-Merlette: "Luis nos ha matado a todos, nos ha matado como el torero mata al toro"-, ni del espectacular de 1973, cuando ganó seis etapas y, tras agotar la dura resistencia de Fuente, tras épicos duelos, y Thévenet, mantuvo el liderato desde la séptima etapa, desde Gaillard, hasta París.
En París, en el bosque de Vincennes, nada más descender del podio, Ocaña entregó el maillot a su amigo Pierre Cescutti, su descubridor, el hombre de ojo claro que vio en la rebeldía del joven hijo de unos exiliados españoles una señal del genio que sería sobre la bicicleta. Y éste, antiguo, de lana, las discretas iniciales HD, el nombre del equipo, el Bic, tan pequeño, es el único maillot que se conserva. "Nos puso en contacto con Cescutti José Álvarez, otro francés de origen español que ha construido en el corazón de los Pirineos un emporio comercial dedicado al ciclismo", dice Rafa Gómez. "Y gracias a ello conocimos a Cescutti, un hombre increíble". Luchador en las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil española, Cescutti fue condecorado por el general De Gaulle por su valor como soldado del ejército francés durante la II Guerra Mundial. "Me contó", dice Rafa Gómez, "que fue uno de los primeros que entró en el búnker de Hitler en Berlín cuando la victoria final". Cescutti, de 88 años, aún sigue saliendo en bicicleta por las carreteras de Mont de Marsan. Y si difícil fue dar con un maillot del conquense, imposible fue encontrar una bicicleta. Nada. Ni una de las normales, de las Motobécane, con las que ganó el Tour, ni ninguna de las de titanio, con las que Ocaña, un precursor, asombró en su tiempo.
ALPE D'HUEZ 1988 Perico Delgado
Como no podía ser menos, marca de la casa, Perico llegó tarde al aeropuerto de Ginebra y perdió el avión de vuelta después de retratarse, tan pancho, en una de las 21 curvas de Alpe d'Huez. "Pero no fue su culpa, como en el prólogo de Luxemburgo que le hizo perder el Tour del 89, sino de un atasco tremendo y a última hora", precisa Rafa Gómez. Cuando no llegó tarde a su cita con el Tour fue aquella tarde de julio de 1988 en la que media España contuvo el aliento, y hasta se suspendió la sesión en el Congreso de los Diputados, mientras contemplaba cómo el espectacular segoviano se deshacía de sus últimos rivales, los escarabajos colombianos mientras controlaba, con su ex compañero Theunisse a rueda, las andanzas por delante de otro holandés con el que compartió estancia en el PDM el año anterior. Rooks ganó la etapa, la 13ª de aquel Tour, y Perico se vistió de amarillo, liderato que, como manda la tradición -quien sale de Alpe d'Huez líder llega hasta París de amarillo-, mantuvo hasta el final. Aquel día nació el periquismo, el primer gran fenómeno de popularidad de un deportista en la España del postfranquismo. El ciclismo vivió un éxito inusitado que ni siquiera los cinco triunfos consecutivos de Indurain poco después consiguieron igualar. Contemplando la foto realizada este otoño, los más observadores notarán que la bicicleta con la que Delgado ascendió en 1988 no es la misma con la que posa 20 años después, que el color es más oscuro, más granate que el rojo vivo de la Pinarello de acero. En efecto, Delgado, como Ocaña, otro precursor, usó en las etapas montañosas del Tour una bicicleta con cuadro de carbono TVT, y decorada como una Pinarello, cuya pista ha perdido.
VAL LOURON, 1991 Miguel Indurain
"Jopé, qué duro es esto", es el primer comentario de Miguel Indurain, unos kilos de más que entonces, pero no tantos, cuando regresó, 16 años después, al lugar en el que masacró al pelotón, en compañía del increíble Claudio Chiapucci. Comenzó aquel día, primero en el descenso del Tourmalet, donde la vieja guardia de LeMond y Fignon dio su adiós a la victoria y su bienvenida a la nueva generación, y luego en Val Louron, un reinado único de cinco años seguidos sin fallo, una regularidad insólita viniendo de un español, una gente a la que siempre se ha caracterizado, caricaturizado, con rasgos de genio inconstante. Pero Indurain es justo todo lo contrario. Si a Valverde le llevó al ciclismo su gusto por el garabato, por la línea creativa, a Indurain le llevó su amor por el dibujo lineal y la trigonometría. El día de la foto, Indurain, que ya tiene 44 años, acudió al aeropuerto de San Sebastián a esperar a Rafa Gómez, que llegaba con Alberto Contador, ya que el puerto que transformó al chico de Pinto, el terrible Plateau de Beille, no se encontraba muy lejos de Val Louron. Indurain montó en su coche a Contador y durante unos kilómetros se vivió el contraste, el intercambio físico, entre un joven ilusionado, un ciclista que sólo respira con el Tour y sólo sueña con el Tour, con el maduro navarro, a quien la vida ya le ha dado perspectiva para poner cada cosa en su sitio. Los dos pararon en un área de servicio en la autopista y posaron en el monumento al Tour. "Saca la mano, Miguel. Has ganado cinco Tours, muéstralo", le pidió el fotógrafo. "Que no", decía Indurain, serio. "Que no la saco". Ya se sabe que cuando Indurain dice "no" es no. Lo ha sido toda la vida. Sus noes han resonado en su carrera tanto como sus silencios, con los que tanto expresaba su parecer. Y nadie habría dado entonces un duro porque el ciclista navarro, tan poco amigo de las exhibiciones, hubiera sacado la mano. Pero lo hizo finalmente. "Lo hago por ti", le dijo a Rafa Gómez. A su lado, Contador, los ojos bien abiertos, tomaba nota y aprendía.
MONTÉLIMAR, 2006 Óscar Pereiro
Óscar Pereiro no perdió el avión. Fue peor: perdió la bicicleta. Bueno, no tanto él como la compañía aérea que le trasladó a Lyón. Y al día siguiente, después de una noche inquieta en un hotel lionés, lo mismo: sin noticias de la bici que había montado el ciclista gallego en aquella memorable escapada de media hora con la que se vistió de amarillo en la capital del nougat y de los albaricoques. El caso es que allí estaban los dos, fotógrafo y campeón del Tour de 2006 dando vueltas por el aeropuerto, con el maillot y el cuadro enorme con la foto de su fuga de Montélimar, pero sin Pinarello. Imposible el posado.
"Pero dentro de lo que cabe tuvimos suerte, porque en éstas dimos con un responsable de la compañía que resulta que era un chiflado del ciclismo. Reconoció a Pereiro y no paró hasta dar con su bici", dice Gómez. "Al mediodía ya la teníamos montada". A Montélimar llegaron con bicicleta, pero después de dar muchas vueltas por la ciudad Pereiro fue incapaz de recordar dónde estaba exactamente la meta que le consagró, la avenida en la que pasó media hora ansioso consultando el reloj cada minuto y haciendo cuentas. Ganó Pereiro en un sitio tan anónimo como anónima fue la forma en que lo recibió finalmente, en una ceremonia en Madrid, más de un año después de que se conociera el positivo de Floyd Landis, el americano que recibió todos los honores en los Campos Elíseos. "Y después me he dado cuenta de que la gente confunde un poco las cosas", dice Pereiro. "Piensan que en Montélimar me dieron media hora de ventaja, pero sólo salí con un minuto. Y fui capaz de defender el maillot, y de perder poquísimo en Alpe d'Huez ante Landis, y de recuperarlo después, en La Toussuire. Así que aquello no tuvo nada de regalo. Ya me habría gustado ver a otros en mi situación".
PLATEAU DE BEILLE, 2007 Alberto Contador
La cabeza de Alberto Contador es el disco duro de un ordenador en el que ningún dato, ningún archivo, ningún detalle, se pierde. Pero no sólo los hechos fríos guardan, también la pasión con la que los vivió. "De Plateau de Beille", cuenta Rafa Gómez, "de la subida en la que rivalizó con Michael Rasmussen en un mano a mano inolvidable, Alberto recordaba todo, cada curva, cada árbol, cada repecho". "Allí", gritaba el chico de Pinto, emocionado, "es donde arranqué la primera vez, y más allá", dice, señalando con el dedo, "es donde Rasmussen me la devolvió. Y allí, donde estaba Paquito, mi amigo, la curva en la que le dije que atacaría. Le apunté, le disparé con el dedo, y arranqué...". "Lo recordaba todo con la misma intensidad con la que lo había vivido", dice Rafa. "Es un espectáculo verle vivir el ciclismo, la inocencia, la virginidad, casi, con la que respira todo, los ojos bien abiertos". Y el pulso acelerado. Entre otras cosas porque en otoño el sol se pone pronto en los Pirineos. Tan pronto que ambos tuvieron que acelerar en el coche para llegar a su curva antes del ocaso. Y tanto corrieron que les paró una pareja de gendarmes. "Vieron la bici en el asiento de atrás, el maillot amarillo, miraron a Alberto y le dijeron: '¿es usted el ganador del Tour?' Resulta que eran dos globeros que salían todos los días en bicicleta. Pero eso no nos libró de la multa, que pagué yo aunque tuve que discutir un buen rato con Alberto, que insistía e insistía en pagarla él".
Como tampoco la pasión, la intensidad, el amor de Contador por el ciclismo, y su calidad excepcional como demostró hace un mes ganando el Giro, le han valido al ciclista del Astana para que el Tour levantara el veto que le impide defender este año, con el dorsal número 1 a la espalda, su maillot amarillo, que no conquistó en Plateau de Beille, sino días después, en un hotel de Pau, cuando su equipo, el Rabobank, retiró a Michael Rasmussen.
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