Duelo de egos en paisaje bucólico
Riccò derrota en los últimos metros a Valverde en la primera llegada en alto
Cortesanos y gorilas marchaban tras el príncipe entre los vericuetos de cables, camiones y camioneros sudorosos que forman la zona técnica de la meta. Llegado a un carromato verde, se pararon. El príncipe ascendió por una escalinata en el lateral del carro y procedió a vaciar su vejiga. Y mientras el príncipe Alberto de Mónaco, que siguió la etapa en el coche del director, hacía una demostración práctica de que la sangre azul también genera necesidades que se pueden satisfacer donde el más común de los mortales, en un retrete móvil por ejemplo, aunque rodeado de guardaespaldas, con parecidas medidas de seguridad, unos metros más allá, Cadel Evans generaba tal ambiente de violencia a su alrededor que al poco de empezar a desgranar cuatro tópicos seguidos -"cada segundo cuenta", "lo importante es llegar de amarillo a París..."- un fotógrafo y un camarógrafo empezaron a intercambiarse puñetazos por un quítame allí ese plano ante la mirada atónita del guardaespaldas belga del ciclista australiano, que sentía usurpado su monopolio de uso de la fuerza para dirimir disputas. Momento que aprovechó Evans, el líder virtual del Tour, para hacer mutis por el foro sin abrir más el pico.
En los 50 metros finales se desplegó imperial la formación del Caisse d'Épargne
Especial del Tour de Francia |
Tampoco tenía mucho que decir tras una etapa en la que él, su equipo, todos los corredores y todos los equipos del Tour, salvo los franceses, que van contracorriente, disfrutaron del excelente trabajo del Caisse d'Épargne, que organizó un dispositivo extraordinario en apoyo moral a su líder, el caído y herido Alejandro Valverde, a quien las quemaduras, costras en formación y rozaduras varias apenas dejaron dormir dos horas la víspera y que finalmente terminó segundo en la etapa tras el espectacular Riccò, lo que hizo exclamar a Eusebio Unzue: "¡Ser segundo un día como hoy es una derrota!".
El primer día de montaña -bueno, apreciación relativa, pues montaña, lo que se dice montaña en una bucólica estación de invierno rodeada de volcanes apagados, ensombrecida por el vecino Puy de Dôme y refugio de francachelas del histórico Geminiani, se redujo a una espectacular rampa, inclinada como un tobogán e igual de recta de un kilómetro de largo cerca de la llegada- se convirtió finalmente en un duelo de egos en busca de confortación en los últimos 300 metros, donde el viento de cara dejó a cada uno ante su verdad, a Schumacher, el líder, por los suelos, y su amarillo lo heredó quien le derribó, involuntariamente, claro, el luxemburgués Kirchen, y a los favoritos para la victoria final separados sólo por los pocos segundos que diferencian a los llamados puncheurs, como Valverde, Riccò o Evans, de los diesel, como Menchov o Sastre: el ego de Riccò, que quiere ser Pantani, y que tras quedar segundo en el Giro llegó al Tour buscando lucirse en el mejor escaparate con una victoria de etapa ante la crème de la crème; el de Valverde, tan dañado por la contrarreloj de hace dos días como su cuerpo por la caída del miércoles, y el de Evans, el Rival, quien antes de llegar a vestir aún el maillot amarillo ha adquirido los tics de un doble o triple ganador del Tour, ceremonias en las que invierte más energía que en dar pedales.
Por ejemplo, la neurosis ante los medios, ante los que quiere preservarse creando a su alrededor un espacio de seguridad, tan higienizado como una UVI; por ejemplo, el nerviosismo que le asalta ante cualquier percance de carrera, como ayer, cuando pinchó en un tiempo muerto de la etapa. Durante su regreso al pelotón conducido por todos sus Silence un guardia republicano involuntariamente le cerró con su moto. Airado, Evans le dio un golpecito en el hombro y le gritó que a ver si miraba por dónde iba, como un automovilista cualquiera ante el torpe que cambia de carril sin mirar.
Los agobios de Valverde son otros. Si hubiera sido un futbolista, a Valverde el médico le habría mandado dos o tres semanas de reposo para curar las microfracturas musculares que generaron un hermoso hematoma en su gemelo derecho, pero como es un ciclista volvió a la carretera, aguantó tranquilamente los pinchazos que sentía en la pierna dañada y mediada la etapa le dijo por el pinganillo a su director, Unzue, que adelante con los faroles, que debía proceder a organizar el plan A, la conquista de la victoria de etapa como demostración ante los rivales de que va a ser un tipo duro de pelar. Así, los últimos 50 kilómetros, se desplegó imperial la formación del Caisse d'Épargne, nueve hombres que como una motoniveladora aplanaron cualquier movimiento. A 300 metros sólo quedaban dos: Pereiro, increíble de fuerza, lanzó a Valverde como si fuera un sprinter, pero de cara al viento el murciano dudó un momento. Riccò, no.
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