"Si gano una etapa, me marcho a casa"
Riccò, que tiene el mismo masajista español que Pantani, prometió quedarse un par de días sólo para que se hablara de él
"¿Qué haría si gano una etapa del Tour? Irme a casa. No, mejor, quedarme un par de días para que todo el mundo hable de mí y luego pirarme". Riccardo Riccò es un provocador. Y le gusta serlo. Se ve desde kilómetros que disfruta como un niño. Siempre tiene una respuesta preparada, siempre dice algo que pone de los nervios a los demás. Hasta los cocineros de la organización del Tour han suplicado a los responsables de su equipo que hagan algo para tranquilizarle.
Ayer, nada más cruzar la línea de meta se fue como una bala hacia el autocar amarillo -que más que autocar es un motorhome- del Saunier Duval. Allí estaba todo el equipo y su masajista, Paco Lluna, el mismo que cuidó los músculos de Marco Pantani durante cuatro años. El mismo con el que comparte horas y horas de charlas, chistes, bromas, el mismo con el que intenta aprender castellano y el mismo que le ha enseñado las palabrotas. "Toma ya...", le gritó la cobra a Paco, dedicándole un corte de mangas antes de desaparecer entre una nube de cámaras y fotógrafos.
"No creo que sea el mejor escalador. Las montañas de verdad no han llegado todavía"
Especial del Tour de Francia |
El día anterior, mientras recibía un masaje de hora y media tumbado boca abajo en la camilla de su habitación, había prometido que atacaría en la subida de Super-Besse. "La cabeza está bien y si responden las piernas iré a por Valverde, es el único que me queda por ganar. A ver si también está Cunego y así mató a los dos con un solo disparo". Al italiano casi le mata de verdad. Primero porque el chico del Lampre, igual de escalador que Riccò, sufrió más de lo debido y llegó a meta 32 segundos después, y segundo porque la nube de cámaras y aficionados que rodeaba a la cobra le arrolló de pleno cuando intentaba dar media vuelta para irse al hotel. Soltó un codazo y unos cuantos improperios al puro estilo italiano.
Mientras tanto, Riccò, sus mechas y sus tres tatuajes -el último es un duende que saca el dedo corazón- desaparecieron camino de la sala de prensa. Una vez allí, debió de acordarse de los consejos de su madre. Nada de comer bien o de ponerse una camiseta debajo del maillot. Nada de eso. La mamma le manda un mensaje diario sólo para recordarle que tenga cuidado con lo que dice y que mida las palabras. Que se lo pregunten a Contador, al que provocó durante el Giro. El chico de Módena estuvo extrañamente comedido delante de los micrófonos. "No creo que sea el mejor escalador del Tour. Hay gente que prepara esta carrera durante todo un año. Yo había venido para ganar una etapa, a coger experiencia y a ver cómo se mueven los grandes", dijo. Y en un ataque de modestia, añadió: "Además, las montañas de verdad no han llegado todavía".
Él las espera. Muchos dicen que como mucho aguantará los Pirineos y luego cargará su bicicleta y su maleta y se irá de vacaciones. Pero Riccò no es de los que tiran la toalla. Aunque sea por una simple cuestión de orgullo y por esa pizca de locura que tiene, aguantaría antes de reconocer que está muerto. Ya lo advirtió la semana pasada Bernard Hinault. "Este Riccò es un loco. Pero el ciclismo necesita un poco de locura". Y Riccò, que todavía guarda una foto firmada por Marco Pantani, y que con 15 años estaba pegado a la tele cuando el Pirata ganó el Tour, aguantará al menos hasta el Alpe D'Huez. Allí donde su ídolo ganó en 1995 y 1997.
Por lo pronto, no debería siquiera estar en el Tour. Una vez terminado el Giro se marchó de vacaciones. Luego, se topó con una larga charla con Claudio Chiappucci. Fue él quien insistió, fue él quien le dijo que se lo pensara, que la ronda francesa podría ser una buena experiencia. La colitis ulcerosa de Marchante hizo el resto. "Si no quito el sitio a nadie me encantaría hacer el Tour", le dijo Riccò a Matxin, el director del Saunier Duval, un equipo que consiguió así su primera victoria del Tour en sus cuatro participaciones.
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