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DESDE MI SILLÍN | TOUR 2008 | Sexta etapa
Columna
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Mi escarabajo

Día a día, etapa a etapa, voy haciendo en estas columnas un glosario de mis más valiosas posesiones. Sin querer, porque muchas veces no es lo que pretendo, pero los hechos hacen que a veces vengan mis propias cosas a apoyarme en los argumentos.

Nunca he hablado aquí de que tengo un escarabajo del 73. No un coleóptero disecado, sino el vehículo que mandó diseñar Hitler a Ferdinand Porsche para motorizar al pueblo alemán. Como le digo a un amigo mío, no es viejo; por favor, es vintage. Nació en una cadena de montaje de Brasil cuando yo aún no era ni siquiera un proyecto, y ahí sigue dando guerra con su indestructible motor bóxer cuatro cilindros.

Es pequeño, lento, ruidoso, incómodo, poco práctico... Y podría seguir largo y tendido enumerando todos sus defectos. Sin embargo, ningún coche moderno me hará disfrutar nunca tanto como éste lo hace. Porque cada vez que lo conduzco lo disfruto como un niño, como si fuese la primera vez. Pero no obstante, normalmente para el día a día, prefiero otro vehículo más moderno. Más grande, más rápido, más seguro, más confortable y en resumen, más práctico para todo. Desde aquel 73, los coches han mejorado mucho. Es el sino de los tiempos, la evolución, y no voy yo a quejarme. Pero el precio a pagar ha sido la pérdida del encanto: se ha ido perdiendo el carácter, e incluso aunque parezca surrealista en una máquina, también la personalidad.

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Y eso también está pasando en este Tour. Ayer era el jueves de la primera semana. Primera etapa de media montaña, en el siempre traicionero Macizo Central. Gano Riccò y Schumacher perdió el liderato por una caída en pleno sprint. Viendo la clasificación general, en cualquier otro año anterior estaríamos hablando de que están ya en la segunda semana. Pero no, esto acaba de empezar.

El Tour, inamovible durante años y años a su esquema tradicional, ha decidido este año dar una vuelta de tuerca a su clásico planteamiento y modernizarse. Hasta ahora, la primera semana del Tour era territorio de los sprinters. Los favoritos se asomaban en el prólogo, se defendían en la contrarreloj por equipos, y se dedicaban a sestear en el pelotón. Hibernando y rezando por no caerse mientras esperaban con ansia a la segunda semana. Sólo entonces comenzaba su carrera, la de los Alpes y Pirineos -el orden de los factores no altera el producto-, las interminables cronometradas, y a veces, las etapas del Macizo Central.

Pero este año tenemos un Tour nuevo. Yo, como espectador, lo estoy disfrutando. Es espectacular, pero a mí me deja un regusto amargo. Echo de menos ese sabor añejo -el mismo de mi escarabajo- de aquellas primeras semanas: las fugas numerosas, los equipos lanzados en su persecución, los codazos del sprint, los nervios, la tensión, el riesgo de caídas, la lucha diaria por el maillot de puntos rojos... No puedo negar que algo de todo esto hemos visto (a mí también los dos coches me llevan igualmente de un lugar a otro), pero yo me quedo con lo vintage, con lo clásico.

Yo tengo suerte. Mi escarabajo está aparcado en el garaje para cogerlo cuando quiera, pero me parece a mí que al Tour lo han cambiado ya para siempre. Para buscar al otro, al clásico, remítanse a las hemerotecas.

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