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Reportaje:

"Era como una pequeña Copa Davis"

Federer y Nadal recuerdan sus inicios como júniors en el torneo

Hace un año, Gastao Elias, el júnior portugués de la cara picada, salió medio alucinado de un entrenamiento con Roger Federer. "He entrenado con Rafa Nadal y con él", decía en atropellado portugués. "Rafa es más intenso. Y Roger... A él le gusta hablar mucho". Hablar, decía Elias, sobre el torneo júnior de Wimbledon. Sobre la terrible experiencia de ser alojado en una residencia en Roehampton, donde se disputa la primera fase del torneo. Sobre la comida inglesa y todos sus delicados matices. Y sobre el sabor único de la hierba, de los primeros triunfos y del tenis en estado puro. Hablaron tanto Elias y Federer que el chico se fue con un par de entradas para ver el partido del suizo. Y así, tan pancho, el número uno del mundo, el gran campeón de la hierba, le reveló sus noches de desvelos, sus dificultades de adaptación, y el pasar de los días en el torneo en el que nació su amor por la hierba: antes que nada, Federer fue campeón de Wimbledon júnior en categoría individual y en dobles (1998). Y cinco años después, Nadal vivió una experiencia similar, el principio de todo.

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"Recuerdo", dice Federer bajo una gorra de béisbol, "dormir en la residencia de Roehampton. Era algo divertido. Me sentía como en una especie de pequeña Copa Davis, una Davis amateur. En el momento en el que juegas en Roehampton y te clasificas para la segunda semana del torneo, que ya se disputa en Wimbledon, empiezas a vivir los momentos con los que sueñas", continúa. "¡Codearte con los mejores jugadores y estar a su alrededor! Luego, si tienes la oportunidad, sientes la gran experiencia, la verdadera emoción de jugar contra uno de los mejores. Para mí fue como una explosión. Por eso aún hoy disfruto al ver que tenistas contra los que jugué de júnior están al máximo nivel".

Federer pasa hoy por ser un tipo introvertido en la pista y en la vida. Antes, sin embargo, fue un bromista pendenciero, con tendencia a insultarse a sí mismo en los partidos. "El torneo júnior de Wimbledon fue una época muy divertida", reconoce. "La competición entre júniors es un poco más relajada en algunos sentidos, porque intentas ser profesional, pero en ocasiones no lo eres", añade. "Piensas que lo eres, claro, pero el entrenador te dice lo contrario. Es algo duro. Piensas que estás haciendo las cosas adecuadas, lo correcto... En aquella época sentía que estaba trabajando mucho más duro de lo que lo hago ahora. Todo me parecía mucho más complicado".

No es matemático, pero hay quien cree que en el éxito de Rafael Nadal sobre la hierba de Wimbledon, en sus tres finales consecutivas en el templo del tenis, hay algo de místico, de profunda conexión entre su corazón y el pasto, algo de cielo en la tierra descubierto en la adolescencia. "Aunque no lo tengo demostrado", dice Manolo Santana, campeón de Wimbledon en 1966, "creo que Rafa, cuando vino a jugar aquí el torneo júnior, que no ganó, se quedó impresionado con algo de este sitio. Y a Rafa, cuando se le mete algo en la cabeza, va a por ello. Le gustó esto. Seguro. Si no, no hubiera llegado adonde ha llegado. Es mi opinión personal".

"Recuerdo", dice Nadal recién duchado, "que dormía donde dormía y comía lo que me daban. Ya tenía ese tipo de experiencias de mis viajes con la Federación o a competiciones internacionales. Te lo pasas mejor ahí que aquí". Habla poco Nadal, casi como el primer día en el que recibió a la prensa en el club de Wimbledon. Tenía 15 años. Le rodeaban las tuberías de las instalaciones, en 2003. Y, tímido como es, antes de ser derrotado por un tunecino en las semifinales del torneo, confesó que la manduca inglesa le gustaba tanto, que la cocina industrial de la residencia era tan apetecible, que su comida era más bien frugal: "Olivas y patatillas". La dieta de un campeón.

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