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FUERA DE CASA | OPINIÓN
Columna
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El rojo y el negro, arriba y abajo

Debajo de la plaza roja está la España negra. Arriba: explosión de color, de euforia por una España triunfadora, sin complejos, que celebraba una ceremonia pagana, civil y civilizada. En el limbo: algunos aguiluchos que cotizan a la baja, y que, como aves carroñeras, se alimentan del pasado podrido. Abajo: los restos, los estertores, de una patria antigua, injusta y de negro. En blanco y negro, fotografiada por Eugene Smith, uno de los maestros fotográficos de Life, que mostró al mundo cómo era un pueblo español de los años cincuenta. Un pueblo cualquiera de la España profunda. Un pueblo llamado Deleitosa, en la sierra cacereña, en el que la guerra había dividido en dos a la población. Un pueblo que enterró a sus muertos y volvió a la lucha cotidiana por la supervivencia, por conseguir salir de la condena de una tierra sin pan. En Deleitosa tenían pan y apenas tenían electricidad ni agua corriente. Tenían unas calles sin asfaltar que olían a excrementos animales y humanos. Un pueblo con millones de moscas y pocas radios. Hombres renegridos, mujeres de luto, niños sueltos, cinco guardias civiles y unos cuantos falangistas. Un pueblo español que poco se parecía al de una canción de Joselito. Un pueblo español que tardó muchos años en poder cantar esa horterada tan nuestra, tan alemana, tan jovial y futbolera llamada Que viva España.

Eran tiempos de dulces tardes; de geniales futbolistas que vinieron del frío, del sur o de cualquier pobre pueblo

En los bajos de la plaza roja -ese templo abierto, televisado y disfrutado a tiempo real por millones de españoles que no se acuerdan, o que no quieren acordarse, que un día fuimos ese otro pueblo humillado y pobre- está fotografiada aquella realidad que hoy nos parece irreal. Fotografías de unos tiempos donde la crisis no significaba el miedo a la subida de la gasolina, sino el miedo a no comer. Fotos de tiempos de silencio y coplas para huir de la realidad. También eran tiempos de sueños de fútbol, de dulces tardes, de geniales futbolistas que vinieron del frío, del sur o de cualquier pobre pueblo donde el mundo se podía llamar Deleitosa. También nos hicieron creer que nosotros -y nuestra furia- podíamos ganar a cualquiera. Sobre todo a esos rojos. Y los ganamos. Una y no más. Y nos hicimos americanos, y llegaron las bases y los quesos. Y la leche.

Me encantaría que estos nietos de unos hombres que vivieron en la edad del pan, esa última generación de un mundo rural -el que cuenta Julián Rodríguez en su novela Cultivos- que hoy son esos jóvenes sonrientes, triunfadores, ricos y famosos que nos han hecho felices con su fútbol, con su ánimo, con su humor, además de cantar alegres "¡Que viva España!", supieran que decir "¡Arriba España!", para muchos, es retroceder a los años del mundo fotografiado debajo de su, nuestra, plaza roja. Volver a negro. -

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