Cesc como símbolo de España
El medio del Arsenal es el hilo conductor y reúne las características que definen a la selección
Aunque Iniesta fue elegido el mejor futbolista del partido contra Rusia al igual que un día el éxito del equipo se expresó en Villa y otro en Casillas, por no citar a los siempre regulares Xavi o Marchena, la selección española ha tenido como hilo conductor del torneo a Cesc Fábregas. Ningún jugador refleja mejor el rostro de España en el campo que Cesc. El centrocampista reúne cuantas características definen a la selección. Aporta el sentido de la novedad necesario para explicar el fenómeno español desde una perspectiva no contaminada o fracasada con anterioridad. Al tiempo, ha participado de la misma etapa formativa que muchos de sus compañeros tanto en las selecciones inferiores como en el Barcelona y, por consiguiente, es pariente de la misma escuela, que no concibe el juego sin el balón. Y, además, no actúa con prejuicios, sino con abrumadora naturalidad.
Representa a una generación desacomplejada, necesitada de retos
Ha triunfado sin hacer ruido, con una mirada natural y un buen sentido del juego
Su importancia es que funciona como elemento aglutinador
Da sentido a Iniesta, Xavi o Villa cuando el partido requiere aceleración y vértigo
Ni siquiera ha polemizado sobre su nombre. Así que, sin dejar de llamarse Cesc, no por fastidiar sino porque es el equivalente de Paco, responde igualmente cuando se le llama Fábregas. Tampoco ha renegado del Barcelona, a diferencia de los directivos azulgrana que se han impuesto su no repesca por un valor ético. Sin embargo, ha jugado una final de la Copa de Europa con el Arsenal contra el Barça. Y, siendo ciudadano del mundo residente en Londres, se considera español a todos los efectos sin necesidad de que le den cada mañana con la bandera en la cabeza.
Así es Cesc. Una persona normal y corriente que juega al fútbol en un equipo inglés, simplemente porque es muy bueno y le pretenden los mejores, como podría trabajar en la mejor multinacional de la informática. Al igual que muchos jóvenes de su edad viajan al extranjero con una beca o con una mochila, faltos de oportunidades en su país o necesitados de experiencias enriquecedoras, Cesc se fue a trabajar con los gunners (cañoneros).
De la misma manera que Alfredo Landa representaba en el cine a los españoles que en los años sesenta tuvieron que emigrar al extranjero para ganarse la vida, Cesc es hoy el símbolo de las nuevas profesiones liberales, de una generación desacomplejada, hasta cierto punto cansada de las frustraciones de sus padres y también de los sueños de sus hermanos, necesitada de retos no conocidos y cosmopolita y políglota por definición.
Los deportistas como Cesc no son propiedad de nadie ni se sienten deudores de nada, sino que defienden a su país a partir de su profesionalidad, un concepto a veces difícil de entender porque les sitúa en una dimensión más norteamericana que europea. No es lo mismo un partido de la NBA entre los Celtics y los Lakers que un Turquía-Alemania de fútbol. Más que nada, porque en Estados Unidos no juega Boston contra Los Ángeles mientras que en Europa el deporte provoca a menudo lecturas nacionalistas extremas.
La Eurocopa, por lo demás, ha acentuado el espíritu de equipo del fútbol frente a la cultura del individualismo. Más que actuaciones individuales excelsas, ha habido partidos excelentes tanto en Suiza como en Austria, circunstancia que ha rebajado el protagonismo de cuantos se sienten ídolos, abanderados o símbolos del negocio. Nadie ha echado en falta, por ejemplo, a Cristiano Ronaldo desde que eliminaron a Portugal.
Cesc no tiene precisamente madera de héroe ni necesita la intervención divina o patriótica para que las cosas le salgan bien. No nació con un crucifijo encima de la cama, sino con un rosario de pósters que iba cambiando como la vida misma, de temática distinta incluso, indiferente a la mirada que tengan los demás sobre sus gustos tan particulares y también tan compartidos. Nunca se alimentó del odio, sino de la solidaridad.
La generación Cesc forma parte de un país plurinacional que mantiene una relación afectiva con España sin que tenga que jurarle amor eterno ni que ella se sienta malquerida. El único valor universal es la pelota y, como tal, no es propiedad exclusiva de nadie, sino que abona la solidaridad, la participación, el juego. Y pocas veces los goles de España habían sido tan bellos y tan serenos como el pasado jueves, tan alejados del griterío y de las soflamas.
Cesc necesita un portero extraordinario, como Casillas, el mejor del campeonato, y unos centrales rápidos y que se anticipen, al estilo de Puyol y Marchena. Precisa también un volante recuperador y medios que maduren el encuentro y abran vías de penetración en la cancha ajena y Senna, Xavi, Iniesta y Silva se cuentan entre los mejores. Y, obviamente, requiere delanteros que marquen la diferencia: Villa y Torres.
La importancia de Cesc está en que funciona como elemento aglutinador, en que mejora a sus compañeros y les da un punto de calidad desconocido hasta el momento porque la selección vivía enclaustrada o gobernada por templarios. Cesc representa el progreso, la modernidad, la evolución del juego. Alejado de cualquier egoísmo, asistió a Güiza como si fuera Laudrup (0-2) y a Silva (0-3) como si fuera Iniesta respecto a Xavi (0-1).
El fútbol del equipo gira alrededor de jugadores que no son la misma cosa y, sin embargo, comparten una misma idea que necesita un buen juego de posición, una mejor circulación de la pelota y una precisa definición. El efecto del pase multiplicador, a partir de la asociación y la combinación, resulta estéril si no se alcanzan posiciones de remate desde la segunda línea. Y Cesc da sentido a Iniesta, a Xavi, a Villa, a la selección, cuando el partido está ya maduro y requiere aceleración y vértigo.
Cesc aparece casi siempre como el tercer jugador que crea la superioridad y sorprende al rival para suerte del fútbol de tiqui-taca, menospreciado generalmente por su falta de físico y exceso de ñoñería e indolencia como si el resultado fuera un asunto de hombría. Pese a que sus goles son hermosos, España es muy agresiva con la pelota porque se despliega con ambición y determinación, una propuesta estimable por ser defendida por un técnico veterano.
Luis Aragonés ha perseverado en su apuesta incluso con jugadores faltos de forma como Iniesta o Ramos. La confianza ha sido vital para su recuperación individual y para que el equipo se mantuviera fiel a la misma frecuencia y tono. España es hoy un equipo joven -el capitán, Casillas, tiene 27 años-, divertido, reconocible y, sobre todo, inteligente. Todos los jugadores han asumido su papel sin estridencias ni ambigüedades y el ambiente en el vestuario es tan normal como sano.
Jugando sin miedo, a partir del equilibrio táctico, la selección se ha ganado una autoridad futbolística en la Eurocopa. El rondo se practica en silencio y Cesc ha triunfado sin hacer ruido, sin quejarse, con paciencia, con sentimiento, con una mirada natural y un buen sentido del juego.
La onda expansiva de Cesc era tan fresca y benigna que se ha impuesto por sentido común en toda la selección española.
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