Tú, pardillo
En mi última estancia en Madrid tomé cinco taxis y ninguno de sus conductores tenía puesta la Cope. Habían optado por otras emisoras. Les cuento esto no para que nos metamos a deducir cambios estadísticos, sino para que entiendan que durante ese tiempo que pasé usando dicho servicio público fui una persona bastante feliz.
Eran, además, gente afable, de conversación inteligente -y les juro que sólo uno estaba escuchando la SER, así que no me llamen partidista-, y se mostraban lúcidos y socarrones en relación con la crisis que, como consumidores forzosos de carburante, se les ha echado encima, como al resto de los españoles que trabajan en la locomoción, antes que a los otros.
Con uno de ellos no había empezado aún la charleta cuando ambos escuchamos un anuncio que se dedicaba a exaltar la inteligencia del oyente ante el despelote económico. Algo así como: "Tú sí que has sido listo poniendo tu dinero en donde debías, no como otros... Tú, que cuando te dijeron patatín, je, hiciste patatán, y que has sabido asesorarte como sólo los inteligentes lo hacen mientras que los otros seguían a la manada...". Con otras palabras, porque no tomé notas, pero el sentido era éste. Mi conductor y yo aguardábamos el final como si nos encontráramos ante el desenlace de una película o -dadas las circunstancias- a punto de recibir asesoramiento de, pongamos, el director del Banco de España para que pudiéramos remontar la cuesta con el mínimo daño posible.
Pero no habíamos medido bien la estupidez de algunos publicitarios. Porque lo que pretendían era que ese "tú" a quien nadie se la da con queso se comprara... ¡un Jaguar!
El hombre y yo estallamos en sendas carcajadas gigantescas. Con lágrimas en los ojos, el taxista, que pasa de las doce horas de trabajo diarias, me miró y dijo: "No tienen remedio".
Y nos pusimos a conversar.
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